ENTRE los muchos piadosos varones que siguieron el ejemplo de San Cutberto y se hicieron ermitaños en la solitaria isla de Farne, frente a las costas de Nortumbria, Bartolomé fue uno de los más notables, puesto que, durante más de cuarenta y dos años, llevó una vida de santidad y penitencia en aquellas rocas áridas donde anidaban las bandadas de aves marinas. Bartolomé era un hombre de las regiones del norte, natural de Whitby. Sus padres, que tal vez eran de origen escandinavo le llamaron Tostig, pero al ver que aquel apelativo hacía reír a las gentes, lo cambiaron por el de William. En su primera juventud, el muchacho decidió viajar y se fue a Noruega, donde permaneció el tiempo suficiente para recibir la ordenación sacerdotal. Entonces regresó a casa y, poco después, se trasladó a Durham, donde tomó el hábito de monje y el nombre de Bartolomé. Una visión que tuvo de San Cutberto, le inspiró a dedicar a Dios el resto de su vida, en la misma celda que había ocupado el santo en la isla de Farne.
Al llegar a la isla, encontró a otro ermitaño instalado ahí, un tal hermano Ebwin, quien se mostró muy disgustado por el arribo de Bartolomé, le acusó de intruso y emprendió una verdadera persecución para lograr que abandonase la isla. Bartolomé no hizo ningún intento para responder a las injurias del hermano Ebwin, pero sí le dio a entender claramente que había venido para quedarse y, al poco tiempo, el otro se retiró, dejándole como único dueño de la celda de San Cutberto. Bartolomé llevó desde entonces una existencia de extrema austeridad, semejante a la que practicaban los padres del desierto. Años más tarde, se unió a él un antiguo prior de Durham llamado Tomás; pero fue imposible la convivencia. Es triste decirlo, pero la causa principal de sus disputas era la ración de alimentos. Tomás no se conformaba con lo poco que comía Bartolomé, y las cosas llegaron a tal extremo, que el primero acusó al segundo de hipocresía, de ocultar los alimentos para comerlos a solas y de fingir su extraordinario ascetismo. Bartolomé quedó tan resentido por aquellas críticas, que abandonó la isla y regresó a Durham, no obstante que Tomás le pidió disculpas. Permaneció con los monjes hasta que el obispo le ordenó regresar a Farne, donde tuvo lugar una patética reconciliación entre los dos ermitaños. Bartolomé recibió el anuncio de su próxima muerte, lo comunicó a los monjes de Durham y, varios de ellos acudieron a Farne y le acompañaron cuando murió, en la fecha prevista.
Bartolomé fue sepultado en Farne y dejó una gran reputación de santidad y de obrar milagros en su tumba, pero no hay ninguna prueba de que se le haya tributado un culto litúrgico.
Alban Butler - Vida de los Santos