2013-06-16 L’Osservatore Romano
La vida cristiana debe ser siempre inquieta y nunca tranquilizadora. Ciertamente no es «una terapia terminal para dejarnos en paz hasta el cielo». Es necesario proceder como san Pablo y testimoniar «el mensaje de la auténtica reconciliación», sin preocuparse demasiado por las estadísticas o por hacer prosélitos: es «de locos pero es bello», porque «es el escándalo de la cruz». El Papa volvió a hablar de reconciliación y de ardor apostólico en la homilía de la misa celebrada el sábado 15 de junio, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.
Base de la reflexión del Pontífice, como es habitual, las lecturas del día, en especial la segunda carta de Pablo a los Corintios (5, 14-21), «pasaje un poco especial —dijo— porque parece que Pablo arranca en cuarta. Está acelerado, va con cierta velocidad. El amor de Cristo nos posee, nos impulsa, nos apremia. Precisamente esta es la velocidad de Pablo: cuando ve el amor de Cristo no puede permanecer quieto». Así san Pablo es de verdad un hombre que tiene prisa, con «el afán por decirnos algo importante: habla del sí de Jesús, de la obra de reconciliación realizada por Jesús y también de la obra de reconciliación» de Cristo y del apóstol.
El Papa Francisco hizo notar también que en la página paulina «se repite cinco veces la palabra reconciliación. Cinco veces: es como un estribillo». Para decir con claridad que «Dios nos ha reconciliado con Él en Cristo». San Pablo «habla también con fuerza y con ternura cuando dice: yo soy un embajador en nombre de Cristo». Pablo, luego, al proseguir su escrito, parece casi arrodillarse para implorar: «Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios». Es como si dijera: «bajad la guardia» para dejaros reconciliar con Él.
«La prisa, la premura de Pablo —afirmó una vez más el Pontífice— me hace pensar en María cuando, tras recibir el anuncio del ángel, parte deprisa para ayudar a su prima. Es la prisa del mensaje cristiano. Y aquí el mensaje es precisamente el de la reconciliación». El sentido de la reconciliación no está simplemente en juntar partes diversas y lejanas entre sí. «La auténtica reconciliación es que Dios en Cristo tomó nuestros pecados y se hizo pecado por nosotros. Y cuando vamos a confesarnos, por ejemplo, no es que decimos el pecado y Dios nos perdona. Nosotros encontramos a Jesucristo y le decimos: esto es tuyo y yo te hago pecado otra vez. A Él le gusta, porque ésta fue su misión: hacerse pecado por nosotros, para liberarnos».
Este es «el misterio que hacía seguir adelante a Pablo con celo apostólico, porque es algo tan maravilloso: el amor de Dios que entregó a su hijo a la muerte por mí. Cuando Pablo se encuentra ante esta verdad dice: Él me amó, fue a la muerte por mí. Este es el misterio de la reconciliación». La vida cristiana —siguió explicando el Pontífice— «crece sobre este pilar y nosotros en cierto sentido lo devaluamos» cuando lo reducimos al hecho de que «el cristiano debe hacer esto y luego debe creer en aquello». Se trata, en cambio, de llegar «a esta verdad que nos mueve, a este amor que está en el seno de la vida cristiana: el amor del Padre que en Cristo reconcilia al mundo. Es Dios, en efecto, quien reconcilia consigo al mundo en Cristo, no imputando a los hombres sus culpas y confiándonos la palabra de reconciliación. Cristo nos ha reconciliado. Esta es la actitud del cristiano, esta es la paz del cristiano».
Los filósofos «dicen que la paz es una cierta tranquilidad en el orden. Todo ordenado, tranquilo. Esa no es la paz cristiana. La paz cristiana —insistió el Papa Francisco— es una paz inquieta, no es una paz tranquila. Es una paz inquieta que avanza para llevar este mensaje de reconciliación. La paz cristiana nos impulsa a seguir adelante; y este es el comienzo, la raíz del celo apostólico».
Según el Papa Francisco «el celo apostólico no es avanzar para hacer prosélitos y estadísticas: este año aumentaron los cristianos en tal país, los movimientos. Las estadísticas son buenas, ayudan, pero hacer prosélitos no es lo que Dios más quiere de nosotros. Lo que el Señor quiere de nosotros —precisó— es precisamente el anuncio de la reconciliación, que es el núcleo de su mensaje: Cristo se hizo pecado por mí y los pecados están allí, en su cuerpo, en su ánimo. Esto es de locos, pero es bello: es la verdad. Este es el escándalo de la cruz».
El Papa concluyó su homilía pidiendo la gracia de que el «Señor nos dé esta urgencia para anunciar a Jesús; nos dé la sabiduría cristiana, que nace precisamente de su costado traspasado por amor». Y que «nos convenza también de que la vida no es una terapia terminal para estar en paz hasta el cielo. La vida cristiana se conduce por el camino, por la vida, con esta premura de Pablo. El amor de Cristo nos posee, nos impulsa, nos apremia. Con esta emoción que se siente cuando uno ve que Dios nos ama».