San Adalberto

Date: 
Viernes, Abril 23, 2021

ADALBERTO nació en Bohemia de noble familia y fue bautizado con el nombre de Voytiekh. Sus padres le enviaron a Magdeburgo, donde el arzobispo San Adalberto se encargó de su educación y le dio su propio nombre en la confirmación. A la muerte del arzobispo, el joven retornó a Bohemia con los libros de su biblioteca. Dos años más tarde, fue ordenado subdiácono por el arzobispo Tietmar de Praga, quien murió el año 982. Aunque eratodavía muy joven, Adalberto fue elegido para sucederle. El joven arzobispo había quedado muy impresionado por los escrúpulos que asaltaron a su predecesor en el lecho de muerte sobre el cumplimiento de sus deberes pastorales, por lo que repetía: "Es muy agradable portar báculo y cruz pastoral; pero es terrible tener que dar cuenta de una diócesis al Juez de vivos y muertos." San Adalberto entró descalzo en Praga, donde el rey Boleslao II de Bohemia y todo el pueblo le acogieron con gran júbilo. El primer cuidado del santo fue dividir en cuatro partes las rentas de la diócesis: una para la construcción de iglesias y la fabricación de ornamentos sagrados; otra para el sostenimiento de los canónigos; la tercera para los pobres y la cuarta para el mantenimiento del propio arzobispo, de sus criados y huéspedes.

Después de su consagración en Metz, San Adalberto había conocido a San Mayólo, abad de Cluny, en Pavía y se había contagiado del ideal cluniacense. Pero, por más que predicaba asiduamente y visitaba a los pobres y a los presos, no lograba conseguir gran cosa con su grey. Muchos de sus subditos eran todavía paganos y los otros no eran cristianos más que de nombre. Muy desalentado, San Adalberto fue a Roma el año 990. Un buen obispo no tiene naturalmente derecho de abandonar su diócesis por grandes que sean las dificultades pastorales, pero parece que en el caso de Adalberto había otras razones de orden político.

En Italia conoció San Adalberto al abad San Nilo de Vallelucio, que era de origen griego. Movido por éste, el arzobispo ingresó junto con su hermanastro Gaudencio en la abadía de los Santos Bonifacio y Alejo, en Roma. Pero pronto, el duque Boleslao pidió que volviese el arzobispo, y el Papa Juan XV envió nuevamente a Adalberto a Praga, con la condición de que las autoridades civiles le apoyasen en su tarea. Adalberto fue muy bien recibido. Inmediatamente comenzó a construir la famosa abadía benedictina de Brenov, cuya iglesia consagró el año 993. Pero nuevamente surgieron dificultades, que culminaron cuando una mujer de la nobleza, sorprendida en adulterio, se refugió en la casa del santo para escapar a la pena de muerte con que se castigaba ese crimen en aquellos tiempos. Adalberto le dio asilo en la iglesia de unas religiosas y se enfrentó con los perseguidores, alegando el arrepentimiento de la mujer y el derecho de asilo. Pero éstos penetraron en la iglesia, sacaron a la pobre mujer de su escondite en el altar y la asesinaron ahí mismo. San Adalberto excomulgó a los cabecillas. Esto le creó tales dificultades, que se vio obligado a salir de Praga por segunda vez.

Volvió, pues, el santo a su monasterio de Roma, del que fue nombrado prior. Pero durante un sínodo, el Papa Gregorio V, a instancias del metropolita- no de San Adalberto, San Wiligis de Mainz, le envió nuevamente a Bohemia. El santo se mostró pronto a obedecer, pero quedó entendido que, en caso de que no pudiese entrar en Bohemia, donde los ciudadanos de Praga habían asesinado a varios de sus parientes y quemado sus castillos, se consagraría a predicar el Evangelio a los gentiles. En efecto, si San Adalberto entraba en Praga contra la voluntad de sus conciudadanos, corría el riesgo de provocar nuevos derramamientos de sangre. Así pues, fue a pedir consejo a su amigo, el duque Boleslao de Polonia, el cual le sugirió que enviase a algunos delegados a Praga para averiguar si sus conciudadanos estaban dispuestos a recibirle y prestarle obediencia. El pueblo de Praga amenazó a los delegados y se manifestó indoblegable. Entonces, con la ayuda de Boleslao, San Adalberto se dedicó a evangelizar a los prusianos de Pomerania. Acompañado por Benito y Gaudencio, consiguió convertir a unos cuantos en Dantzig; pero pronto se levantaron sospechas de que eran espías polacos, y fueron expulsados del territorio. Como los misioneros se negasen a abandonar a sus cristianos, fueron condenados a muerte el 23 de abril del año 997. Según la tradición, la ejecución tuvo lugar a corta ditancia de Kónigsberg, en un sitio que se halla entre Fischausen y Pillau; pero lo más probable es que se haya llevado a cabo entre el riachuelo de Elbing y el río Nogat. El cuerpo de Adalberto fue arrojado a las aguas, que le trans- portaron a la costa de Polonia. Fue sepultados en Gnienzno, de donde sus reli- quias fueron trasladadas (por la fuerza) a Praga, en 1039.

Tal vez no se ha puesto todavía suficientemente de relieve la importancia de San Adalberto en la historia de la Europa central. El santo era íntimo amigo del emperador Otón III y parece haber estado de acuerdo con el plan del monarca para la "renovación del Imperio Romano" y la cristianización y unificación de las más remotas regiones de Europa. Adalberto envió misioneros a los pueblos magiares y los visitó personalmente. El rey San Esteban se inspiró remotamente en la figura del santo obispo. San Bruno de Querfurt escribió su biografía y fue su amigo y discípulo, lo mismo que San Astrik, el primer arzobispo de Hungría. El recuerdo de San Adalberto ejerció también profunda influencia en Polonia, donde se le atribuye la fundación de un monasterio en Miedrzyrzecze o en Trzemeszno. Aun en Kiev hay huellas del culto al santo. Su nombre está relacionado con la himnología checoslovaca y polaca. En todo caso, es seguro que el santo no se opuso al empleo de la liturgia eslava de la tradición de San Cirilo y San Metodio, pues la hostilidad contra dicha liturgia surgió medio siglo más tarde, como efecto de la reforma gregoriana. Por encima de todo, San Adalberto fue un hombre de Dios y un mártir que prefirió perder la vida a dejar de dar testimonio de Cristo. La extensión de su culto es la mejor prueba del aprecio que el pueblo le profesa.

Alban Butler - Vida de los Santos