El Papa también recordó a los Abuelos en su día

2013-07-26 Radio Vaticana
(RV).- El Cristo Redentor del Corcovado, que acoge con sus brazos extendidos a quien llega a esta Ciudad maravillosa ha dejado de esconderse tras las nubes que por fin decidieron disiparse, después de tantos días, dejando la lluvia atrás…

Y bajo un sol que va perdiendo su timidez el Papa Francisco no ha tenido un minuto libre con todas las actividades de este viernes: Comenzó con la Santa Misa que rezó de modo privado en la Residencia de Sumaré, en cuya homilía recodó a los abuelos, siguiendo la liturgia que nos presenta a Santa Ana y a San Joaquín, los padres de la Virgen María y, por tanto, los abuelos de Jesús.

La apretada agenda papal prosiguió con la confesión de cinco jóvenes (tres de Brasil, uno de Venezuela y uno de Italia) en la Quinta da Boa Vista, cuyos confesionarios blancos, recuerdan vagamente las tiendas de un campamento indio… También mantuvo un breve encuentro, a puertas cerradas, en el palacio arzobispal de San Joaquín con algunos jóvenes reclusos: no dicen que fueron seis muchachos y dos muchachas, que llegaron acompañados por sus asistentes y cuya situación representa otra de esas tantas “periferias existenciales” de las que nos habla este Papa Pastor.

Antes de rezar el ángelus desde el balcón central del palacio arzobispal Francisco saludó a los miembros del Comité organizador de esta XXVIII Jornada Mundial de la Juventud junto a los benefactores.

Y concluyó la mañana almorzando, como es tradicional en cada JMJ, con doce jóvenes, un muchacho y una muchacha por continente, más otros dos del país anfitrión. El almuerzo se realizó en el Salón del palacio arzobispal, en compañía del Arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro, Mons. Orani Joao Tempesta.

También en esta ocasión el Papa nos regaló tantas, nuevas, imágenes, semejantes sí a las ya vistas tanto en la - desde aquí lejana - Plaza de San Pedro, como en las calles recorridas en esta gran ciudad.

Y si bien la seguridad del Papa impuso, en algunos trayectos, que el automóvil en que viajaba lo hiciera a velocidad sostenida, para llegar puntualmente a cada una de las etapas programadas, Francisco no dudaba en bajar la ventanilla para saludar a su paso a esas tantas hileras de fiesta que esperaban tan sólo verlo pasar a lo largo de las avenidas…

Pero una vez en el papamóvil, no ahorró besos ni caricias, a niños y bebés, ni abrazos prolongados, como hemos visto, con una anciana en medio de la multitud - nos gusta pensar que se trate de una abuela - con quien el Papa conversó sonriente durante algunos instantes, mientras con su mano derecha le tocaba la frente…

Las manos. Las manos del Papa Francisco, del “Pastor de todos”, como lo han bautizado aquí, se suman a la expresión de su rostro, de su sonrisa y de sus ojos, brillantes y perspicaces. Son esas manos las que realizan los gestos que tanto acercan al pueblo y a su Obispo, en ese diálogo que él mismo deseó al inicio de su pontificado…

Manos que se entrelazan, como las redes de los pescadores. Manos que a veces se tocan furtivamente, logrando ese ansiado momento, y manos que no logran “despegarse” ante un contacto tan especial, e inusual, como es tocar las manos del Sucesor de aquel Pescador que conoció, amó y aprendió el sentido de la vida de su Maestro. Nuestro Maestro, a quien Francisco no deja de presentar. ¡También con sus manos!

¡Cuánta paciencia! Ante las innumerables manifestaciones de afecto. ¡Cuánta entrega ante tantas manos y brazos tendidos, como las ramas de los árboles y de los arbustos llevadas en dirección del viento…

Y el Espíritu, lo sabemos,… sopla donde quiere. Aunque sin ser caprichoso.

En estos días ha soplado fuertemente aquí, en Río, alternando fuerza y poder. Pero también lo ha hecho con suavidad, con esa brisa ligera… ¡Cuán ligeros se sentirán los corazones de los jóvenes que recibieron, de esas manos, el sacramento del perdón! ¡Cuán ligeros se sentirán esos otros corazones, que viven “enjaulados”, y que hoy tocaron esas manos, las manos de quien ha sido elegido para darnos a todos la riqueza más grande, también y sencillamente, a través de estos gestos que no dejan de enamorar (Desde Río de Janeiro, María Fernanda Bernasconi, RV)