Santo Toribio

Date: 
Martes, Abril 27, 2021

SANTO TORIBIO es, junto con Santa Rosa de Lima, el primer santo del Nuevo Mundo. Cierto que Toribio no nació en América y fue canonizado cincuenta y cinco años después de Santa Rosa, pero ambos vivieron en la misma ciudad, en la misma época, y Toribio confirió a Rosa el sacramento de la confirmación y murió antes que ella. El Perú profesa gran devoción a nuestro santo. Aunque Toribio no fue el primer evangelizador de dicho país, promovió enormemente la causa católica y libró a la Iglesia de los graves abusos que sofocaban su vitalidad y desacreditaban su nombre. Toda la América Latina celebra la fiesta del santo.

Toribio Alfonso de Mogrovejo nació en Mayorga, España, en 1538. Aunque fue muy devoto desde joven, no tenía intenciones de ordenarse de sacerdote e hizo la carrera de leyes. Siendo ya profesor de derecho en la Universidad de Salamanca, llamó la atención de Felipe II, quien le nombró juez principal de la Inquisición, en Granada. Era cosa extraordinaria que un laico ocupase ese puesto, por lo demás tan difícil y desagradable para los laicos como para los clérigos. Pero más sorprendentes todavía fueron los acontecimientos a que dio lugar. Algunos años más tarde, la sede arzobispal de Lima quedó vacante. Toribio había desempeñado con tanta habilidad sus deberes de juez y había mostrado tal espíritu misionero, que el rey decidió enviarle a Lima como arzobispo, ya que era el único hombre con la suficiente fuerza de carácter para acabar con los escándalos que obstaculizaban la conversión de los peruanos.

Sorprendido por la decisión del rey, Toribio escribió al punto al Consejo Real, alegando su incapacidad y apelando a los cánones que prohibían la promoción de los laicos a las dignidades eclesiásticas. Pero sus objeciones cayeron por tierra cuando se le confirieron las órdenes sagradas y la consagración episcopal. Toribio se embarcó inmediatamente y llegó a Lima en 1581. Pronto empezó a comprender cuan difícil era la tarea que se le había confiado. Su diócesis tenía casi 700 kilómetros de costa y penetraba tierra adentro hasta las estribaciones de los Andes, de suerte que las comunicaciones eran sumamente difíciles. Pero más graves que las dificultades geográficas eran las que producía la actitud de los conquistadores respecto de los indios. Fuera de excepciones muy contadas, los colonizadores iban allá con el objeto de hacer fortuna y, para conseguirlo, no tenían el menor escrúpulo en tratar a los indios como esclavos. Las comunicaciones con la metrópoli eran muy lentas. Con ello, los peores abu- sos podían durar años enteros. Por otra parte, el Consejo de Indias no sabía a quién creer. Lo peor era que los colonizadores en muchos casos, parecían haber perdido todo sentido religioso y daban a los indios un desastroso ejemplo de rapacidad y vida disoluta.

Los clérigos eran, con frecuencia, los más desbocados. El primer cuidado del nuevo arzobispo fue restaurar la disciplina eclesiástica. Inmediatamente emprendió la visita de su diócesis y se mostró inflexible con los escándalos del clero. Castigaba la injusticia y el vicio, sin distinción de personas, y empleaba su autoridad para proteger a los pobres de la opresión. Naturalmente, tuvo que sufrir la persecución de las autoridades, las cuales obstaculizaban lo más posible su trabajo, pero la resolución y paciencia del santo acabaron por imponerse. A los que trataban de justificar sus abusos con una interpretación torcida de la ley divina, el santo respondía con las palabras de Tertuliano: "Cristo dijo: Yo soy la verdad. No dijo: Yo soy la costumbre". El arzobispo consiguió desarraigar muchos abusos y fundó numerosas iglesias, monasterios y hospitales. En 1591, fundó en Lima el primer seminario del Nuevo Mundo.

Hasta edad muy avanzada siguió estudiando los dialectos indígenas para poder hablar a los indios sin necesidad de intérprete. Con ese método, logró innumerables conversiones. Para instruir a su grey, pasaba a veces dos o tres días en sitios en que no le podían ofrecer ni cama, ni comida suficiente. El santo obispo visitó toda su extensa diócesis. Cuando alguien trataba de disuadirle, alegando las dificultades geográficas o el peligro de los bandoleros, Santo Toribio respondía que Cristo no había tenido miedo de hacerse hombre para salvarnos y que, por consiguiente, el hombre no debía temer los peligros por Su gloria. Aun cuando se hallaba de viaje, celebraba todos los días la misa con intenso fervor y se confesaba diariamente con su capellán. Santo Toribio confirió la confirmación, no sólo a Santa Rosa, sino también a San Martín de Porres y al Beato Juan Macías. A partir de 1590, contó con el apoyo del franciscano San Francisco de Solano, otro gran misionero, cuyos ardientes sermones sobre la podredumbre espiritual de Lima alarmaron tanto al pueblo, que el virrey tuvo que rogar al arzobispo que calmase a los habitantes. La caridad de Santo Toribio era ilimitada. Sabía muy bien que la altivez española impedía que los pobres manifestasen a otros sus necesidades y aceptasen limosnas de sus conocidos; así pues, él se dedicaba a ayudarles discretamente, sin que los beneficiarios supiesen de quién venía el socorro.

A los sesenta y ocho años, Santo Toribio cayó enfermo en Pacasmayo, muy al norte de Lima. Sin doblegarse ante la enfermedad, llegó todavía hasta la ciudad de Santa, donde comprendió que su fin estaba próximo. Hizo, pues, su testamento, por el que dejó a sus criados sus efectos personales y, a los pobres el resto de sus propiedades. El santo pidió a quienes le asistían que le condujesen a la iglesia a recibir el viático y, después, recibió la extremaunción en el lecho. Murió el 23 marzo de 1606, en tanto que los presentes entonaban el salmo: "Mi corazón se llenó de gozo cuando me dijeron que iremos a la casa del Señor." Fue canonizado el 23 de marzo de 1606.

Alban Butler - Vida de los Santos