2013-09-10 L’Osservatore Romano
Dan tristeza esos sacerdotes que han perdido la esperanza. Por esto el Papa Francisco, en la misa que celebró en la mañana de este lunes, 9 de septiembre, en Santa Marta, dirigió a los sacerdotes presentes la invitación a cultivar esta virtud “que para los cristianos tiene el nombre de Jesús”. “Veo a muchos sacerdotes hoy aquí -dijo- y me surge deciros algo: es un poco triste cuando uno encuentra a un sacerdote sin esperanza, sin esa pasión que da la esperanza; y es muy bello cuando uno encuentra a un sacerdote que llega al final de su vida siempre con esa esperanza, no con el optimismo, sino con la esperanza, sembrando esperanza”. Porque quiere decir -añadió- que “este sacerdote está apegado a Jesucristo. Y el pueblo de Dios tiene necesidad de que nosotros, sacerdotes, demos esta esperanza en Jesús, que rehace todo, es capaz de rehacer todo y está rehaciendo todo: en cada Eucaristía Él rehace la creación, en cada acto de caridad Él rehace su amor en nosotros”.
El Pontífice habló de la esperanza vinculando la reflexión del día con la de los precedentes, durante los cuales había propuesto a Jesús como la totalidad, el centro de la vida del cristiano, el único esposo de la Iglesia. Hoy se detuvo en el concepto expresado en la Carta de San Pablo a los Colosenses (1, 24-2, 3): Jesús “misterio, misterio escondido, Dios”. Un misterio, el de Dios, que “se ha mostrado en Jesús” que es “nuestra esperanza: es el todo, es el centro y es también nuestra esperanza”. Pero lamentablemente -observó el obispo de Roma- la “esperanza es una virtud” considerada “habitualmente de segunda clase. No creemos mucho en la esperanza: hablamos de la fe y de la caridad, pero la esperanza es un poco, como decía un escritor francés, la virtud humilde, la sierva de las virtudes; y no la comprendemos bien”.
El optimismo -explicó- es una actitud humana que depende de muchas cosas; pero la esperanza es otra cosa: “es un don, es un regalo del Espíritu Santo y por esto Pablo dirá que no decepciona jamás”. Y también tiene un nombre. Y “este nombre es Jesús”: no se puede decir que se espera en la vida si no se espera en Jesús. “No se trataría de esperanza -precisó-, sino de buen humor, optimismo, como en el caso de las personas positivas, que ven siempre el vaso medio lleno y nunca medio vacío”. Una confirmación de este concepto la indicó el Papa en el pasaje del Evangelio de Lucas (6, 6-11), en la referencia al tema de la libertad. El relato de Lucas sitúa ante los ojos una doble esclavitud: la del hombre “con la mano paralizada, esclavo de su enfermedad” y la “de los fariseos, los escribas, esclavos de sus actitudes rígidas, legalistas”. Jesús “libera a ambos: hace ver a los rígidos que aquella no es la vía de la libertad; y al hombre de la mano paralizada le libera de la enfermedad”. ¿Qué quiere demostrar? Que “libertad y esperanza van juntas: donde no hay esperanza, no puede haber libertad”.
Con todo la verdadera enseñanza de la liturgia del día es que Jesús “no es un sanador, es un hombre que recrea la existencia. Y esto -subrayó el Santo Padre- nos da esperanza, porque Jesús ha venido precisamente para este gran milagro, para recrear todo”. Tanto que la Iglesia, en una bellísima oración, dice: “Tú, Señor, que has sido tan grande, tan maravilloso en la creación, pero más maravilloso en la redención...”. Así que, como añadió el Papa, “la gran maravilla es la gran reforma de Jesús. Y esto nos da esperanza: Jesús que recrea todo”. Y cuando “nos unimos a Jesús en su pasión -concluyó- con Él rehacemos el mundo, lo hacemos nuevo”.