La diplomacia en sentido propio hace referencia al ámbito de las relaciones entre naciones o los jefes de estado. No obstante, es bueno aprender y practicar un poco de diplomacia en las relaciones interpersonales con los vecinos, parientes políticos, familiares y compañeros de trabajo. ¿Por qué? Porque las relaciones sociales son frágiles y muchas veces un inadecuado comportamiento, un comentario fuera de tono o una broma de mal gusto nos lleva a romper definitivamente con el otro. ¡Cuántas personas no se hablan porque hace años tuvieron una pelea! Un amigo definió la diplomacia de modo original: “Es el arte de decirle al otro hasta de lo que se va a morir y que al final te dé las gracias”. ¿Hipocresía? No, sino una muestra de respeto y apertura. Tampoco hay que caer en la mentira porque la verdad merece ser siempre defendida y el arte está en saber dialogar y permanecer fiel a tus principios sin llegar a los puños.
Los países democráticos y las personas educadas recurren a la diplomacia para resolver sus problemas, mientras que los autoritarios eluden el diálogo y eligen la violencia, la fuerza, la prepotencia y las amenazas para imponer sus intereses. Siempre hay modos y formas para solucionar los problemas racionalmente.