YA QUE el pueblo estaba convencido de que San Miguel Arcángel no sólo era el capitán de las huestes celestiales y un gran protector, sino el arbitro de la suerte de los hombres en su paso hacia la eternidad (cf. 29 de septiembre), era imposible que las numerosas oraciones que el pueblo cristiano elevaba a tan poderoso intercesor, no llegasen a manifestarse en forma externa y pública. Cualquier leyenda milagrosa relacionada con San Miguel bastaba para cristalizar en una forma determinada la devoción latente de los cristianos. Hay algunos indicios de que, en tiempos muy antiguos, se atribuían a San Miguel las maravillas obradas en las fuentes termales de Frigia, especialmente en Hierápolis. Parece cierto que ya en el siglo IV, había cerca de Cons- tantinopla una iglesia dedicada al Arcángel, probablemente en la época de Constantino, el primer emperador cristiano. La devoción a San Miguel nació en el oriente; pero hay pruebas de que, desde época muy antigua, se había construido una basílica en honor del Arcángel cerca de Roma, en la Vía Salaria. El primer misal romano, llamado el "Leonianum", contiene varias misas, relacionadas, según parece, con ése u otros santuarios de Roma, dedicados a San Miguel; dichas misas ocurren a fines de septiembre. Es imposible determinar si la dedicación del santuario del Monte Gárgano, en Apulia, donde predominaba la influencia griega, tuvo lugar en una época anterior. Según la leyenda escrita, resumida en el Breviario, la dedicación se llevó a cabo en tiempos del Papa Gelasio (492-496). Un toro extraviado, que escapó de los establos de algún propietario rico, se refugió en una cueva cerca de la cumbre de la colina conocida con el nombre de Monte Gárgano. En el curso de la búsqueda, San Miguel manifestó, por medio de ciertos portentos, su deseo de que se le consagrara aquel sitio. Se cuenta que ocurrieron numerosos milagros en la cueva, donde había una fuente a la que se atribuían propiedades curativas. Es evidente que el santuario se hizo pronto muy famoso en todo el occidente, pues uno de los más antiguos manuscritos del Hieronymianum lo menciona a propósito de la fiesta de San Miguel Arcángel el 29 de septiembre. En Inglaterra, la colección anglosajona de sermones, conocida con el nombre de "Blicling Homilies", escrita a fines del siglo X, relata los acontecimentos de la cueva del Monte Gárgano. Citemos una traducción moderna de dicho documento: "De la misma piedra del techo de la iglesia, en el costado norte del altar, brotaba un agua clara y sabrosa, de la que se servían los habitantes del lugar. Junto a la fuente, colgado de una cadena de plata, había un vaso de cristal que recogía las gotas de agua. El pueblo, después de recibir la comunión, acostumbraba subir la escalera que conducía hasta el vaso para gustar ese líquido celestial." Este documento es un excelente testimonio de que, mucho antes de que se suprimiese la comunión bajo las dos especies, existía la costumbre de beber un poco de agua después de haber recibido la Preciosa Sangre, ya por separado, ya en la hostia mojada en el cáliz, como se hace todavía en el oriente.
Alban Butler - Vida de los Santos