Domingo de Pascua: Jesús debía resucitar de entre los muertos (cfr. Jn 20, 1-9)

Como en aquel tiempo, también hoy este mundo estupendo luce oscuro a causa de las tinieblas de ideologías contrarias a la verdad, al amor y a la vida. Ante esto, puede sucedernos lo que a María Magdalena, que aunque como señala san Agustín, “amaba fervientemente al Señor”[1], fue al sepulcro influida por la idea de que la muerte había triunfado[2]. ¡Cuántas personas, buenas como ella, han llegado a pensar que la cultura de la muerte es imparable, que nada se puede hacer contra ella! Esa cultura que reduce al ser humano al rango de objeto, y que no respeta su vida, su dignidad, su cuerpo, su sexualidad, su inteligencia, su espíritu, su libertad y sus derechos fundamentales.

Pero al llegar al sepulcro, María Magdalena vio removida la piedra que lo cerraba ¡Cristo ha resucitado! ¡Ha triunfado el amor, la verdad y la vida! Sin embargo, ella no lo entendió. Era tan fuerte la idea que la dominaba, que no pudo ver la realidad. Confundida, llegó a pensar que el poder del mal es tan grande, que además de vencer a Cristo, los enemigos del bien habían eliminado para siempre los restos del Maestro. “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”, dice desconsolada a Pedro y al otro discípulo, a quienes acudió inmediatamente.

También hoy algunos piensan que el relativismo ha vencido a la verdad y que la ha sacado del mundo para siempre ¡Pero Aquel que es la Verdad ha triunfado! Aquellos que unen fe y razón saben leer los signos del Resucitado, como el discípulo que, luego de Pedro, entró en el sepulcro, vio y creyó. Creyó porque comprendió. Eso es la fe; mirar lo que Dios nos ha revelado –a lo que la Iglesia con la guía de Pedro y su sucesor nos conduce–, para comprender el fundamento que nos sostiene.

Entonces podemos exclamar con Pedro: “Somos testigos de esto”[3], conscientes de que la Resurrección de Cristo es un hecho histórico capaz de dar sentido a todas las cosas y de brindarnos esperanza para empeñarnos con amor en la construcción de una familia y de un mundo mejor para todos, sabiendo que, a pesar de los fracasos y las discordias humanas, se va cumpliendo la meta de la historia: la transformación del “caos” en la ciudad eterna donde Dios habita para siempre con nosotros[4].

Gracias a la resurrección de Cristo, la creación ha dado el salto definitivo, “hacia una nueva dimensión del ser y de la vida”[5], como decía Benedicto XVI ¡Por eso celebramos la Pascua![6] ¡Día del triunfo del Señor y nuestro triunfo! Él, la piedra desechada por muchos, es ahora la piedra angular del universo y de la historia[7]. La única “Piedra” que da sentido, plenitud y eternidad a todo. Por eso san Pablo nos dice que, habiendo resucitado con Cristo por el Bautismo, debemos buscar los bienes de arriba, donde está Cristo[8].

Iluminados por el esplendor del Resucitado miremos bien las cosas. Así descubriremos que sólo el amor es omnipotente; el auténtico poder capaz de transformarnos y de transformar nuestra familia y nuestro mundo, y de ofrecernos una vida plena y eternamente feliz. Por eso, el Papa Francisco ha dicho: “Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros; nace del saber que, con él, nunca estamos solos”[9] ¡Cristo ha resucitado! ¡Dios está con nosotros! Nunca más tengamos miedo.

+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla
Secretario General de la CEM

[1] De cons. Evang. 3, 24.
[2] Cfr. SAN GREGORIO, In Evang. hom. 22.
[3] Cfr. 1ª Lectura: Hch 10,34.37-43.
[4] RATZINGER Cardenal Joseph, Fe, verdad y tolerancia, Ed. Sígueme, Salamanca, 2005, p. 39.
[5] Homilía en la Vigilia Pascual, 15 de abril de 2006.
[6] Cfr. Aclamación: 1 Cor 5,7-8.
[7] Cfr. Sal 117.
[8] Cfr. 2ª Lectura: Col 3,1-4.
[9] Homilía en el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, 24 de marzo de 2013.

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