La semana santa tiene variedad de contrastes. Están los vacacionistas que se fugan a la playa mientras que otra multitud se acerca devotamente a la iglesia para seguir la procesión del nazareno, la visita de los siete templos, la representación del lavatorio de los pies, el pésame a la santísima Virgen María en sábado y la vigilia de resurrección. Esta semana se saldan cuentas con Dios, se pagan mandas y se agradecen dones. El viernes santo seguramente volverá a llover y por la noche el cielo se vestirá de luto con una luna llena resplandeciente igual que aquella arcana noche de Calvario. Semana en que los enfermos llevados en sillas de ruedas o en muletas se acercan lastimeros para recibir la unción que los puede sanar de sus enfermedades físicas y morales. Se antoja abandonarse a la melancolía porque el Hijo de Dios va a ser condenado a muerte por un juicio inicuo. Entre el viernes de pasión y el domingo de resurrección hay muy poco espacio para tanto contraste. La quema de los judas resulta una catequesis pública para todos los ladrones, los mentirosos y embusteros. Los improperios ante la injusticia provocan indignación. Semana Santa que tanto me hiere y me congoja.
Semana Santa
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