XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C (material)

CATEQUESIS DE JESUCRISTO PARA SER SU DISCIPULO (Lc. 14, 25-33)

Escrito por: S.E. Don Felipe Padilla Cardona

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.

El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: ’Este comenzó a edificar y no pudo terminar’.
¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.
De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

Jesucristo nos presenta una situación muy singular: por una parte debemos amar a nuestros enemigos y por otra no querer a nuestros familiares, cuando son obstáculos para nuestra vida eterna (San Agustín, Discurso del Señor sobre la montaña 1, 15, 40). En realidad Jesús nos está enseñando con esta expresión, que no nos podemos permitir amar más a nuestros familiares, de cuanto lo amemos a Él (San Cirilo de Alejandría, Comentario a Lucas, Homilía 105). Al mismo tiempo, no podemos dejar que nuestra madre natural y nuestro cariño por ella, sustituyan nuestro amor por la santa madre Iglesia, que nos nutre con el alimento que nos lleva a la vida eterna (San Agustín, Las cartas 243, 6-8).

Con lo anterior, Jesús nos está invitando a participar de su crucifixión, es decir de su muerte y de su sepultura con Él en el bautismo (San Basilio de Cesarea, Sobre el bautismo 1,1), y vivirlo a lo largo de nuestra vida, como los apóstoles de Jesús lo hicieron y sirven de ejemplo para aquellos que han dejado todo atrás, y así participar de la cruz de Cristo (Tertuliano, La idolatría 12, 2-3). El dolor, el sufrimiento y la cruz es el final de la lista de los sacrificios íntimamente unidos a la condición de discípulos. La muerte por Jesucristo es la prueba final, para ser contados entre los auténticos discípulos de Jesús, la santidad (San Simeón el Nuevo Teólogo, Discursos 20,1).

Las dos parábolas del presente texto evangélico nos enseñan que ser discípulo de Jesús pide una fuerza probada a toda costa y, un celo por Cristo perseverante (San Cirilo de Alejandría, Comentario a Lucas, Homilía 105). Estas parábolas, nos manifiestan que el requisito final de la condición de discípulo y su finalidad: la renuncia de las riquezas, como bien absoluto y, buscar cada uno, el cumplimiento de sus funciones y de sus propias responsabilidades (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo 38, 3).

Hermanos, si en toda nuestra vida nos esforzamos por vivir como discípulos de Jesucristo, de acuerdo a nuestras circunstancias, pero siguiendo estas enseñanzas de Jesús, tengamos la seguridad de que nuestra ciudadanía estará en el Reino de los cielos (San Basilio de Cesarea, Reglas amplias 2).

† Felipe Padilla Cardona.