Enciende el fuego de la fe para disipar las sombras

de Oscar Armando Campos Contreras
Obispo de Tehuantepec

Queridos hermanos, queridas hermanas:

Nuevamente el Señor nos permite estar en esta casa en donde la Imagen bendita de Santa María de Guadalupe nos reúne como hijos de una misma familia para alimentar el fuego de nuestra fe; al sentir, como el indio Juan Diego, que cada uno de nosotros somos el "hijo pequeño y delicado que estamos bajo su cuidado".

Nuestra acción de gracias por la vida y por la fe

Aquí estamos para dar gracias, con la alegría de encontrarnos con los hermanos; es un gozo cantar y oír los cantos, como Juan Diego, en este maravilloso lugar, para recordarnos que la presencia de Dios provoca siempre una gran alegría en el corazón y que esa alegría se comparte con los hermanos. No podemos negar el gozo de la vida, aún en medio de múltiples dificultades. Con el don de la vida hemos recibido la capacidad de amar y ser amados. Hemos recibido una familia, padres, hermanos, hijos, sobrinos, nietos; amigos, gente que nos quiere y que nos ha hecho el bien. Con ellos y muchas veces por ellos hemos podido recorrer el camino de la vida superando, con su ayuda, problemas que nos parecían bastante difíciles. ¡Cómo no agradecer a Dios todo el bien que hemos recibido hasta hoy!

Todavía más, con la vida y con todos aquellos que nos aman, nosotros los cristianos hemos recibido la fe en Jesucristo. Esta fe a la que nos condujo de una forma muy particular el amor materno de María la madre de Jesús Nuestro Señor. Ella nos ha ayudado a descubrir la luz de la fe en nuestra vida personal, como lo hizo con nuestros antepasados. Nadie puede negar que nuestros pueblos indígenas originarios recibieron con mayor disposición la fe en Jesucristo, por medio de María de Guadalupe. Ha sido esta fe la que ha ayudado a caminar en la búsqueda de Dios mismo a tantas generaciones; ha sido esta la fe que ha colaborado en la construcción de nuestra patria, desde que el manto amoroso de la Virgen nos cubrió como hijos pequeños necesitados de su protección. Ella nos sigue ayudando a encontrarnos con Jesucristo para alimentar y proyectar en nuestra vida la luz de una verdadera fe que nos permita avanzar en medio de tantas sombras que nos amenazan. ¡Cómo, pues, no venir a este Santuario, a agradecer la fe! ¡Aquí estamos porque creemos y queremos renovar nuestra fe, ante la bendita imagen de la Virgen de Guadalupe! Aquí estamos porque reconocemos que Ella, la madre del Señor, es la imagen misma de la fe perfecta. Isabel, su prima, le dirá: "Dichosa tu que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".

Hoy, aquí en este Santuario que es nuestra casa, venimos a compartir la alegría de la fe. Por eso bien decimos en las letanías del Santo Rosario: "¡Causa de nuestra alegría, Ruega por nosotros!" El amor que nos provoca su Imagen es causa de nuestra alegría y de nuestra confianza en el inmenso amor de Dios hacia nosotros sus hijos. Ese amor que Dios nos ha hecho comprender a través de su Hijo Jesucristo que se entregó por nosotros es el amor que la Virgen quiere que arda en nuestro corazón para que podamos superar nuestros sufrimientos y la tristeza se transforme en gozo.

Nuestra súplica ante el dolor personal, familiar y social que vivimos.

Porque aquí estamos también con los sufrimientos de nuestro corazón. Sufrimientos que muchas veces se convierten en lágrimas que sólo la Madre sabe consolar. Y precisamente porque sabemos que su presencia es fuente de consuelo, como cuando se dirigió presurosa a las montañas de Judea, a cuidar a su prima Isabel, así también queremos nosotros que nos cuides y nos consueles. Por eso hemos llegado hasta estas tierras benditas del Tepeyac con nuestras enfermedades físicas muchas, y con otras tantas enfermedades del alma, porque nuestro corazón fácilmente se daña por el orgullo, el odio, la soberbia, la mentira, el engaño, la búsqueda de dinero fácil, el deseo de placer y de poder.

A Juan Diego, el encuentro con Nuestra Señora le permitió confiar en la curación de su tío Juan Bernardino, de igual manera nosotros confiamos las penas de nuestra vida, nuestras preocupaciones personales y familiares; y también las que son fruto de la sociedad enferma en la que vivimos. Porque con dolor tenemos que reconocer que la ausencia de Dios, fuente de vida, en el corazón humano está enfermando la vida social, deteriorando la vida de hombres y mujeres, de niños, de jóvenes, de ancianos; deteriorando las relaciones de familia y la vida del matrimonio; corrompiendo los valores humanos y degradando la dignidad misma de las personas hasta convertirlas en mercancía que puede venderse por dinero. Una sociedad alejada de Dios que fabrica sus propios ídolos y los adora aunque estos la conduzcan a la muerte. La injusticia, reflejada en la impunidad ante el delito; la pobreza económica que convertida en miseria no da esperanzas de desarrollo a los jóvenes; la ignorancia en el campo educativo que favorece la manipulación de diferentes grupos; la violencia que se extiende en distintos ambientes causada por el crimen o los rencores sociales, ante un pueblo que se siente cada vez más desprotegido; todos estos son síntomas de una sociedad enferma que necesita ser urgentemente atendida. Como Juan Diego venimos ante ti para decirte que nos preocupa nuestra familia y nuestra sociedad.

Necesitados de Cristo para una liberación integral

Tú, Madre nuestra de Guadalupe, has venido a nuestra tierra a darnos confianza. Tú has dicho: "No se turbe tu corazón no temas esta enfermedad, ni alguna otra enfermedad o angustia". Somos tus hijos y nos has dicho: "¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?" Por eso estamos aquí. Tu imagen anima nuestra confianza, nos enciende en la fe que hemos recibido en el Bautismo. Sabemos y creemos que donde estás tú está también tu Hijo Jesucristo se hace presente. Su presencia, la fuerza de su Espíritu en nuestra vida, nos anima a trabajar unidos para vencer el mal. Él ha venido "a anunciar la buena nueva a los pobres, a dar vista a los ciegos y libertad a los oprimidos". A curar a los enfermos dañados, en lo más profundo de su corazón por el mal.

Aquí estamos con nuestras enfermedades, con nuestras dolencias. Somos esos enfermos, esos pobres y esos ciegos. Ayúdanos a encontrarnos con Jesucristo para que nos libere de nuestras enfermedades y cegueras que nos impiden reconocernos como hijos de Dios, que nos impiden vernos como hermanos. Ayúdanos Madre a encontrarnos con tu Hijo Jesucristo para descubrir que sólo el inmenso amor de Dios nos puede curar de todo mal. Porque sin conocer a Cristo podemos equivocarnos fácilmente en el camino; sin la luz de Jesucristo cualquier engaño tiene apariencia de verdad; si Cristo no alimenta el amor en nuestra vida, el corazón se marchita en el egoísmo y se destruye a sí mismo en el resentimiento y el odio. Ayúdanos Madre, tu presencia ha encendido en nuestra patria desde hace casi quinientos años la luz de la fe. No permitas que se apague esa fe que nos ayuda a caminar y puede "iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte". Esa luz que nos puede conducir y "guiar nuestros pasos por el camino de la paz". ¡La luz de Jesucristo!

Con humildad queremos reconocer que hemos descuidado nuestra relación con tu Hijo. Hemos confundido muchas costumbres religiosas que alimentan gozos pasajeros, con la fe viva que nos compromete a seguir a tu Hijo por encima de nuestros intereses egoístas. Hemos dejado de escuchar su Palabra y de alimentarnos con sus sacramentos. Hemos dejado de vivir como verdaderos cristianos en nuestras familias y en todos los ambientes. Nos hemos vuelto indiferentes al amor mismo que el Padre nos ofrece en su Hijo Jesucristo. Poco a poco hemos ido sacando a Dios de nuestra existencia. Y, una sociedad sin Dios camina, necesariamente enferma, entre las sombras de la muerte.

Necesitamos encontrarnos con Cristo para ser discípulos misioneros.

Ante tus plantas, querida Virgen de Guadalupe, en este Año de la Fe, venimos a pedirte que no nos dejes de tu mano. Condúcenos hasta el encuentro con Cristo Jesús. Estamos urgidos de la Vida que tu Hijo nos ofrece. Ayúdanos a encontrarnos con Él. En este momento nos vienen bien las palabras del Documento de Aparecida: "los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo, desde la contemplación de quien nos ha revelado en su misterio la plenitud... (de nuestra) vocación humana... Necesitamos hacernos discípulos dóciles para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y la plenitud de la vida. Y necesitamos, al mismo tiempo, que nos consuma el celo misionero para llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo, (el) sentido... completo de la vida humana que ni la ciencia, ni la política, ni la economía, ni los medios de comunicación (pueden) proporcionarle". (DA 41).

Aunque la sociedad crea que puede actuar con sus capacidades técnicas y científicas como si Dios no existiera, nunca llenará los más profundos anhelos de verdad y de amor del corazón humano. Pues, como se afirma en ese mismo Documento: "Solo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano" (Cfr. DA 42).

¡Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, oh Clemente, oh Piadosa, oh Dulce siempre Virgen María! Que este encuentro en este Santuario bendito, nos encienda y nos haga verdaderos misioneros. Testigos de Cristo en todos los ambientes. Queremos llevar el fuego de la fe a nuestras familias para que conociendo a Cristo se fortalezca la unidad y el diálogo; queremos que nuestras parroquias sean verdaderas comunidades cristianas que crecen en la fraternidad y en la preocupación por los que sufren, por los más pobres; queremos iniciar verdaderos procesos de evangelización que nos ayuden a profundizar nuestra fe cristiana; queremos ser una Diócesis misionera que va hacia los más alejados, a los jóvenes, a los que se sienten solos, a los que desconocen a Jesús tu Hijo amado; queremos ser cristianos que por la fortaleza que proviene de la fe somos capaces de colaborar en la construcción de una nueva sociedad en la que superando los conflictos, busquemos juntos el bien común ayudándonos mutuamente. Sabemos que la fe nos invita a trabajar unidos, superando nuestras diferencias, para que la injusticia, la violencia, la pobreza, la ignorancia sean desterradas de nuestras comunidades para vivir con la dignidad de los hijos de Dios.

Por todo eso le diremos al Padre, llenos de confianza, en esta Eucaristía: queremos presentarte como ofrenda nuestra vida y todo lo que somos a fin de que este sacrificio de Cristo nos de la fuerza de tu Espíritu, que necesitamos para vivir como verdaderos hijos de la Virgen María, discípulos y misioneros de su Hijo Jesús. Amén.

Basílica de Guadalupe 24 de julio de 2013

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Nacional