Homilía de S.E.R. Mons. Christophe Pierre en el Primer Centenario de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana

Homilía de

S.E.R. Mons. Christophe Pierre

Nuncio Apostólico en México

Primer Centenario de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana

(Templo de San Felipe de Jesús, México, D.F., 02 de agosto de 2013)


Queridos hermanos,

Doy gracias al Señor por permitirme celebrar el Santo Sacrificio Eucarístico con todos ustedes, miembros de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, al iniciar las celebraciones de su primer Centenario como organización de jóvenes laicos, convocados a ser protagonistas de la historia insertados “en las fronteras de la historia: la familia, la cultura, el mundo del trabajo, los bienes económicos, la política, la ciencia, la técnica, la comunicación social; los grandes problemas de la vida, de la solidaridad, de la paz, de la ética profesional, de los derechos de la persona humana, de la educación, de la libertad religiosa” (Juan Pablo II, Conclusión Sínodo de 1987).

Tarea grande y retadora derivada de su haber sido “incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey" (DA, 209). Ustedes, jóvenes laicos, llamados efectivamente a hacer presente a la Iglesia en el mundo y a animar y a transformar la sociedad según el espíritu del Evangelio, con su participación activa en la vida pública.

Tarea particularmente necesaria y urgente hoy que la autonomía de nuestra sociedad secularizada, la separación entre la fe y la vida pública y privada, la tendencia a tratar de reducir la fe a la esfera de lo privado, la crisis de los valores, pero también la búsqueda de verdad y de sentido, las aspiraciones de justicia, de solidaridad, de paz, de reconocimiento efectivo de los derechos humanos y del respeto y defensa de la vida y de la naturaleza, desafían a los discípulos seguidores y anunciadores de Jesús, convocándolos a trabajar con denuedo en la construcción de una nueva cultura y de una civilización de vida y de verdad, de justicia y de paz, de solidaridad y de amor.

Hoy vivimos en un mundo en el que el cristiano coherente, debe luchar; debe hacer frente a momentos en que con facetas diversas la cruz se hace presente en la vida. Momentos en los que la fe y la esperanza pueden y deben ayudar a descubrir que la lucha no es inútil; que es precisamente entonces que se está tomando parte directa en el misterio pascual de Cristo. Más aún, es entonces cuando debe cobrar fuerza la conciencia de que Dios es Dios y de que el hombre, cada uno de nosotros, es solo de Dios y para Dios.

Necesitamos a Dios. También nosotros que nos confesamos cristianos, pero que, para ser sinceros, a veces simplemente damos por supuesto que lo somos. Necesitamos de Dios porque, ser cristiano cabal, no es fácil; no es algo que se consigue “por arte de magia” o por un simple deseo. Ser cristiano, en cambio, exige e implica libertad, conciencia, voluntad, lucha. Tal vez a muchos nos gustaría un cristianismo cómodo, consolador, que fácilmente se ajustara a las tendencias del mundo. ¡Pero no! Porque ser cristiano no significa formar parte de un movimiento que va por inercia cuesta abajo. Ser cristiano significa ser discípulo seguidor de Cristo, de tal manera, que ni siquiera por un instante nos veamos separados de Él; significa creer en Él y acogerlo a Él como acontecimiento definitivo, como novedad de vida que implica y reclama radical transformación. Es pasar del sin sentido a la comprensión del misterio, de la tristeza a la alegría, de la oscuridad de los antivalores a la luminosidad de la fe, de la muerte a la vida.

Ser cristiano cabal quiere decir ser discípulo que efectivamente cree en la Persona de Jesús y cree a la Persona de Jesús; discípulo que permite que el Maestro lo forme y lo transforme con su palabra y su misma vida; discípulo enamorado de Jesús que, por ello, se deja configurar por Él, también ante la cruz y a través de la Cruz. “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”.

Ser cristiano, ser discípulo seguidor de Cristo, es tarea de valientes. Tarea y vocación, queridos hermanos, en la que sólo los valientes logran ser coherentes como lo fue San Felipe de Jesús y como lo fueron aquellos jóvenes a quienes a lo largo de los primeros decenios de la fundación de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana “Dios sometió a prueba y los halló digno de sí; como oro en el crisol los probó y como holocausto los aceptó”.

San Felipe “no nació santo”. Joven “de carne y hueso”, fue inquieto como tantos otros; rebelde e inconstante en su adolescencia. Pero, habiendo escuchado la llamada de Jesús a seguirle, acogida la gracia fue capaz de adentrarse en la búsqueda del bien y lograr, particularmente a la hora de la gran prueba, mantenerse fuerte y valiente de frente al martirio.

Queridos amigos: La presencia de Dios en la vida de San Felipe -como lo es también en la de cada uno de nosotros-, fue una presencia paciente y activa que paulatinamente logró transformar su ser y su personalidad sin nunca violentar su libertad; pues aquel joven inquieto y rebelde, acogiendo la gracia se dejó conducir por Dios, que comunicándole su Espíritu, hizo que su joven corazón se llenara del mismo celo redentor del Salvador.

De este modo, San Felipe de Jesús pudo cabalmente comprender y hacer propio el significado profundo y radical de las palabras del Maestro: “nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13); como fruto de una gracia especial, pero también de la docilidad de quien dejó paso libre al Espíritu de Dios en el alma.

También nosotros; ustedes y yo debemos, como él, llenarnos de valentía. No tener miedo de entregarnos al Señor para que Él nos convierta en "hostia viva, santa, grata a Dios". “Escuchar a Cristo y adorarlo -decía el Beato Juan Pablo II-, lleva a hacer elecciones valerosas, a tomar decisiones a veces heroicas. Jesús es exigente porque quiere nuestra auténtica felicidad (...). Cuando se encuentra a Jesús y se acoge su Evangelio, la vida cambia y uno es empujado a comunicar a los demás la propia experiencia”.

¡Sí, hermanos! ser cristiano y ser miembro de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana implica tener la valentía de hacer una radical y explícita opción por Cristo, por su estilo de vida, por su manera de pensar y por sus criterios en el actuar; exige la valentía de querer aceptar también las dificultades y los riesgos. Porque optar por Cristo implica aceptar también la cruz y, dado el caso, morir en ella.

En esto consiste la santidad, primera y fundamental vocación del cristiano (Cfr. ChL 16): “Esta es la voluntad de Dios, que sean santos” (1Ts 4,3). Esa es nuestra vocación y la vocación de todos los miembros de la Iglesia; la de cada uno. Y sí. Necesitamos ser santos, porque el Señor es santo y porque el mundo necesita santos; creyentes que en todo lugar y ocasión sepan profesar su fe coherentemente y con valentía, siendo “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia” (DP 209); hombres que “con su testimonio y su actividad -leemos en el Documento de Aparecida-, (hacen) creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta" (DA 210).

Mirando la vocación cristiana como llamada a la santidad, muchas cosas cambian en nuestra escala de valores. Las luchas, las renuncias, el esfuerzo, el desgaste, la cruz, no serán tristes realidades por evadir a toda costa, sino camino de santificación. Camino que nos hace comprender el sentido salvífico de la cruz y nos ayuda a entender que el camino de la felicidad y de la paz, pasa por el camino estrecho del calvario y de la aceptación gozosa de la cruz por amor y en el amor.

Queridos jóvenes: Dios nos ha ofrecido en María el signo de una vida nueva vivida sin cortapisas ni medias tintas, sino con valentía según Dios. Pidámosle, pues, que nos ayude a vivir como Ella en la presencia de Dios; que nos ayude a llevar una vida conforme a la voluntad de su Hijo para, desde ahí, trabajar con empeño decidido a favor de una verdadera paz interior, de una paz social, familiar y eclesial, imposible sin sacrificio y abnegado compromiso de servicio y de amor. Pidámosle que nos mantenga apoyados en esos tres estupendos pilares que han sostenido el programa de la ACJM desde su fundación: piedad, estudio y acción. En esta tríada que forma de integralmente el carácter y la personalidad del joven, estimula la obediencia a la voluntad del Creador y robustece y cultiva la inteligencia.

Amigos: Hace cien años muchos jóvenes mexicanos comenzaron a contagiar a la juventud del mundo con su tenacidad, su fortaleza, y con su nada utópico idealismo. La Asociación Católica de la Juventud Mexicana tiene un pasado glorioso, un presente desafiante que ustedes han asumido y quieren contagiar; pero de ustedes, de cada uno de ustedes depende en buena parte, que su futuro sea por demás esperanzador y halagüeño.

Las palabras pronunciadas hace cien años por el P. Bernardo Bergöend, son hoy por demás actuales: “Ah, -decía-, las cosas que pudiera hacer por la renovación de México un buen contingente de jóvenes, fuertemente unidos, quienes animados por una fe profunda en la causa de Dios, de la patria, del alma del pueblo, trabajaran como uno solo por Dios, por la patria y por el pueblo, amando a Dios hasta el límite del martirio, la patria hasta los límites del heroísmo, y al pueblo hasta los límites del sacrificio”.

Siguiendo las huellas de San Felipe de Jesús y de quienes los han precedido, miren a Cristo que, cercano a ustedes, espera recibir una respuesta existencial libre y generosa y una disponibilidad total de cada uno. Proclamen con su propia vida que Jesucristo vive y camina con nosotros, siendo y ayudando a ser, hoy, verdaderos y entusiastas “fieles laicos (que) viven en el mundo, esto es, implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está entretejida” (ChL 15), contribuyendo “desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del mundo, mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad” (LG 31).

Que la Virgen Santísima, nuestra Madre y San Felipe de Jesús, su santo patrono, alcancen con su intercesión para cada uno la abundancia de las gracias, de los dones y de las bendiciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hoy y siempre.

Así sea.

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