EL PRIMER párrafo del Martirologio Romano, el 6 de mayo, dice lo siguiente: "En Roma, la conmemoración de San Juan ante Portam Latinam, el cual, por orden de Domiciano, fue llevado prisionero de Efeso a Roma. El senado le condenó a morir en un caldero de aceite hirviente, frente a
dicha Puerta; pero el santo salió de la prueba más fuerte y joven que antes." La frase "más fuerte y joven" ("purior atque vegetior") se halla en el Adversus Jovinianum (i, 26) de San Jerónimo, quien la tomó, a su vez, de Tertuliano {De praescriptionibus c. 3 6 ) . Alban Butler, que sigue en esto a los bolandistas y a los críticos de su tiempo, como Tillemont, no discute la historicidad del hecho y considera a San Juan como mártir. Resumimos a continuación su artículo.
Cuando Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que no habían comprendido aún el misterio de la cruz y la naturaleza del Reino de Cristo, se valieron de su madre para pedir al Señor que les colocase en el sitio de honor el día de su triunfo, Jesucristo les preguntó si estaban dispuestos a beber su cáliz. Ambos hermanos aseguraron audazmente al Señor que estaban prontos a sufrirlo todo por su causa. Entonces, Jesucristo les predijo que su sinceridad sería puesta a prueba y que compartirían con El su cáliz de la Pasión. En el caso de Santiago, que murió a manos de Herodes, la profecía se cumplió literalmente. La iglesia celebra el día de hoy la manera especial como se cumplió la profecía en el caso de San Juan. A decir verdad, el discípudo amado, que quería tanto a su Maestro, había participado ya del cáliz del Señor en el Calvario. Pero la profecía de Cristo iba a cumplirse, todavía, de un modo especial, que le valdría el mérito y la corona del martirio. El instrumento del que el Señor se sirvió para cumplir su palabra, cincuenta años más tarde, fue Domiciano, el último de los doce cesares.
Domiciano, que se distinguió entre los emperadores romanos por la crueldad de su tiranía, desató la segunda persecución. San Juan era el último superviviente de los Apóstoles y era objeto de la más grande veneración de parte de los cristianos de Efeso, desde donde gobernaba las iglesias de Asia. Ahí fue arrestado y enviado prisionero a Roma, hacia el año 94. Sin tener en cuenta la avanzada edad y la bondad de la víctima, el emperador le condenó a una forma de muerte especialmente salvaje. Probablemente los verdugos, de acuerdo con la costumbre romana, azotaron a San Juan antes de echarle en el caldero de aceite hirviente. Sin duda que el santo estaba lleno de gozo ante la perspec- tiva de dar su vida por la fe y de ir a reunirse con su Maestro. Dios aceptó su sacrificio y, en cierto sentido, cumplió su deseo, concediéndole el mérito del martirio, pero suspendió el efecto del fuego, como lo había hecho en el caso de los tres jóvenes que fueron arrojados al horno en Babilonia. El aceite hirviente se transformó en un baño refrigerante. Viendo esto, Domiciano, que era muy dado a la magia y que, según la tradición, había tenido ya la ocasión de presenciar otro milagro, cuando Apolonio de Tiana compareció ante él, se contentó con desterrar al Apóstol a la isla de Patmos. Según parece, durante el reinado de Nerva, quien fue mucho más benigno que su predecesor, San Juan volvió a Efeso, donde murió apaciblemente.
Ciertamente, la localización del pretendido milagro frente a la Puerta Latina, es inexacta, ya que dicha Puerta pertenecía a la muralla que construyó Aureliano dos siglos después. La mención más antigua de esta fiesta es la del Sacra- mentario del Papa Adriano, a fines del siglo VIII. Existe una iglesia de San Juan ante Portam Latinam, en el sitio en que el Papa Adriano construyó la primera, cuya dedicación tuvo lugar probablemente en la fecha de hoy. Mons. Duchesne piensa que la elección del 6 de mayo para celebrar esta fiesta está relacionada con la conmemoración que hace el calendario bizantino de un milagro de San Juan, en Efeso, el 8 de mayo. En el Missale Gothicum hay una misa de San Juan Evangelista que se celebraba seguramente en mayo, poco después de la festividad de la Invención de la Cruz. Según parece, el dato del aceite hirviente proviene de las "Actas de San Juan", apócrifas, pero muy antiguas, de las que sólo han llegado hasta nosotros algunos fragmentos.
Alban Butler - Vida de los Santos