Vigilia Pascual 2013

Ha resucitado (cfr. Lc 24, 1-12)

Con amor y gratitud, María Magdalena y otras mujeres iban muy de mañana al sepulcro para preparar el cadáver del hombre de Dios que había dado sentido a sus vidas, pero que ahora yacía inerte tras la injusta muerte de Cruz a la que lo habían condenado, al parecer triunfalmente, sus enemigos. Pero al llegar al lugar, quedaron sorprendidas: la piedra había sido retirada y el cuerpo de Jesús ya no se hallaba ahí. “¿Porqué buscan entre los muertos al que está vivo? –les dicen dos varones con vestidos resplandecientes– No está aquí; ha resucitado”.

Estas palabras, que constituyen la mejor de las noticias, siguen resonando hoy. ¡El Señor ha resucitado! La creación entera ha dado el salto evolutivo más importante y definitivo: ¡La muerte, consecuencia del pecado, el mayor de los sufrimientos, el límite infranqueable, ha sido vencida! Con su resurrección, Jesús ha inaugurado “una nueva dimensión del ser y de la vida”[1], como decía Benedicto XVI. “Jesús en la cruz siente todo el peso del mal –comenta el Papa Francisco–, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la cruz”[2].

Por eso, desde ahora podemos exclamar: “No moriré, continuaré viviendo” (cfr. Aclamación: Sal 117) ¡Sólo Jesús puede hacer nuestra vida plena en esta tierra y eterna en el cielo! De ahí que san Gregorio Nacianceno exclamara: “Si no fuese tuyo ¡Oh Cristo mío! me sentiría criatura finita”[3]. En nuestro bautismo, Jesús nos injertó a sí mismo para que como Él, que resucitó de entre los muertos, llevemos una vida nueva para vivir por siempre con Él (cfr. Rm 6,3-11).

Esta es la noche en la que el Creador (cfr. 1ª Lectura: Gn 1,1.26-31), que ha hecho todo con maestría (cfr. Sal 103), nos hace partícipes de su vida, entregando a su Hijo único, como lo había anunciado por medio de Abraham (cfr. 2ª Lectura: Gn 22,1-9.9-13.15-18) ¡Podemos vivir tranquilos, porque Él no nos abandona a la muerte! (cfr. Sal 15). Como rescató al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, nos libera del pecado, del mal y de la muerte (cfr. 3ª Lectura: Ex 14,15-15,1). Nos lleva a su morada (cfr. Ex 15). Nos dice a cada uno: “mi amor por ti no desaparecerá” (cfr. 4ª Lectura: Is 54, 5-14). ¡Él convierte nuestro duelo en alegría! (cfr. Sal 29). Sólo nos pide que acudamos a Él, decidiéndonos a abandonar el mal camino (cfr. 5ª Lectura: Is 55,1-11).

¿A qué se debe que nos sintamos solos, sometidos a la cautividad de nuestras pasiones y encadenados por tanta gente que nos manipula proponiéndonos estilos de vida superficiales y vacios que no satisfacen? Dios responde: “Es que abandonaste la fuente de la sabiduría. Si hubieras seguido los senderos de Dios, habitarías en paz eternamente… Vuélvete a ella… no entregues a otros tu gloria, ni tu dignidad” (6ª Lectura: Ba 3,9-15.32-4,4). Los mandamientos de Dios reconfortan; son luz en el camino (cfr. Sal 18). Él puede sacarnos de donde nos dispersamos, purificarnos e infundirnos su espíritu para darnos un corazón nuevo que nos haga capaces de cumplir sus mandamientos para vivir unidos a Él (cfr. 7ª Lectura: Ez 36,16-28). Con esta confianza, pidámosle: “Envíame, Señor, tu luz y tu verdad” (cfr. Sal 41 y 42).

Si así lo hacemos, desde hoy podremos resucitar a una vida nueva, y comunicar a la familia, a los amigos y a la gente con la que tratamos, especialmente a los más necesitados, la alegría y la esperanza que nos da Jesús, brindándoles un amor creativo, concreto, solidario y activo, que les ayude a resucitar a una vida plena, capaz de transformar el mundo y de conducirnos a una felicidad sin final.

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla
Secretario General de la CEM

[1] Homilía en la Vigilia Pascual, 15 de abril de 2006
[2] Homilía en el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, 24 de marzo de 2013.
[3] Poemata de ipso.

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Nacional