2013-03-23 L’Osservatore Romano
Un encuentro que «quiere ser idealmente el abrazo del Papa al mundo»: así describió el Pontífice el espíritu de la audiencia concedida el viernes 22 de marzo por la mañana a los miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. «Por vuestro medio —explicó— encuentro a vuestros pueblos, y así puedo en cierto modo llegar a cada uno de vuestros conciudadanos, con todas sus alegrías, sus dramas, sus esperanzas, sus deseos».
El Obispo de Roma reafirmó que a la Santa Sede le interesa prioritariamente «el bien de todo hombre en esta tierra». En esta perspectiva se centra también el deseo del Papa Francisco, quien expresó la esperanza de «emprender un camino con los pocos países que todavía no tienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede», manifestando al mismo tiempo su reconocimiento a quienes, entre ellos, han querido estar presentes en la Misa por el inicio del ministerio como sucesor de Pedro o han enviado mensajes como gesto de cercanía.
A los diplomáticos el Pontífice les propuso nuevamente la figura de Francisco de Asís —el santo de quien ha elegido el nombre— para reafirmar la prioridad de su servicio pastoral. Poniendo de relieve «el amor que Francisco tenía por los pobres», recordó ante todo que «la Iglesia ha tratado siempre de cuidar, proteger en todos los rincones de la Tierra a los que sufren por la indigencia». Como testimonia, por lo demás, «la generosa obra» que los cristianos desarrollan en muchos países del mundo para «ayudar a los enfermos, a los huérfanos, a quienes no tienen hogar y a todos los marginados», trabajando «para construir una sociedad más humana y más justa».
Un compromiso que, para el Papa, se extiende también a la pobreza espiritual, en la que tiene su origen aquella «“dictadura del relativismo” —dijo citando una expresión querida por Benedicto XVI— que deja a cada uno como medida de sí mismo y pone en peligro la convivencia entre los hombres». Nace de ello la segunda enseñanza de san Francisco indicada por el Obispo de Roma a los embajadores: trabajar para «construir la paz», sabiendo que «no hay verdadera paz sin verdad».
El Papa Francisco finalmente se refirió a su misión de Pontífice como constructor de «puentes, con Dios y entre los hombres». La volvió a proponer en la perspectiva del diálogo entre los pueblos y las naciones, «de modo que cada uno —explicó— pueda encontrar en el otro no un enemigo, no un contendiente, sino un hermano para acogerlo y abrazarlo». Un diálogo que se ha de intensificar también con las demás religiones y con los no creyentes. Y que tiene entre sus presupuestos también el «profundo respeto por toda la creación, la salvaguardia de nuestro medio ambiente, que demasiadas veces no lo usamos para el bien, sino que lo explotamos ávidamente, perjudicándonos unos a otros».