Viernes Santo

Todo está cumplido (cfr. Jn 18,1-19,42)

Viernes santo, día que nos invita a fijar la mirada en Cristo, muerto en la Cruz, para comprender que somos infinita e incondicionalmente amados por Dios, creador de cuanto existe. Por eso, el propio Jesús decía a santa Faustina: “La meditación de Mi Pasión te ayudará a elevarte por encima de todo”[1]. Ella meditó y entonces pudo exclamar: “Entendí muchas cosas que antes no había logrado comprender”[2].

Pero ¿qué fue lo que entendió la Secretaria de la Divina Misericordia? Lo que también nosotros podemos comprender: el misterio de Dios y de su amor por nosotros; el misterio de la persona humana, de la vida y de todas las cosas, incluso del sufrimiento; y que vale la pena vivir amando a Dios y al prójimo, aprovechando hasta los vientos contrarios, para alcanzar la felicidad eterna.

“Muchos se horrorizaron al verlo –anunciaba el profeta– ¿A quién se le revelará el poder del Señor?... Por sus llagas hemos sido curados”[3]. Sí, Cristo se humilló por nosotros aceptado incluso una muerte de Cruz[4], para salvarnos con el poder sin igual del amor. Por eso, al llegar al final de su vida terrena, pudo exclamar: “Todo está cumplido”[5].

Él, Dios verdadero que por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María, ha cumplido la voluntad del Padre: amar hasta el extremo de dar la vida para salvarnos del pecado, del mal y de la muerte, y mostrarnos el camino para alcanzar una vida plena en esta tierra y eternamente feliz en el Cielo. ¡Sólo él puede hacernos pasar de “la región de los muertos a la región de la vida”[6], escribe san Efrén! Él nos enseña que “sólo el amor hace entrar en el reino de la vida”[7], como afirmaba el Papa Benedicto XVI.

Fijando la mirada en el crucificado, podemos exclamar con el poeta: “No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido… muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera… pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”[8].

¿Cómo no querer a Dios? ¿Cómo ser indiferentes con quien ha dado su vida para hacer la nuestra plena y eterna? ¿Cómo no seguir su estilo de vida, que da sentido a la nuestra, sin límites ni final? Él, “que ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado”[9], nos comprende y nos demuestra que en la peor de las situaciones, es posible seguir amando a Dios y al prójimo dando lo mejor de nosotros. “Este es Jesús. Este es su corazón atento a todos nosotros”[10], ha dicho el Papa Francisco ¡Confiemos en Él y seamos fuertes y valientes, sabiendo que no quedaremos defraudados![11]

[1] KOWALSKA Faustina, Diario la Divina Misericordia en mi alma, Association of Marian Helpers, Stockbridge, MA, 2004, n. 1184.
[2] Ídem.
[3] Cfr. 1ª Lectura: Is 52,13-53,12.
[4] Cfr. Aclamación: Flp 2, 6-11.
[5] Jn 19, 30.
[6] Sermón sobre nuestro Señor, 3.4.9.
[7] Homilía en la Misa de la Fiesta de la Asunción, 15 de agosto de 2008.
[8] ANÓNIMO, en: www.franciscanos.org/oracion/nomemueve.html.
[9] Cfr. 2ª Lectura: Hb 4,14-16; 5, 7-9.
[10] Homilía en el Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, 24 de marzo de 2013.
[11] Cfr. Sal 30.

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Nacional