Santa Joaquina de Mas y Vedruna

Date: 
Sábado, Mayo 22, 2021

LA NOBLE familia de Vedruna, muy conocida y respetada en Cataluña, estaba representada, a fines del siglo XVIII, por Don Lorenzo de Vedruna. Vivía este caballero en Barcelona, con su esposa, Teresa Vidal. Tenían ocho hijos. El quinto de ellos, Joaquina, nació en 1783. Joaquina no se distinguía en nada de los otros niños de su edad. Era simplemente una niña devota, seria e inteligente. Sus biógrafos cuentan que era muy industriosa y que le encantaba remendar medias; pero no todos los niños industriosos llegan a santos. Tampoco se puede decir que el atractivo que Joaquina experimentaba por la vida religiosa fuese excepcional, aunque es cierto que no todas las niñas de doce años piden ser admitidas en un convento del Carmelo, como lo hizo Joaquina.

Como quiera que fuese, Joaquina conoció, en 1798, al hombre que iba a ser su esposo. Este fue testigo en el matrimonio de Josefina, la hermana de la santa. Teodoro de Mas era un joven abogado barcelonés, de buena familia quien, en una época, había pensado en hacerse franciscano. Es probable, por lo demás, que los biógrafos hayan exagerado la oposición de los padres de ambos futuros cónyuges a sus deseos de abrazar la vida religiosa, puesto que Teodoro de Mas hizo, muy decididamente la corte a Joaquina. Una de las nietas de Teodoro, religiosa de la Visitación en Madrid, cuenta que el joven vacilaba entre las tres señoritas de Vedruna: Teresa, Francisca y Joaquina. Para salir de dudas, se presentó en la casa de las de Vedruna con una caja de peladillas. Teresa y Francisca se burlaron del obsequio, que consideraban como infantil; en cambio, Joaquina exclamó encantada: "¡Yo quiero las almendras!" Eso le ganó el corazón de Teodoro.

El matrimonio tuvo lugar en 1799, cuando Joaquina tenía dieciséis años.

Al principio, Joaquina estaba muy decaída, al pensar que había sido infiel a su vocación religiosa. Para animarla, su esposo le dijo que, después de traer al mundo y educar a sus hijos, ambos podrían retirarse al convento. "Así nos consolábamos mutuamente", dijo más tarde Joaquina a una amiga. Dios les concedió, nada menos, que ocho hijos. La primogénita, Ana, nació en 1800; le siguió José, en 1801; después vinieron Francisco e Inés. Napoleón I invadió España cuando Inés tenía tres años. Para poner a salvo a su familia, Teodoro de Mas la trasladó de Barcelona a Vich y, en seguida, partió a combatir al invasor. Las tropas francesas cruzaron los Pirineos y se dirigieron a Vich; cuando los habitantes evacuaron la ciudad, Joaquina partió con sus hijos a Montseny, acompañada de dos sirvientas y un muchacho. Pensaban pasar la noche en la llanura de La Calma; pero súbitamente apareció una mujer montada en un borrico y condujo a Joaquina a una casa que se hallaba más lejos, cuyos dueños recibieron hospitalariamente a la comitiva. La mujer desapareció tan misteriosamente como había aparecido. Esa noche, los franceses acamparon en La Calma. Nadie pudo identificar a la misteriosa mujer, y Joaquina creyó siempre que había sido la Santísima Virgen.

En aquellos días turbulentos, nació el quinto de los hijos de la santa, CarIota, quien murió poco después. Francisco siguió pronto a la tumba a su hermanita. Después, la familia pudo volver a Vich, donde nacieron Teodora, en 1810 y Teresa, en 1813. Ese mismo año, Teodoro de Mas se retiró del ejército y volvió con los suyos a Barcelona. Ahí nació dos años después la última de sus hijas, Carmen. Por muchas dudas que haya tenido Joaquina sobre su vocación, lo cierto es que supo ganarse el amor de su esposo y el cariño y respeto de sus hijos. Y es de notar que, cuando su hija Inés manifestó deseos de entrar en el convento, Joaquina respondió firmemente: "No. Dios te quiere casada. Otras dos de tus hermanas serán religiosas". Así sucedió. Teodora fue religiosa cisterciense, aunque un joven emprendió contra ella (y perdió) un proceso ante la corte episcopal de Tarragona, acusándola de faltar a la promesa que le había hecho de contraer matrimonio con él. Otros procesos muy diferentes atribularon y acarrearon grandes pérdidas a la familia Mas. Los autores de dichos procesos eran dos hermanos de Teodoro de Mas y otros parientes.

Un día de septiembre de 1815, cuando toda la familia se hallaba sentada a la mesa, Joaquina tuvo súbitamente una visión de su esposo muerto y oyó una voz que le decía: "Dentro de unos cuantos meses quedarás viuda". Joaquina no dijo nada a nadie y trató de resignarse a la voluntad de Dios y olvidar la visión. En enero del año siguiente, Teodora fue a Vich. Su marido le escribía cartas muy cariñosas y parecía gozar de perfecta salud. Sin embargo, murió dos meses después, a los cuarenta y dos años de edad, cuando Joaquina tenía treinta y tres.

Joaquina pasó los primeros siete años de su viudez en Manso del Escorial, cerca de Vich, entregada al cuidado de sus hijos, a la oración y a la atención de los enfermos del hospital. Vestida con el hábito de terciaria franciscana, llevaba una vida de mortificación y pobreza. "¡Pobre señora!, decían los vecinos. Con la muerte de su esposo ha perdido la cabeza". En 1823, se casaron dos de los hijos: José e Inés y, algo más tarde, José y su esposa se llevaron consigo a las dos hermanas más jóvenes a su casa de Igualada. Joaquina escribía: "Jesús: Tú sabes lo que quiero para mis hijos. No te asustes de la debilidad de mi corazón, pues soy madre; precisamente por ello acudo a tu protección". Joaquina no olvidó nunca a sus hijos en los días turbulentos que iba a vivir por Cristo y por los pobres; siguió siempre en contacto con ellos y todavía se conservan las cartas que les escribía con motivo del día de su santo.

En 1820, en circunstancias extraordinarias, Joaquina había conocido a un capuchino, el P. Esteban Fábregas, originario de Olot, quien le había dicho que no debía ingresar en ningún convento, pues Dios quería que fundase una congregación encargada de la enseñanza de la juventud y del cuidado de los enfermos. Seis años más tarde, la santa recibió el hábito de manos de Mons. Pablo Corcuera, obispo de Vich. Dicho prelado había aprobado la fundación de la congregación y la había puesto bajo el patrocinio de Nuestra Señora del Carmen. Esto último decepcionó al P. Esteban, quien hubiese querido que la congregación se afiliase a su orden. Una de las personas que más se interesaron en la- fundación, fue un hombre muy influyente, José Estrada, quien conservó una estrecha amistad con las carmelitas de la caridad hasta el fin de su vida. El P. Esteban redactó las reglas, y los seis primeros miembros de la comunidad se establecieron en Manso del Escorial. Las religiosas vivían en suma pobreza y no en todas partes fueron bien recibidas. Un día que Joaquina pidió una limosna a la marquesa de Portanova, la dama replicó: "No quiero mezclar mi nombre a esta empresa absurda". Sin embargo, a los pocos meses se inauguró un hospital en Tárrega.

La congregación se extendió en Cataluña. Ahí tuvieron lugar todas las fundaciones que se hicieron en vida de la santa. Las guerras carlistas y la actitud antirreligiosa del gobierno liberal retardaron un tanto el desarrollo de la congregación. Las carmelitas de la caridad, que asistieron a los heridos de los dos bandos, tuvieron que refugiarse después en Francia. Al cruzar los Pirineos, la madre Joaquina recibió ayuda de un joven misterioso; creía ella, después, que se trataba de San Miguel Arcángel. El destierro en Perpignan duró tres años. En el otoño de 1843, las religiosas pudieron volver a España. Entonces empezó el período más fructífero en cuanto a la extensión de la nueva congregación se refiere.

A principios del año siguiente, la fundadora y las religiosas más antiguas hicieron la profesión definitiva. El sacerdote que recibió sus votos, en nombre de la Iglesia, fue San Antonio Claret, quien desempeñó un importante papel en la historia de las carmelitas de la Caridad, durante los últimos años de la vida de la santa. En 1850, se dejaron sentir los primeros síntomas de la parálisis que iba a inmovilizar a Joaquina. Entonces, el vicario capitular de Vich, Mons. Casadevall, le aconsejó que renunciase al gobierno de la congregación. En 1851, tomó su dirección el P. Esteban Sala y más tarde, el monje benedictino Dom Bernardo Sala. Aunque la santa conservaba todas sus facultades mentales, ocupó con gran humildad y ecuanimidad su puesto de simple religiosa. El P. Sala que era un hombre de grandes cualida- des, declaró que la santa era siempre "el alma, la cabeza, el corazón y el ser mismo de la congregación".

La salud de Joaquina decayó lentamente durante cuatro años, a medida que la parálisis se apoderaba de sus miembros. En los últimos meses ya no podía moverse ni hablar y parecía haber perdido el uso de sus facultades, excepto cuando le administraban la comunión. Pero lo que la llevó a la tumba, el 28 de agosto de 1854, fue una epidemia de cólera. Su cuerpo fue más tarde trasladado a la capilla de la casa madre de las carmelitas de la caridad, en Vich. Joquina fue solemnemente beatificada en 1940.*

Santa Joaquina estuvo casada diecisiete años. Tenía treinta y tres años y seis hijos vivos cuando murió su esposo. A los cuarenta y dos años de edad, fundó la Congregación de las Carmelitas de la Caridad y murió a los sesenta y un años, después de fundar conventos, escuelas y hospitales en toda Cataluña. Esto basta para probar que se trataba de una mujer excepcional, dotada de una fe y una caridad extraordinarias. Alguien ha aplicado a la santa el elogio que Bossuet hizo de la princesa palatina: "Murió junto con su esposo, al dejar en la tumba de éste todos los lazos que la unían al mundo y, desde entonces, se entregó incesantemente a la oración y el amor total de su verdadero Esposo, Jesucristo". Las religiosas de la congregación vieron varias veces a'la santa elevarse del suelo mientras hacía oración en la capilla, con el rostro resplandeciente. El espíritu de oración, la confianza en Dios y el olvido de sí misma infundieron el mérito a sus obras. Joaquina de Mas y de Vedruna fue digna sucesora de otras viudas, como Paula, Brígida de Suecia, Isabel de Hungría, Francisca Romana, Juana de Chantal y Bárbara Acarie, que supieron consagrar fecundamente su viudez a Dios. Fue canonizada por S.S. el Papa Juan XXIII el 12 de abril de 1959.

Alban Butler - Vida de los Santos