Creo en Dios siguiendo las huellas de Abraham

Ciudad del Vaticano, 23 enero 2013 (VIS).-”Creo en un sólo Dios”, el primer artículo de la profesión de fe que acompaña la vida de los creyentes, ha sido el tema de la catequesis de Benedicto XVI durante la audiencia general de los miércoles. Esa frase es “una afirmación fundamental, aparentemente sencilla en su esencialidad, pero que abre al mundo infinito de la relación con el Señor y con su misterio. Creer en Dios implica adhesión, acogida y obediencia; (...) es un acto personal y una respuesta libre. Decir “Creo” es un don y (...) una responsabilidad; es una experiencia de diálogo con Dios que ,por amor, “nos habla como amigos”.

¿Cómo escuchar la voz de Dios que nos habla? “Fundamentalmente -ha dicho el Papa- en la Sagrada Escritura, (...) que nos habla de fe y nos narra una una historia en la que Dios cumple su proyecto de redención y se acerca a los hombres, a través de (...) personas que creen y confían”. Una de ellas es Abraham, la “primera figura de referencia para hablar de fe en Dios”. Abraham, que fue capaz de salir de su tierra confiando sólo en Dios y su promesa, es considerado el “padre de todos los creyentes” (...) La suya fue “una partida en la oscuridad; (...) pero la oscuridad de lo ignoto(...) estaba iluminada por la luz de una promesa(...). En el proyecto divino estaba destinado a ser padre de una multitud de pueblos y a entrar en una nueva tierra donde habitar”.

“La fe -ha continuado el pontífice- lleva a Abraham a recorrer un camino paradójico: será bendecido pero sin los signos visibles de la bendición: recibe la promesa de dar vida a un gran pueblo, pero con una vida marcada por la esterilidad de su mujer, Sara; es conducido a una nueva patria pero vivirá en ella como un extranjero” y sin embargo, “Abraham es bendecido porque, con la fe, sabe discernir la bendición divina yendo más allá de las apariencias, confiando en la presencia de Dios incluso cuando sus caminos resultan misteriosos”.

Por eso, “cuando afirmamos : "Creo en Dios", decimos, como Abraham: "Me fío de ti, confío en ti, Señor" (...) Decir "Creo en Dios" significa fundar en El mi vida, dejar que su palabra la oriente cada día en las opciones concretas, sin temor de perder algo de mí mismo (...) Abraham, el creyente, nos enseña la fe, y, como extranjero en una tierra que no es la suya, nos muestra la verdadera patria. La fe nos hace peregrinos en la tierra, insertados en el mundo y en la historia, pero en camino hacia la patria celestial. Por lo tanto, creer en Dios nos hace portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y las opiniones del momento. (...) En muchas sociedades, Dios se ha convertido en el "gran ausente" y en su lugar hay muchos ídolos, en primer lugar el deseo de poseer y el “yo" autónomo. E incluso los progresos, notables y positivos de la ciencia y la tecnología han dado a los seres humanos una ilusión de omnipotencia y autosuficiencia, y un creciente egocentrismo ha creado muchos desequilibrios en las relaciones entre las personas y en el comportamiento social”.

“Y, sin embargo -ha subrayado el Santo Padre- la sed de Dios no se ha extinguido y el mensaje del Evangelio sigue resonando a través de las palabras y las obras de muchos hombres y mujeres de fe. Abraham, el padre de los creyentes, sigue siendo el padre de muchos hijos que están dispuestos a seguir sus pasos y se ponen en camino obedeciendo a la llamada divina, confiando en la presencia benevolente del Señor y acogiendo su bendición para transformarse en bendición para todos. Es el mundo bendecido por la fe, al que todos estamos llamados, para caminar sin miedo siguiendo al Señor Jesucristo”.

Decir "Creo en Dios" nos conduce, entonces, “a partir, a salir continuamente de nosotros mismos al igual que Abraham, para llevar a la realidad cotidiana en que vivimos la certeza que viene de la fe: es decir, la certeza de la presencia de Dios en la historia, también hoy, una presencia que da vida y salvación”.