México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

El 9 de agosto ha sido declarado por la Organización de las Naciones Unidas “Día Internacional de los Pueblos Indígenas”[1]. El tema elegido para este año, “Pueblos indígenas construyendo alianzas: en honor a los tratados, acuerdos y otros arreglos constructivos”, desea subrayar la importancia de los tratados entre los estados, sus ciudadanos, y los pueblos indígenas, que tienen como objetivo reconocer y defender sus derechos y sus tierras, y establecer un marco de convivencia y de relaciones económicas.

Los pueblos indígenas habitan cerca del 20% del planeta, principalmente en áreas donde han vivido por milenios, y son los más importantes guardianes de la tierra[2]. En México, 14.9% de la población total se considera indígena, es decir, 15.7 millones de personas[3], que, con sus sólidas identidades sociales, culturales, lingüísticas y económicas, enriquecen a la nación, particularmente con su valiosa sabiduría ancestral, llena de amor a la tierra y sentido comunitario, de la cual la sociedad tiene que aprender.

Sin embargo, aunque se han dado avances en el reconocimiento jurídico de sus derechos, los pueblos indígenas padecen pobreza y rezago. Reportan mayores tasas de analfabetismo e indicadores educativos por debajo de la población no indígena. Tienen menos acceso a servicios de salud y a mercados de trabajo formales y por lo tanto, menor acceso a las prestaciones derivadas del empleo. Además, como advierte Aparecida, “algunas comunidades indígenas se encuentran fuera de sus tierras, porque éstas han sido invadidas y degradadas, o no tienen tierras suficientes para desarrollar sus culturas. Sufren graves ataques a su identidad y superviviencia, pues la globalización económica y cultural pone en peligro su propia existencia como pueblos diferentes”[4].

Ante esta realidad, se hace actual la exhortación del beato Juan Pablo II al canonizar al indio san Juan Diego Cuauhtlatoatzin: “es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de cada grupo étnico. ¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!”[5].

Estas palabras se insertan en la historia de amor y de servicio de la Iglesia a favor de los pueblos indígenas. Porque aunque es verdad que en tiempos de la conquista hubo conductas reprobables que causaron gran sufrimiento a los pobladores originarios de estas tierras, también es cierto que muchos clérigos, personas consagradas y laicos fueron valientes defensores de los indígenas.

Entre ellos Fray Antonio de Montesinos (1475-1540), quien se enfrentó en la Isla La Española (República Dominicana) a los intereses económicos de los conquistadores y se hizo escuchar por el rey. A él se sumaron el convertido a la causa indígena Fray Bartolomé de las Casas (1474-1566) y Francisco de Vitoria (ca. 1483-1546), quienes, sosteniendo la igualdad de todos los hombres y pueblos fundada en el derecho natural, favorecieron amplias reflexiones que dieron como resultado las Leyes de Burgos (1512), las Leyes Nuevas (1542) y las Ordenanzas Generales sobre las Indias (1573), que, aunque no se aplicaron del todo, a decir de Joseph Hoffner (1906-1987), dispusieron para los indígenas “medidas de protección que, en Occidente, no llegaron a implantarse hasta entrado el siglo XIX”[6].

Por su parte, Fray Julián Garcés (1452-1542), Obispo de Tlaxcala-Puebla, ante los abusos de los conquistadores dirigió una carta al papa Paulo III (1468-1549), quien respondió declarando la racionalidad de los naturales del Nuevo Mundo (cfr. Bula Sublimis Deus de 1537), y prohibiendo que fueran esclavizados, bajo pena de excomunión (cfr. Breve Non indecens videtur de 1538).

Además de la gran tarea evangelizadora y de la defensa de los indígenas, la labor misionera de la Iglesia se extendió a la educación, por ejemplo, con la fundación del colegio de Santa Cruz de Tlatelolco (1533) por Fray Juan de Zumárraga (1468-1548), en el que Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590) contribuiría a la recuperación de la cultura nativa. También se establecieron hospitales y casas de acogida, como el “Amor de Dios” en México (1535) y La Asunción” (1533) y “San Juan de Letrán” (1538) en Puebla, donde vivió uno de los grandes defensores de los indígenas: el Obispo-Virrey Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659), autor de la obra “Virtudes del indio”.

Efectivamente, los pueblos indígenas tienen un gran valor. Por eso, Juan Pablo II decía que el ejemplo de los beatos indígenas Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, debe “animar a los indígenas de hoy a apreciar sus culturas y sus lenguas y, sobre todo, su dignidad de hijos de Dios que los demás deben respetar en el contexto de la nación mexicana, plural en el origen de sus gentes y dispuesta a construir una familia común en la solidaridad y la justicia” [7].

Como san Juan Diego Cuauhtlatoatzin, los pueblos indígenas, sin renunciar a su identidad, deben procurar un diálogo fecundo y la colaboración con los demás grupos étnicos, sociales y culturales, de tal forma que, acercándose cada vez más a la verdad, se purifiquen de aquellas costumbres contrarias a la justicia y al auténtico progreso, y puedan seguir creciendo hacia el pleno reconocimiento, promoción y defensa de los derechos humanos, aportando a México y al mundo los grandes valores de los que son depositarios.

[1] Cfr. Resolución 49/214, 23 de diciembre de 1994.

[2] Cfr. Aparecida, nn. 56 y 472.

[3] Cfr. INEGI, Principales resultados del Censo de Población y Vivienda 2010, Aguascalientes, INEGI, 2011, p. 67.

[4] Aparecida, n. 90.

[5] Homilía en la canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, México, 31 de julio de 2002, n. 4.

[6] HOFFNER Joseph, La ética colonial española del Siglo de Oro, Ed. Cultura Hispánica, Madrid, 1957, p. 515.

[7] Homilía en la beatificación de Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, México, 1 de agosto de 2002, n. 4.

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