Hablando de los retos de la Iglesia siempre se menciona el diálogo con el mundo. Se le pide que se modernice, que no tema responder a los retos del mundo actual. No obstante, si agudizamos nuestra atención descubriremos que la pregunta está mal planteada. La cuestión es si el mundo es capaz de dialogar con la Iglesia Católica.
El pontificado de Benedicto XVI ha demostrado la incapacidad del mundo para el diálogo. El Santo Padre intentó hablar con los intelectuales en la universidad La Sapienza y se lo impidieron; intentó en Ratisbona y le mal interpretaron sus palabras (no hablaba al mundo musulmán sino a los intelectuales cristianos). Le acusaron de querer la muerte a través del SIDA cuando puso en evidencia que el preservativo había fracasado en su intento de frenar la enfermedad; lo intentó una y otra vez y nunca encontró un interlocutor.
El mundo parece incapaz de dialogar y su silencio evidencia su rabioso dogmatismo. Son dogmáticos los relativistas, los laicistas, los ateos. El dogmatismo excluye a todo al que piensa diferente. El mundo no dialoga porque no tiene nada qué decir. Es un monólogo que quiere imponerse sin argumentos. Parece que el mundo sólo estará dispuesto a dialogar con la Iglesia si ésta deja de ser ella misma, si renuncia a Cristo y al Evangelio.