SE CONSERVA la mayor parte de la obra literaria de San Máximo de Turín, pero es muy poco lo que se sabe acerca del autor. Parece que vino al mundo alrededor del año 380 y, por referencias extraídas de algunos de sus escritos, se conjetura que era natural de Vercelli, o de algún otro lugar en la provincia de Recia. El escritor declara que, hacia el año de 397, presenció el martirio de tres obispos misioneros de Anaunia, en los Alpes Réticos. El historiador Genadio, en su "Libro de Escritores Eclesiásticos", que completó hacia los fines del siglo quinto, describe a San Máximo, obispo de Turín, como a un profundo estudioso de la Biblia, un predicador diestro en instruir al pueblo y el autor de muchos libros, algunos de cuyos títulos menciona. La nota concluye al señalar que la actuación de San Máximo floreció particularmente durante los reinados de Honorio y de Teodosio el Joven. En realidad, el obispo sobrevivió a esos dos soberanos, puesto que, en el año 451, asistió al sínodo de Milán, presidido por su metropolitano, San Eusebio y, con la participación de otros prelados del norte de Italia, firmó la carta dirigida al Papa San León el Grande para declarar la adhesión de la asamblea a la doctrina de la Encarnación, tal como se expuso en la llamada "Epístola Dogmática" del Papa. También estuvo presente San Máximo en el Concilio Je Roma, en 465. En los decretos emitidos en esa ocasión, la firma de San Máximo, figura inmediatamente después de la del Pontífice San Hilario y, como por aquel entonces se daba precedencia por la edad, es evidente que San Máximo era muy anciano. Se supone que murió poco después de aquel Concilio.
La colección que se hizo de sus supuestas obras, editadas por Bruno Bruni en 1784, comprende unos 116 sermones, 118 homilías y 6 tratados; pero esta clasificación es muy arbitraria y, posiblemente, la mayoría de las obras citadas deban atribuirse a otros autores. Son particularmente interesantes por darnos a conocer algunas costumbres extrañas y pintorescas de la antigüedad sobre las condiciones en que vivían los pueblos de la Lombardía, en la época de las invasiones de los godos. En una de sus homilías describe la destrucción de Milán por las hordas de Atila; en otra, habla de los mártires Octavio, Solutor y Adventus, cuyas reliquias se conservan en Turín. "Debemos honrar a todos los mártires, recomienda; pero especialmente a aquellos cuyas reliquias poseemos, puesto que ellos velan por nuestros cuerpos en esta vida y nos acogen cuando parlimos de ella". En dos homilías sobre la acción de gracias inculcaba el de- ber de elevar diariamente las preces al Señor y recomendaba los Salmos como los mejores cánticos de alabanza. Insistía en que nadie debía dejar las oraciones de la mañana y la noche, así como la acción de gracias, antes y después de las comidas. Máximo exhortaba a todos los cristianos para que hiciesen el signo do la cruz al emprender cualquier acción, puesto que, "por el signo de Jesucristo (hecho con devoción) se pueden obtener bendiciones sin cuento sobre lodns nuestras empresas". En uno de sus sermones, abordó el tema de los festejos un tanto desenfrenados del Año Nuevo y criticó la costumbre de dar regalos a los ricos, sin haber repartido antes limosnas entre los pobres. Más adelante, en esa misma prédica, atacó duramente a "los herejes que venden el perdón de los pecados" cuyos pretendidos sacerdotes piden dinero por la absolución de los penitentes, en vez de imponerles penitencias y llanto por sus culpas.
Alban Butler - Vida de los Santos