Martes de la Semana Santa: Homilía en la Misa del Santo Crisma


“Proclamar el año de gracia del Señor”

Jesús inicia su misión con una claridad tomada de esta promesa del profeta Isaías, que Él la vive como propia: proclamar el año de gracia del Señor. Tanto en la primera lectura, precisamente del pasaje en el cual Jesús se inspira para llevar a cabo su misión, como en el mismo Evangelio, nos transmiten esta proclamación del año del Señor. Pero también en la segunda lectura del Libro del Apocalipsis del Apóstol San Juan, nos dice: Gracia y paz a ustedes, de parte de Jesucristo, el testigo fiel. Jesús nos concede gracia más gracia, como dice el evangelista Juan en su prólogo; San Pablo también lo afirma diciendo: donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.

Hermanos, este es un año de gracia proclamado por el Papa Benedicto XVI, cuando nos abrió con el Decreto Porta Fidei, El Año de la Fe. No sospechábamos entonces todo lo que vendría a ocurrir en este Año de la Fe, para nosotros transcurrían tranquilamente los días del Pontificado del Papa Benedicto XVI, pero nos sorprende con una decisión que hemos reconocido dentro de la Iglesia y aún fuera de ella, como una opción de gran valentía, de gran honradez, de sencillez y humildad, pero sobre todo, como una opción del Espíritu de Dios. El Papa Benedicto XVI rompió una tradición de más de seis siglos, pero rompió una tradición que se pudiera remontar hasta el inicio de la Iglesia, porque jamás un Papa había renunciado con esta claridad y simplemente por el bien de la Iglesia, no por otras cuestiones de política o de grupos de interés que hubo en las otras renuncias papales; el Papa Benedicto se dejó conducir por el Espíritu de Dios. Cuando una persona se deja conducir por el Espíritu Santo y actúa conforme a Él, detona una cadena de acciones del Espíritu Santo, es como abrir las puertas para que Él entre e intervenga. De ahí, y así lo interpreto, la gran sorpresa que nos ha deparado en la elección de un breve Cónclave, de un hijo de la Iglesia de Latinoamérica, el Papa Francisco; también como la primera decisión del Papa Benedicto dentro y fuera de la Iglesia, lo hemos descubierto como una acción del Espíritu Santo. Mientras se especulaban divisiones, grupos de interés, confrontaciones, al interior del Cónclave se produjo la unidad y la elección rápida en torno a una persona que estamos conociendo en este nivel del pontificado, como una gracia para la Iglesia y para el mundo.

Hoy, estamos en el Año de la Fe, no podemos decir que ahí se cierra la puerta, la puerta ha quedado abierta, depende de nosotros, en el nivel que estemos, en la situación que nos encontremos: quienes somos obispos, quienes son sacerdotes, quienes son diáconos del nivel del Orden Sagrado; con la responsabilidad que tenemos de nuestro ministerio, si abrimos las puertas de nuestro corazón, si abrimos las puertas del Espíritu Santo para que nuestras decisiones y acciones sean conducción del Espíritu Santo, detonaremos en nuestras comunidades una acción y un dinamismo que nos va a sorprender.

Pero también ustedes fieles laicos que nos acompañan como representantes de diversas parroquias, sea en su familia, sea en su comunidad parroquial, o en su equipo de trabajo pastoral, si nos dejamos conducir por el Espíritu, si no buscamos nuestro propio interés, nuestros caprichos, nuestras maneras de entender las cosas e imponerlas sobre los demás; si nos dejamos conducir por el Espíritu, nos sorprenderá, porque es el año de gracia del Señor. A eso estamos llamados, a no ser solamente espectadores de lo que el Espíritu nos está relatando en este momento de la Historia de la Iglesia; estamos llamados a ser partícipes, para que también nosotros seamos herramienta útil y eficaz de la acción del Espíritu a favor de la Iglesia, para que cumpla su misión en el mundo. Eso es lo que estamos celebrando, hoy se cumple esta Escritura, y al igual que Jesús, está en nuestras manos decirlo, hoy se cumple esta Escritura para mí, hoy acepto que debo buscar lo que el Padre quiere de mí para poder ser su hijo muy amado, en quien tiene sus complacencias, para ser miembro de una familia en la que Dios está esperando a que entremos todos, ya que no hay puertas cerradas para nadie. La familia de Dios es para toda la creación, para sus creaturas privilegiadas que somos nosotros los seres humanos. Con este sentido también nosotros debemos escuchar, porque es para nosotros que nos dice el texto del Libro del Apocalipsis: Gracia y paz a ustedes, de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el soberano de los reyes de la tierra; aquél que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que ha de venir.

Con esta confianza de que es Él quien conduce a su Iglesia, nosotros debemos de corresponder a este gran amor. Vamos a celebrar el Triduo Pascual, nos estamos adelantando a Él en unas horas para hacer esta celebración hermosa de la renovación de las promesas sacerdotales, de la institución del ministerio sacerdotal, de la consagración de los Santos Óleos y el Santo Crisma, que se deposita en nuestras manos para que la presencia sacramental de Cristo se realice en nuestras comunidades parroquiales, en esta comunidad diocesana.

Hermanos, estamos llamados para que en este Triduo Pascual recordemos que ese Cristo crucificado se entregó porque nos amó, no hay otra razón; por amor a nosotros, se entregó hasta la muerte y muerte de Cruz, sin aferrarse a su condición divina, sino tomando nuestra propia condición de siervos. Por eso Cristo fue resucitado de entre los muertos y está vivo en medio de nosotros. Con esta confianza en su Palabra, y en que se convierte en alimento para nosotros, vamos a acompañar este signo de nuestro presbiterio, de cada uno de nuestros sacerdotes; este sí renovado que nos transforma en nuevas creaturas, en nuevos ministros para renovar a nuestra Iglesia.

Como se los diré más adelante, ustedes fieles laicos acompáñenos en esta oración, porque es la oración la que nos sostiene en nuestra vocación y misión en la Iglesia y para el bien del mundo.

Que así sea.

+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla
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