La conversión de san Pablo y la búsqueda de la verdad

Escrito por Mons. Eugenio Lira Rugarcía
Hoy, 25 de enero, celebramos la Conversión de san Pablo. Lo que sabemos de él se encuentra en el Libro de los Hechos de los Apóstoles y en sus Cartas.

Su nombre original era Saulo, y nació en Tarso en la primera mitad del siglo I, en una familia piadosa farisea (cfr. Hch 22,3-4). Se educó en la escuela de Hillel, con Gamaliel (cfr. Gál 1,11-16), donde pudo conocer y amar profundamente la Sagrada Escritura, en la parte que los cristianos conocemos como Antiguo Testamento. Era un judío profundamente religioso. Por eso, cuando vio surgir a los cristianos, comenzó a perseguirles, creyendo que atentaban contra la Ley y las instituciones judías.
Pero un día, hacia el año 36, cuando iba a Damasco, Jesús Resucitado se le apareció y le dijo: "Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?" Saulo preguntó: "¿quién eres tú, Señor?" Él le respondió: "Yo soy Jesús a quien tú persigues (cfr. Hch 9,1-19). El esplendor del Resucitado, transformó el pensamiento y la vida de Saulo, quien al principio quedó ciego, lo que expresaba su ceguera respecto de la verdad de la luz que es Cristo.

Recordando este acontecimiento, luego de dar testimonio de la tradición que recibió respecto a las apariciones de Jesús resucitado, san Pablo escribió: "Y por último se me apareció también a mí" (1 Co 15, 8).

“San Pablo –comenta el Papa Benedicto XVI– no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar... Ese acontecimiento cambió radicalmente su vida” (Audiencia General, 3 de septiembre de 2008).

Para él, lo más importante de todo era gozar del amor de Cristo; “con esto –comenta san Juan Crisóstomo– se consideraba el más dichoso de todos” (Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo: PG 50. 477·480).
“San Pablo aprendió que, a pesar de su relación inmediata con el Resucitado, debía entrar en la comunión de la Iglesia, hacerse bautizar, y vivir en sintonía con los demás Apóstoles –explica el Papa– Sólo en esta comunión con todos podía ser un verdadero apóstol " (1 Co 15, 11)”.

¿Qué nos enseña esto? Que el cristianismo es un encuentro con Cristo presente en su Palabra –contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia–, en la vida litúrgica de la Iglesia y en la oración. Así, discípulos de Cristo, viviremos cada día como misioneros de su amor, en nuestro matrimonio, en nuestra familia, en nuestros ambientes de amistades, de estudios, de trabajo y de convivencia social, dando testimonio de que el amor es la única fuerza capaz de mejorar al mundo y de hacer la vida plena y eternamente feliz.

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla
Secretario General de la CEM

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