2013-02-06 L’Osservatore Romano
En la época de la ciencia y de la técnica ¿tiene sentido aún hablar de creación? Una pregunta inquietante, propuso Benedicto XVI en la reflexión a los fieles en la audiencia general del miércoles 6 de febrero en el aula Pablo VI. O tal vez provocadora, si se considera que se plantea a una humanidad dominada por la tentación de construir por sí sola el mundo en el que vive – dijo el Papa explicando el sentido de su pregunta – propensa a «no aceptar los límites del ser creatura, los límites del bien y del mal» y que ve su dependencia del amor de Dios «como un peso del que librarse».
Esto es siempre el «núcleo de la tentación»: considerar la alianza con Dios como «una cadena que ata, que priva de la libertad y de las cosas más bellas y preciosas de la vida». Pero es precisamente esta convicción, esta «mentira» como la llama el Pontífice, la que «desvirtúa la relación con Dios» y que induce al hombre a ponerse en Su lugar. De esto se desprende que, cuanto Dios había creado de bueno, «es más – especificó el Papa –, de muy bueno», después de la libre elección del hombre a favor de la mentira y en contra de la verdad, «el mal entra en el mundo», con todo su bagaje de dolores y sufrimientos.
Y citando también el libro del Génesis el Pontífice quiso evidenciar otra enseñanza ofrecida por los relatos de la creación: «El pecado – dijo – genera pecado y todos los pecados de la historia están unidos entre sí». Todo deriva, añadió, de una realidad que parece difícil de entender, el pecado original. Con la ayuda del Catecismo de la Iglesia Católica Benedicto XVI hizo notar al respecto que el primer pecado del hombre fue precisamente haber hecho «la elección de sí mismo contra Dios». Por lo tanto, destruyó la relación que se había establecido con el Padre y quiso «situarse en el lugar de Dios». Vivir de fe, añadió el Papa, quiere decir en cambio «reconocer la grandeza de Dios, aceptar nuestra pequeñez, nuestra condición de creaturas, dejando que el Señor la llene de su amor». La fe ilumina también el misterio del mal y nos da la certeza de poder ser liberados de él; «la certeza – concluyó Benedicto XVI – de que es bueno ser un hombre».