“CUARENTA DIAS DE ASCESIS”

Vamos a empezar a vivir dentro de la liturgia Católica el tiempo exigente de la Cuaresma. Lo inicia la Iglesia con un rito austero y antiquísimo con derivaciones bíblicas y evangélicas, como lo es la imposición de la Ceniza, que recibida con humildad y sinceridad hace surgir de las apagadas cenizas de la penitencia, la nueva luz de la esperanza y de la vida que Cristo Resucitado da al mundo. ¿Pero qué es la Cuaresma? ¿Qué significado tiene dentro de la liturgia Católica? ¿Para qué es la Cuaresma? Bíblicamente, vemos que el número de cuarenta días tiene un preclaro simbolismo: Denota siempre una etapa de preparación. Recuerde que cuarenta días duro el diluvio, después del cual resurgiría la nueva humanidad. Cuarenta días, estuvo Jacob embalsamado, antes de ser sepultado. Cuarenta días duró la exploración del país de Canaán. La marcha del pueblo de Israel por el desierto duró cuarenta años. Cuarenta días Nínive hizo penitencia, para disponerse a recibir el perdón. Cuarenta días, durmió Ezequiel, sobre el lado derecho, para expiar las culpas de la casa de Judá. Cuarenta días caminó Elías antes de llegar al monte Horeb, para asistir allí al paso de Yahvé. Cuarenta días permaneció Moisés en el monte Sinaí antes de recibir de Yahvé las tablas de los mandamientos, Jesús ayunó durante cuarenta días, antes de iniciar el anuncio de la Buena Nueva. Después de su resurrección, Jesús anduvo, cuarenta días sobre la tierra antes de subir a la Gloria del Padre. Como se ve, el número cuarenta resulta un número muy elocuente. Y siempre está reservado, para obras de purificación o de preparación. Cristo consagró este simbolismo, con su retiro al desierto, preparándose así a iniciar su vida Apostólica.

Este retiro de Jesús es el modelo de la Cuaresma Cristiana. Esta, es pues un tiempo, en el que la Iglesia consciente de su misión de llevar la salvación a los hombres, les invita a una preparación espiritual y moral, para poder penetrar con Cristo en el misterio de la cruz y de su gloriosa resurrección. La Cuaresma tiene ciertamente un sentido penitencial, de ayunos, abstinencias y limosnas, pero su verdadera finalidad es de una renovación de nuestros compromisos bautismales: hay que morir con Cristo, para corresucitar con El. Durante la Cuaresma la Iglesia urge al cristiano a morir ascéticamente al hombre viejo lleno de deformaciones morales y astillamientos espirituales que producen una esterilidad absoluta, para la Verdadera Santidad a la que está llamado todo hombre. La Cuaresma es un tiempo importante, para el cambio y la conversión en el cual el hombre debe cristificar su vida y recuperar su gracia bautismal. La Iglesia intensifica su evangelización, para que el hombre tome de nuevo una orientación hacia Dios, escuchando su palabra que nos llega por Cristo, fuera del cual no hay salvación. La Cuaresma tiene como razón y finalidad, llamar al hombre a la reflexión seria y profunda del misterio pascual de Cristo y de nuestra respuesta a El. Es la preparación inmediata a la celebración y vivencia del misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Durante el desarrollo de la Cuaresma, vemos la lucha victoriosa de Cristo contra satanás como modelo a imitar. Debemos luchar contra el espíritu del mal, contra el pecado. La Cuaresma es el tiempo litúrgico fuerte, en el que se nos invita tanto a reparar y expiar nuestros pecados como al combate espiritual contra el mal. Es una cuarentena de ascesis, para recuperar la gracia en nuestra vida espiritual.

Desgraciadamente el hedonismo reinante atrofia la mente y el corazón del hombre haciéndolos ineptos para comprender la gran necesidad que tenemos de la gracia redentora de Cristo y nuestro deber de colaborar a hacer realidad en nosotros su sacrificio. Si desconocemos el auténtico fin de la Cuaresma, siempre viviremos dentro de un formalismo farisaico o de un ambiente de frivolidad pagana. Si no va a la imposición de la Ceniza, no se preocupe. No importa tanto la ceniza sobre la cabeza, como responder con humildad, pero con firmeza a la conversión a fin de que Yahvé sea el único a quien debemos apegarnos. No olvide que la soberbia es el grande obstáculo para vivir con “Justicia”, sin humildad, no se busca Verdaderamente a Dios, sino a sí mismo. Diga golpeándose al pecho: “Misericordia Señor he pecado”. Y así despojado de la antigua herencia del pecado y revestido de la nueva vida en Cristo, el cristiano se prepara a la posesión futura del reino celestial. En este tiempo se nos invita a reflexionar, que Cristo en forma especial nos demostró su amor, dando su vida por la salvación de la humanidad. Es un tiempo favorable, para vivir con más intensidad y profundidad, este gran amor y sentir al pecado ante todo como ofensa a Dios y la ruptura de la amistad con El. ¡Reflexionemos y hagamos lo correcto! ¡Arriba y adelante!