ESTOS DOS mártires, que eran persas, confesaron valientemente la fe de Cristo durante la persecución de Decio. Por haber ayudado a sus correligionarios y sepultado los cuerpos de los mártires, fueron llevados presos a Roma. En vez de ofrecer sacrificios a los dioses, escupieron a los ídolos. Entonces fueron arrojados a las fieras. Pero, como ni los leones, ni los osos les hiciesen daño alguno, fueron despedazados por los gladiadores. Cuanto más los gladiadores herían y golpeaban sus cuerpos, tanto más se embellecían sus almas ante los ojos de Dios. Los cristianos de Roma no los consideraron como extranjeros, sino como hermanos en la esperanza de una misma Patria. Los cuerpos de los mártires fueron sepultados durante la noche en la casa de un subdiácono llamado Quirino. En el reinado de Constantino sus reliquias fueron trasladadas al cementerio de Ponciano (conocido también con el nombre de "Ad Ursum Pilateum"), cerca del Tíber, en el camino de Porto. La translación se llevó a cabo a raíz de una visión en la que los mártires revelaron el sitio de su sepultura. Todos estos detalles provienen de las "actas", que son tardías y no merecen crédito alguno. Pero consta que en el siglo IV ya se veneraba en Roma a San Abdón y San Senén.
Según las "actas", Abdón y Senén dieron sepultura en Persia a los Santos Olimíndes y Máximo. El Martirologio Romano menciona a esas dos víctimas de la persecución, el 15 de abril.
Alban Butler - Vida de los Santos