2013-07-31 Radio Vaticana
(RV).- En su homilía de hoy en la fiesta de San Ignacio, el Papa Francisco propuso una reflexión basada sobre tres conceptos: poner al centro a Cristo y a la Iglesia; dejarse conquistar por Él para servir y sentir la vergüenza de nuestros límites y pecados para ser humildes ante él y ante los hermanos.
“El lema de nosotros, los jesuitas, “Iesus Hominum Salvator” - dijo- nos recuerda constantemente una realidad que nunca debemos olvidar: la centralidad de Cristo para cada uno de nosotros y para toda la Compañía que precisamente San Ignacio quiso que se llamase “de Jesús” para indicar el punto de referencia... Y esto nos lleva a nosotros, los jesuitas y a toda la Compañía a ser “descentrados”, a tener siempre delante a “Cristo siempre mayor”... Cristo es nuestra vida. A la centralidad de Cristo corresponde también la centralidad de la Iglesia: son dos fuegos que no se pueden separar: yo no puedo seguir a Cristo si no en la Iglesia y con la Iglesia. Y también en este caso, nosotros los jesuitas y toda la Compañía, estamos por decirlo así “desplazados”, estamos al servicio de Cristo y de la Iglesia... Ser hombres radicados y fundados en la Iglesia: así nos quiere Jesús. No puede haber caminos paralelos o aislados. Sí, caminos de búsqueda, caminos creativos, sí, es importante; ir hacia las periferias... pero siempre en comunidad con la Iglesia, con esta pertenencia que nos da el valor para ir hacia adelante”. El Pontífice continuó subrayando que el camino para vivir esta centralidad doble es “dejarse conquistar por Cristo. Yo busco a Jesús y lo sirvo porque Él me ha buscado en primer lugar... En español - precisó- hay una palabra que es muy descriptiva: “Él nos primerea”. Es siempre el primero... Ser conquistado por Dios para ofrecer a este Rey toda nuestra persona y nuestra fatiga... imitarlo en el soportar incluso injurias, desprecio, pobreza”. “Dejarse conquistar por Cristo significa estar siempre tendidos hacia quién tengo enfrente, hacia la meta de Cristo”.
El Papa evocó además las palabras de Jesús en el Evangelio: "quien quiera salvar la propia vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la salvará... quién se avergüence de mi..." y las comparó con la vergüenza de los Jesuitas. "La invitación que hace Jesús es la de no avergonzarse nunca de Él, sino de seguirle siempre con total dedicación, fiándose y confiando en Él". "Mirando a Jesús, como San Ignacio nos enseña en la Primera Semana, -dijo el Obispo de Roma- sobre todo mirando a Cristo crucificado, sentimos esa sensación tan humana y tan noble que es la vergüenza de no estar a la altura... Y esto nos lleva siempre, a cada uno por separado y como compañía, a la humildad, a vivir esta gran virtud. Humildad que nos hace conscientes todos los días de que no somos nosotros los que tenemos que construir el Reino de Dios, sino que es siempre la gracia del Señor la que obra en nosotros; la humildad que nos lleva a ponernos a nosotros mismos no a nuestro servicio personal o al servicio de nuestras ideas, sino al servicio de Cristo y de la Iglesia, como vasijas de barro, frágiles, inadecuadas, insuficientes, pero con un inmenso tesoro que llevamos y comunicamos".
El Santo Padre señaló luego cómo siempre en el ocaso de su existencia, "cuando un jesuita termina su vida" le vienen a la mente dos imágenes; la de san Francisco Javier, mirando a China, y la del padre Arrupe, en su última conversación en el campo de refugiados. "Dos imágenes -aseguró- que a todos nos hará bien observar y recordar. Pedir la gracia que nuestro ocaso sea como el de ellos". Finalizando su homilía en la Iglesia romana del Gesù, el Papa Francisco animó a los congregados a pedir a la Virgen que "nos haga sentir vergüenza por ser inadecuados para el tesoro que nos ha sido confiado, para vivir la humildad ante Dios. Que acompañe nuestro camino la intercesión paternal de San Ignacio y de todos los santos jesuitas, que siguen enseñándonos cómo hacer todo, con humildad, ad maiorem Dei gloriam". (RC-RV)