Unámonos en un solo corazón para trabajar por la paz

de Alberto Suárez Inda
Arzobispo de Morelia

Domingo 26 de mayo de 2013

En los noticieros nacionales se ha dado relieve en estos días a la problemática que vivimos en Michoacán y a las acciones que ha implementado el Gobierno Federal en coordinación con las autoridades estatales. Se trata en verdad de una situación de emergencia que ya no era posible tolerar.

Muchas voces se han oído, algunas más clamorosas, otras casi como un murmullo a causa del temor, pidiendo como un SOS la intervención de quienes tienen la responsabilidad de garantizar la libertad y dar seguridad a los ciudadanos. Los Obispos de Michoacán, haciéndonos eco de la población, emitimos la semana pasada un mensaje dirigido al Pueblo de Dios, el cual se publica en este mismo Semanario.

Ahora puedo decir que hoy es motivo de fundada esperanza el ver señales claras de que finalmente se quiere poner remedio. Quiero resaltar el discurso claro y sin ambages del Secretario de Gobernación y del Secretario de la Defensa, reconociendo la magnitud y gravedad de los problemas que, aunque parecen focalizados en algunos poblados, repercuten en todo el territorio estatal y más allá de sus límites.

Interpretando el sentir de mis hermanos Obispos y de muchas personas, expreso también la confianza de que puedan dar resultados positivos los primeros pasos de una nueva estrategia, los nombramientos de funcionarios en puestos clave y la coordinación con el Gobierno local.

Como ya expresábamos en nuestro mensaje, el pueblo reclama más que “declaraciones mediáticas, soluciones efectivas en el mismo lugar de los hechos y con la participación de las mismas personas de los lugares más afectados”. No bastan analgésicos, hay que sanar de raíz el mal resolviendo lo que es causa de tanta injusticia.

Exhorto a los católicos, a todos los que comparten la fe en Cristo y a todas las personas de buena voluntad, a que nos unamos en un solo corazón con el propósito de trabajar por la paz y la reconciliación. Invito a la conversión sincera; todos, de alguna manera, somos cómplices con nuestras injusticias y egoísmos, o quizá con la pasividad y cobardía.

Oremos insistentemente al Señor Jesús diciéndole: Tú eres nuestra paz, mira nuestra patria dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad. Consuela el dolor de los que sufren. Da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan. Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte.

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Nacional