No SABEMOS nada de cierto acerca de estos mártires de Roma. Según la leyenda, Simplicio y Faustino, que eran hermanos, se negaron a ofrecer sacrificios a los dioses. Por ello fueron golpeados, torturados, decapitados y sus cadáveres fueron arrojados al Tíber. Otra versión afirma que perecieron ahogados en ese río. Su hermana Beatriz recuperó los cadáveres y los sepultó en el cementerio de Generosa, en el camino de Porto. Beatriz vivió durante siete meses con una mujer llamada Lucina, pero fue denunciada como cristiana por su vecino Lucrecio, que codiciaba sus propiedades. El juez ordenó a Beatriz que sacrificase a los dioses, a lo que ella replicó valientemente que era cristiana y que no estaba dispuesta a adorar a los demonios. Por ello, fue estrangulada en la prisión, en la noche del 11 de mayo, y recibió sepultura junto con sus hermanos. Dios se encargó de castigar a Lucrecio: cierta vez, mientras celebraba una fiesta con las rentas de la propiedad que había robado, un niño de pecho se irguió súbitamente en el regazo de su madre y exclamó: "¡Lucrecio, eres un ladrón y un asesino; el demonio se ha apoderado de tu alma!" Al punto el acusado entró en agonía y falleció tres horas después. En el siglo Vil el Papa León II trasladó las reliquias de los tres mártires a la iglesia de Santa Bibiana y más tarde a Santa María la Mayor. La fiesta de estos mártires se celebra con la de San Félix (véase el artículo siguiente).
Alban Butler - Vida de los Santos