El arte de amar a los enemigos

2013-06-19 L’Osservatore Romano
Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y nos hacen sufrir es difícil; ni siquiera es un “buen negocio”, porque nos empobrece. Sin embargo este es el camino indicado y recorrido por Jesús para nuestra salvación. De ello habló el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada el martes 18 de junio, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae. Concelebraron, entre otros, el cardenal Giuseppe Versaldi, presidente de la Prefectura para los Asuntos económicos de la Santa Sede, quien acompañaba a algunos colaboradores de la Oficina. Entre los presentes se contaban también empleados de los Museos Vaticanos.

Durante la homilía el Pontífice recordó que la liturgia propone en estos días reflexionar sobre los paralelismos entre «la ley antigua y la ley nueva, la ley del monte Sinaí y la ley del monte de las Bienaventuranzas». Entrando en el núcleo de las lecturas —de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (8, 1-9) y del evangelio de Mateo (5, 43-48)—, el Santo Padre se detuvo en la dificultad del amor a los enemigos, preguntándose cómo es posible perdonar: «También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en enemigos de otros; no les queremos. Jesús nos dice que debemos amar a los enemigos».

No se trata de una tarea fácil y generalmente «pensamos que Jesús nos pide demasiado. Pensamos: “Dejemos estas cosas a las monjas de clausura que son santas o a alguna otra alma santa”». No es la actitud justa. «Jesús —recordó el Papa— dice que se debe hacer esto porque sino sois como los publicanos, como los paganos, y no sois cristianos». Ante los numerosos dramas que afectan a la humanidad es difícil hacer esta opción —admitió—: en efecto, ¿cómo se puede amar «a quienes toman la decisión de bombardear o matar a tantas personas? ¿Cómo se puede amar a aquellos que por amor al dinero no permiten que las medicinas lleguen a quien la necesita, a los ancianos, y les dejan morir?». Aún más: «¿Cómo se puede amar a las personas que buscan sólo su interés, su poder y hacen tanto mal?».

No sé «cómo se puede hacer —expresó el Obispo de Roma—. Pero Jesús nos dice dos cosas: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Nuestro Padre, por la mañana, no dice al sol: “Hoy ilumina a estos y a estos; a estos no, déjales en sombra”. Dice: “Ilumina a todos”. Su amor es para todos, su amor es un don para todos, buenos y malos. Y Jesús concluye con este consejo: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”». Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en «la perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles. Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los Olivos», cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza.

«La venganza —dijo al respecto el Pontífice— es ese plato tan rico cuando se come frío»; y por ello esperamos el momento preciso para realizarla. «Pero esto —alertó— no es cristiano. Jesús nos pide amar a los enemigos. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos». La oración hace milagros; y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, «alguna pequeña enemistad». Entonces es necesario rezar, porque «es como si el Señor viniera con el óleo y preparara nuestro corazón para la paz».

Pero «ahora desearía dejaros una pregunta, a la cual cada uno puede responder en su corazón —dijo el Papa a los presentes—: ¿rezo por mis enemigos? ¿Rezo por quienes no me quieren? Si decimos que sí, yo os digo: ¡adelante!, reza más, porque éste es un buen camino. Si la respuesta es no, el Señor dice: ¡pobrecillo! También tú eres enemigo de los demás. Entonces es necesario rezar para que el Señor cambie su corazón».

El Papa alertó luego sobre actitudes que tienden a justificar la venganza según el grado de la ofensa recibida, del mal hecho por los demás: es decir, la venganza según el principio del «ojo por ojo, diente por diente». Debemos mirar más el ejemplo de Jesús: «Conocéis, en efecto, la gracia de la que habla hoy el apóstol Pablo: de rico que era, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros llegarais a ser ricos por medio de su pobreza. Es verdad: el amor a los enemigos nos empobrece, nos hace pobres, como Jesús, quien, cuando vino, se abajó hasta hacerse pobre». Tal vez no es un “buen negocio” —agregó el Pontífice— o al menos no lo es según la lógica del mundo. Sin embargo «es el camino que recorrió Dios, el camino que recorrió Jesús» hasta conquistarnos la gracia que nos ha hecho ricos.

Este «es el misterio de la salvación: con el perdón, con el amor hacia el enemigo nos hacemos más pobres. Pero esa pobreza es semilla fecunda para los demás, como la pobreza de Jesús llegó a ser gracia y salvación para todos nosotros. Pensemos en nuestros enemigos, en quien no nos quiere. Sería hermoso si ofreciéramos la misa por ellos, si ofreciéramos el sacrificio de Jesús por quienes no nos aman. Y también por nosotros, para que el Señor nos enseñe esta sabiduría: tan difícil pero también tan bella, y que nos hace semejantes a su Hijo, quien al abajarse se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza».