La Resurección de Cristo: Garantía de Verdad

Muchos hombres y mujeres, maestros, filósofos y pensadores, han existido en todas las épocas y latitudes de nuestro mundo, y han dejado un acervo valioso de pensamiento, reflexiones e ideas, que son un patrimonio de sabiduría, que se acredita como la expresión más noble del ser humano. Esas personas han muerto, han dejado un legado a la humanidad, y de ellos apreciamos sus restos mortales depositados en visitados sepulcros.

En las enseñanzas de Jesucristo, sus contemporáneos admiraron su novedad, su originalidad, su seguridad, e incluso quienes lo percibían con antipatía no dejaron de reconocer lo admirable de su enseñanza. Por ello el más célebre de los historiadores judíos de la antigüedad Flavio Josefo, nos dejo en su obra “Historia de las Antigüedades Judías”, el testimonio del impacto del magisterio de Jesús, así nos refiere hablando de la administración del Procurador Poncio Pilato: “En aquel tiempo apareció un tal Jesús, hombre sabio… el maestro de los hombres que reciben la verdad con alegría”. No cabe duda de la grandeza personal y magisterial de Jesucristo.

Sus discípulos que lo siguieron a tiempo completo durante la vida pública, se entusiasmaron con la profundidad de su mensaje, y también captaron los retos y desafíos que implicaba. Ellos se conmocionaron en la pasión y crucifixión de su maestro y se desalentaron en su trágica muerte. Pero Cristo resucitó, ellos comprobaron que su sepulcro estaba vacío, y él en diversas oportunidades se les manifestó glorioso. Sus seguidores no sólo recobraron el ánimo, sino que en el acontecimiento maravilloso de la resurrección del Señor se les abrieron los ojos y evidenciaron que la vida, persona y enseñanzas de Jesús eran verdad, y una verdad fuera de toda duda; más aún descubrieron que él era verdaderamente el Hijo de Dios Padre y que sus palabras eran palabras de vida eterna, con una dimensión más allá de las sabias palabras humanas.

Ante el acontecimiento de la Resurrección del Señor, los discípulos leyeron el caminar del pueblo de Israel y contemplaron que Jesucristo es la realización y cumplimiento de las aspiraciones y de las promesas, captaron que él era la plenitud de la revelación y la expresión máxima del amor de Dios, pues “tanto amo Dios al mundo que nos envió a su Hijo único, para que vivamos por él” (1 Jn 4, 9). También captaron que el plan salvífico de Dios, de hacer hombres y mujeres nuevos, era un don para todos los pueblos y para todas las razas, que el pueblo de Israel ya había cumplido su misión, y que con Cristo muerto y resucitado, se han derribado los muros y las separaciones, y que ya no hay sino un solo pueblo de Dios, pueblo universal, donde nadie es excluido o extranjero.

A la luz de la Pascua, los discípulos también valoraron más las palabras de Jesús y apreciaron que con él habían llegado a mayor perfección las enseñanzas de Moisés y los Profetas y que para sus seguidores, su doctrina es siempre actual, y debemos hacer el esfuerzo generoso de vivirla. Comprendieron que no sólo debemos evitar el matar, sino toda agresión verbal o mental al prójimo; y que para dar culto agradable al Padre hay que reconciliarnos, con los que tengamos o tengan dificultades con nosotros (cfr. Mt 5, 23 – 24); e igualmente se convirtió en una luz en la vida cotidiana, la novedad de no devolver mal por mal, de evitar la ley del talión “ojo por ojo y diente por diente” y siempre tratar de optar por hacer el bien a los demás, nunca el mal. Con la Pascua de Jesucristo, sus seguidores asumieron el reto de vivir el amor sin límites ni restricciones, a nunca odiar, a perdonar y amar constantemente.

Para los discípulos de ayer y de hoy, la resurrección de nuestro Salvador es principio de vida, y seguridad en nuestra fe, pues “si Cristo no ha resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Cor 15, 17). Demos gracias a nuestro Dios, que Cristo ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación, que vencedor del mal y de la muerte nos redime, nos libera del mal, y nos concede la vida nueva, la vida eterna, que se ha de transparentar en plenitud al final de nuestra propia vida.

Así pues con su resurrección gloriosa y fecunda, Jesucristo acreditó su persona y todas sus palabras y enseñanzas; su evangelio tiene un valor único, valor salvífico que no tienen las enseñanzas de los sabios de este mundo, por ello sus discípulos pudieron afirmar y nosotros con ellos: “Señor ¿a quién vamos a ir?, en tus palabras hay vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tu eres el consagrado de Dios” (Jn 6, 68).

Ruego a nuestro Dios Uno y Trino, que el tiempo venturoso de la Pascua aliente nuestra fe y nos motive a vivir según Cristo, fortalecidos con su gracia santificante, propiciando hogares más armoniosos, trabajos con más dinamismo y justicia, y una sociedad más respetuosa y fraterna. Que así sea. ¡Felices pascuas de resurrección!

†MARIO ESPINOSA CONTRERAS
OBISPO DE MAZATLÁN

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