2013-07-24 L’Osservatore Romano
Con los brazos extendidos para abrazar a «toda la nación brasileña en su compleja riqueza humana, cultural y religiosa», el Papa Francisco, a las pocas horas de su llegada a Río de Janeiro, ya conquistó a todos. Un clima de festiva animación, como en los estadios al ritmo de samba, acogió el paso del cortejo papal en el tramo recorrido desde el aeropuerto internacional Galeão “Antonio Carlos Jobim” —donde aterrizó a las 16 horas del lunes 22 de julio (cuando en Italia eran las 21)— hasta la residencia de Guanabara, sede de la ceremonia oficial de acogida.
Dos alas de multitud incontenible escoltaron el coche a lo largo del recorrido, ralentizando su paso y en tramos incluso deteniendo la marcha. El Pontífice usó un pequeño coche monovolúmen y luego el jeep descubierto, antes de que las autoridades brasileñas le aconsejasen subir al helicóptero en el antiguo estadio del equipo de fútbol Fluminense para llegar a la zona del palacio de Guanabara, donde se estaba realizando una marcha política que no tenía nada que ver con la visita papal.
El mar de jóvenes que llevaban las «marelinhas», como llaman en estas tierras a las camisetas amarillas de la nacional, ofrecía un panorama impresionante, junto con las banderas, los fulares y los sombreros agitados al paso de los vehículos que llevaban a bordo al Santo Padre y al séquito.
Con su energía extraordinaria, las pocas horas transcurridas en público en el primer día le permitieron entrar en sintonía con los brasileños. Como dijo en su primer discurso, ante la presidenta Rousseff, el Papa llegó a «llamar suavemente a la puerta» del corazón de los jóvenes. Pero a través de ellos también a las familias y a las comunidades de pertenencia, añadió, volviendo a proponer ese «pacto» entre antiguas y nuevas generaciones deseado durante el encuentro con los periodistas durante el vuelo.
Como conclusión de la larga y fatigosa jornada, el Papa Francisco se trasladó a la residencia de Sumaré, donde se aloja toda la semana y pasó la jornada del martes 23.
De nuestro enviado, Gianluca Biccini