Estamos asimilando la renuncia de Benedicto XVI cuando el Espíritu Santo nos vuelve a sorprender con un Papa inesperado por los vaticanistas. ¡Menos mal que la providencia no es vaticanista! Su Santidad Francisco, en una semana, ha sabido imponer su propio estilo y ha sido claro en su mensaje de paz y de pobreza evangélica para toda la Iglesia. La sencillez, el cuidado de los enfermos y la austeridad son características que pronto se han destacado. Se le percibe más pastoral que doctrinal, tal vez ya necesitábamos una pausa para asimilar la riqueza de escritos de perenne validez de los dos pontífices anteriores. Ambos brillantes y visionarios.
Por ser el primer Papa latinoamericano, fortalecerá la identidad de la iglesia católica en nuestro joven continente, reserva valiosísima de nuestra fe, sin descuidar a Europa, África y Asia. En lo personal se me antoja decidido promotor vocacional, pues tenemos necesidad de experimentar un resurgir de jóvenes valientes y generosos, decididos a dar la vida por amor a Dios y al servicio del prójimo. “Centinelas de la aurora”, como llamaba Juan Pablo II a los seminaristas. Ellos serán los sacerdotes del tercer milenio. La vocación es una respuesta digna de una juventud sin miedo, libre y sin fronteras.