ROBERTO DE Molesmes, uno de los fundadores de la Orden Cisterciense, nació hacia 1024, en el seno de una noble familia, cerca de Troyes, en Champagne. A los quince años, tomó el hábito benedictino en Moutier-la-Celle. Tan rápidos fueron sus progresos, que se le nombró prior antes de terminar el noviciado, aunque era el más joven de toda la comunidad. Más tarde, fue nombrado abad de la filial de San Miguel de Tonnerre, donde la disciplina se había relajado un tanto. En vano había luchado por reformar el convento, cuando unos ermitaños del bosque de Collan le rogaron que fuese a instruirles en la regla de San Benito. El santo habría aceptado de buena gana, pero sus monjes no le dejaron partir y, poco después, hubo de volver a Moutier-la-Celle. Entre tanto, los ermitaños habían pedido la autorización de Roma y el Papa Alejandro II, nombró a Roberto superior de la comunidad. Una de las primeras tareas del santo fue hacer que la comunidad emigrase de Collan, que era un lugar malsano, al bosque de Molesmes. Ahí se construyeron, en 1075, varias celdas de madera y un modesto oratorio.
La austeridad y pobreza de los monjes eran tan grandes, que con frecuencia no tenían qué comer. Pero pronto empezó a divulgarse por los alrededores la fama de su santa vida. Encabezados por el obispo de Troyes, los magnates de la localidad se disputaban el honor de proveer a las necesidades de los monjes, y el número de novicios comenzó a aumentar. Pero la prosperidad no resultó benéfica; algunos de los candidatos eran ineptos para la vida religiosa, y los pequeños abusos en materia de pobreza produjeron, poco a poco, una relajación de la disciplina. Desalentado ante la desobediencia de sus subditos, Roberto se retiró durante algún tiempo a una ermita. Pero sus monjes, que no habían prosperado durante su ausencia, le llamaron nuevamente a Molesmes y prometieron obedecerle fielmente. Sin embargo, como sólo habían llamado a su abad movidos por intereses temporales, el retorno de Roberto no produjo frutos duraderos. Un reducido grupo de la comunidad, encabezado por San Alberico y San Esteban Harding, pidió permiso a San Roberto de emigrar a otro sitio, donde pudiesen vivir a la altura de su vocación. San Roberto se mostró pronto a seguirles y juntos, fueron a Lyon a consultar al arzobispo Hugo, que era delegado pontificio. El prelado no sólo aprobó el proyecto, sino que los animó a abandonar Molesmes y a perseverar en su resolución de practicar, en todo su rigor, la regla de San Benito. Así pues, Roberto renunció oficialmente al báculo abacial y partió, con otros veinte monjes, a Cistercium (Citeaux), una región boscosa, bañada por un riachuelo, a cinco leguas de Dijon. Ahí empezaron a construir, el 21 de marzo de 1098, algunas cabanas de madera y se comprometieron a seguir, en toda su pureza, la regla de San Benito. Walterio, obispo de Chalón, elevó la nueva fundación a la categoría de abadía y nombró abad a Roberto. Tales fueron los orígenes de la gran Orden del Cister.
Un año más tarde, los monjes de Molesmes enviaron una delegación a Roma, para pedir que Roberto volviese a la abadía. Argüían que la disciplina religiosa había decaído mucho desde su partida y que el bien de las almas y la prosperidad de la abadía dependían del retorno de Roberto. El Papa Urbano II dejó la decisión en manos del arzobispo Hugo. San Roberto volvió, pues, a Molesmes con otros dos monjes, "a los que no les gustaba la soledad de Citeaux". Parece que San Roberto se alegró también de partir del Cister, pero más tarde, lo lamentaba en una carta que escribió a los cistercienses: "Os entristeceríais mucho si pudiese yo usar mi lengua como pluma, mis lágrimas como tinta y mi corazón como papel . . . Mi cuerpo está aquí por obediencia, pero mi alma está con vosotros". Sin embargo, el retorno de Roberto a Molesmes produjo frutos sazonados, pues los monjes habían aprendido ya la lección y se mostraron sumisos a Roberto hasta su muerte, ocurrida el 21 de marzo de 1110, cuando tenía noventa y dos años.
Alban Butler - Vida de los Santos