GILLERMO FITZHERBERT, conocido también como Guillermo de Thwayt, fue, según se afirma, el hijo de una hermanastra del rey Esteban, llamada Emma y del conde Herbert, tesorero de Enrique I. Desde su temprana juventud, se dice, Guillermo fue nombrado tesorero de la iglesia de York. Al parecer, en su trabajo fue un tanto indolente, pero en lo personal era simpático y gozaba de una gran popularidad, por lo cual, en 1140, a la muerte del arzobispo Thurston, de York, se le eligió para ocupar el puesto vacante. Sin embargo, se puso en tela de juicio la validez de la elección a instancias de Walter, el archidiácono de York, y varios abades del Cister y priores de los agustinos, quienes acusaban a Guillermo de simonía, de faltas a la castidad y de haberse valido de una indebida influencia por parte del rey. Esteban lo invistió con los poderes temporales de la sede, pero Teobaldo, el arzobispo de Canterbury, no se atrevió a consagrarlo; las partes en disputa llevaron ej caso a Roma, donde los acusadores recurrieron sobre todo al cargo de intromisión en la sede. El Papa Inocencio decidió que la elección podría declararse válida, si el deán de York, que también se llamaba Guillermo, se avenía a comparecer ante un tribunal presidido por el obispo de Winchester y el delegado pontificio, Enrique de Blois, para jurar que el Capítulo no había recibido ningún mandato del rey.
El deán Guillermo, que por entonces acababa de ser consagrado obispo de Durham, no prestó el juramento (probablemente no lo hizo para evitar el perjurio). Sin embargo, como consecuencia de otra carta del Papa, cuyos orígenes son inciertos y algo sospechosos, Guillermo Fitzherbert pudo dar las satisfacciones pedidas por Enrique de Winchester, quien lo consagró debidamente. Los clérigos y el pueblo de York le dieron una calurosa bienvenida, y gobernó a su diócesis relativamente bien, con la preocupación principal de mantener la paz entre sus fieles, sin que por ello fuese capaz de conservarla para sí. Sus opositores no habían perdido de vista la oportunidad de combatirlo, y Guillermo, como dice un cronista, por su manera de tomar las cosas a la buena de Dios y sus principios de no pensar mal de los demás, cometió un error del que inmediatamente se valieron sus enemigos. No hizo ningún arreglo para recibir el palio que el Papa Lucio II le había enviado por manos de su delegado, el cardenal Imar de Tusculum. El Pontífice Lucio murió cuando el palio no había sido entregado aún, y el cardenal se lo llevó de regreso a Roma. Con el fin de obtener el palio, Guillermo se vio obligado a viajar a Roma y vendió o empeñó algunas de las riquezas de York para pagar sus gastos. Pero el nuevo Papa, Eugenio III, pertenecía al Cister y se hallaba enteramente bajo la influencia de San Bernardo de Clairvaux, quien siempre había apoyado vigorosamente la causa de los opositores de Guillermo. Así, a pesar de que la mayoría de los cardenales estaban en su favor, Guillermo fue suspendido, en base a que el obispo de Durham no había tomado el juramento prescrito por Inocencio II. Después de aquel veredicto, el suspendido arzobispo de York se acogió a la hospitalidad de su pariente, el rey Rogelio de Sicilia. Pero en Inglaterra, los partidarios de Guillermo, tan pronto como las noticias sobre la decisión del Papa llegaron a York, se agruparon para lanzar un ataque en forma a la abadía de Fountains, en la que tanto Enrique Murdac como el Papa Eugenio habían sido monjes, dañaron los edificios e incendiaron los campos; los atacantes se apoderaron del archidiácono Walter y, después de maltratarlo, los mutilaron. Estos actos criminales perjudicaron más todavía la causa de Guillermo y, en 1147, el Papa lo depuso. Inmediatamente después, Enrique Murdac fue designado arzobispo de York en su lugar.
Al regresar a Inglaterra, Guillermo se refugió en la casa de su tío, Enrique de Winchester, quien le trató con todos los honores; pero el infortunio había regenerado al prelado depuesto. A partir de entonces, despreció el lujo y la riqueza a que estaba acostumbrado y decidió llevar una austera vida de penitencia en el monasterio de la catedral. Así permaneció en Winchester durante seis años. Posteriormente, en el año 1153, murieron en un lapso de tres meses, el Papa Eugenio, San Bernardo y Enrique Murdac. Inmediatamente, Guillermo se fue a Roma para suplicar al Papa Anastasio IV que le devolviese la sede. El Pontífice le otorgó la petición y además le confirió el palio antes de que regresara a Inglaterra.
En mayo de 1154, San Guillermo hizo su entrada en York entre las demostraciones jubilosas del pueblo. Por el peso de la multitud que se había congregado para darle la bienvenida, se rompió el puente de madera sobre el Ouse, y mucha gente cayó al río. En vista de que todas las víctimas del accidente fueron rescatadas sin haber sufrido el menor daño, se proclamó que el hecho había sido un milagro obrado por las oraciones del restablecido arzobispo. Guillermo no demostró ningún resentimiento contra sus adversarios y, casi en seguida, hizo una visita a la abadía de Fountains y prometió hacer las reparaciones a todos los daños que sus violentos partidarios habían causado. Sin embargo, no vivió lo bastante para realizar sus proyectos. Hacía apenas un mes que estaba de regreso en York, cuando le atacaron fortísimos dolores después de celebrar una misa y, en pocos días, el 8 de junio, murió. El nuevo archidiácono de York, llamado Osberto, debió comparecer ante el tribunal del rey, acusado de haber suministrado veneno al arzobispo. El caso llegó hasta la Santa Sede, pero no hay ningún indicio sobre la decisión: la culpabilidad o la inocencia de Osberto seguirá siendo un misterio para siempre.
En 1284, el cuerpo de San Guillermo fue trasladado desde una capilla a la nave central de la catedral, en presencia del rey Eduardo I y la reina Eleonora. A pesar de que las reliquias no fueron destruidas en la época de la Reforma y se pudieron conservar hasta el siglo XVIII, después desaparecieron por completo. En su catedral se conserva su memoria en un ventanal inmenso, uno de los tres famosos "muros de cristal" de York, en él se plasmaron, con vidrios de colores, escenas de la vida y milagros de Guillermo, complementadas con otras imágenes que pertenecen a la historia de San Juan de Beverly y a la de San Juan de Bridlington. El Papa, Honorio III canonizó a San Guillermo en 1227, luego de hacer una detenida investigación de las mil y una maravillas que, supuestamente, se han producido en su tumba. En las diócesis del norte de Inglaterra, se celebra su fiesta hasta hoy.
Alban Butler - Vida de los Santos