Operación oreja

En mis 26 años de vida religiosa, si algo he tenido claro es que el sacerdocio es una respuesta al amor de Dios a través del servicio al prójimo, sobre todo a los más necesitados sin importar la edad o las circunstancias. ¿Por qué lo digo? Porque me he sorprendido en actitud defensiva en ambientes públicos como autobuses, salas de espera o en algún comercio donde, con bastante frecuencia, las personas nos atrapan, nos cazan para contarnos sus problemas, sus pequeños o grandes dramas. La conclusión obvia es la gran necesidad que acusa la gente de ser escuchada y comprendida. Y amigos, el dejar que el reloj de arena se consuma sin mostrar señales de impaciencia es algo bien difícil. El olvidarse del propio programa, postergar las ocupaciones y tareas para interesarse sinceramente por lo que le sucede al otro, requiere de abnegación y sacrificio. Es difícil porque hay que evitar incluso reacciones tan pequeñas como el mirar el reloj. También me he dado cuenta de que no esperan el consejo brillante, una sugerencia que pueda resolver sus problemas a modo de panacea. Lo que quieren es que se les escuche, compartir con otro lo que llevan por dentro y que precisan sacar porque les ahoga el corazón. Ahora entiendo por qué hay quien hasta paga por ser escuchado. Me atrevo a sugerirlo como una más de las obras de misericordia, bienaventurados los que escuchan, porque serán recibidos en el reino de los cielos.

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