Santa Mónica, modelo de fe, esperanza y perseverancia

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

27 de agosto

Hoy recordamos a santa Mónica, quien nació en Tagaste, actual Argelia en el siglo IV. Mucho de lo que sabemos de ella nos viene por su propio hijo san Agustín, quien en sus Confesiones, escribe:

“Siendo todavía niño oí ya hablar de la vida eterna, que nos está prometida por la humildad de nuestro Señor Dios… Por este tiempo creía yo, creía (mi madre) y creía toda la casa, excepto mi padre, quien, sin embargo, no pudo vencer en mí el ascendiente de la piedad materna para que dejara de creer en Cristo, como él no creía” (Libro I, XI, 17).

“Porque mi madre cuidaba que tú, Dios mío, fueses mi padre… En eso tú la ayudabas a triunfar sobre mi padre natural, Patricio, a quien servía, no obstante ser ella mejor… Tú Señor… sacaste mi alma de una profundidad tan oscura… habiendo mi madre derramado delante de ti más lágrimas por mí que las otras madres por la muerte corporal de sus hijos. Porque con la fe… que tu le habías dado, veía ella la muerte de mi alma. Más tú, Señor, te dignaste oír sus oraciones (Libro III, XI, 19).

“Las cosas… de mi madre… fueron dones y gracias tuyas... Tú… la creaste… La recta disciplina de Jesucristo… que observaba en la casa de sus fieles padres… era una buena parte de tu Iglesia… (Libro IX, Capítulo VIII, 17)… obediente a sus padres… servía al marido … puso gran cuidado en ganarle para ti… no tanto con palabras como con obras... era mi padre por una parte muy benigno y amoroso, por otra muy iracundo y colérico; cuando ella le veía enojado, tenía la prudencias de no contradecirle… después, cuando la ocasión le parecía oportuna, y pasado aquel enojo… le informaba bien del hecho…” (Libro IX, Capítulo IX, 19).

“…por medio de una continua paciencia… supo ganar el ánimo de su suegra… Tú, misericordiosísimo Dios… habías dado a tan buena sierva tuya… excelente don de apaciguar los ánimos de cualesquiera que estuviesen entre sí reñidos. Se portaba con tal prudencia, que oyendo de ambas partes todas las quejas… nunca descubría a las unas lo que había oído a las otras, sino aquello solamente que podía servir para reunirlas y reconciliarlas” (Libro IX, Capítulo IX, 20

“Finalmente, ganó para ti a su marido… Además de esto, era mi madre una mujer dedicada a servir a todos… Cualquiera… que la había conocido te alababa, te reverenciaba y te amaba mucho en ella, porque… los frutos de santidad de su vida testificaban que tú estabas presente en su corazón… Había sido mujer de un solo varón; había cumplido todas las obligaciones que tenía para con sus padres; había gobernado su familia y casa con mucha piedad; y las buenas obras que había hecho daban testimonio de la virtuosa conducta que había tenido” (Libro IX, Capítulo IX, 21).

“Acercándose ya el día en que había de salir de esta vida… buscábamos en la misma verdad, que eres tú y que estabas presente, qué tal sería aquella vida eterna que han de gozar los santos, que consiste en una felicidad que ni los ojos la vieron, ni los oídos la oyeron, ni el corazón humano es capaz de concebirla… dijo mi madre… Una sola cosa había, por la cual deseaba detenerme algún poco de tiempo en esta vida, que era por verte católico cristiano, antes que muriese. Esto me lo ha concedido mi Dios (Libro IX Capítulo X, 22)… cinco días después… cayó enferma… mirándonos a mi hermano y a mí… dijo: lo que únicamente pido y les encomiendo es que se acuerden de mí en el altar del Señor, dondequiera que se encuentren” (Libro IX Capítulo XI, 27).

Santa Mónica nos demuestra que, “cuando los padres se dedican a la educación de los hijos, guiándolos y orientándolos en el descubrimiento del designio de amor de Dios, preparan ese fértil terreno espiritual en el que brotan y maduran… hombres y mujeres de provecho para la sociedad” (Benedicto XVI, Ángelus, 30 de agosto de 2009).

Noticia: 
Local