CATEQUESIS DE JESUCRISTO SOBRE NUESTRO RETORNO AL AMOR INCONDICIONADO DE SU PADRE Y NUESTRO PADRE DIOS (Lc. 15,1-32).
Escrito por: S.E. Don Felipe Padilla Cardona
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido”. Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.
Jesús dijo también: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo’. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!’. Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado’”.
En estas parábolas Jesucristo con sus palabras y acciones en favor de todos nosotros nos presenta la persona amorosa de nuestro Padre Dios: es un Padre humilde, que respeta las decisiones del Hijo aún a costa del propio dolor, pues su humildad divina se une al sufrimiento de su amor de Padre, pues el Dios de la promesa no permanece jamás indiferente ante los comportamientos de sus hijos y sufre por nuestra infidelidad. Su amor es fuerte, tenaz, fiel en las pruebas, pero también es tierno y visceral hacia nosotros sus hijos. “Sion ha dicho: el Señor me ha abandonado, el Señor me ha olvidado. ¿Se olvida acaso una madre de su niño de modo de no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Aunque si esta mujer se olvidase, yo en cambio no me olvidaré jamás de ti. Yo te he dibujado en las palmas de mis manos” (Is. 49, 14-16).
Volviendo a la parábola, parece casi releer entre líneas que el retorno del hijo es de algún modo “necesario” para que el Padre sea tal. ¿Cómo podría vivir sin el hijo, el que pasa todo el día mirando el horizonte, para estar pronto a salir al encuentro de aquel que vuelve? (Lc. 15,20). De todos modos el amor de Dios es para nosotros tan grande, que él ha escogido no ser más él solo mismo, sino con nosotros: el nombre que Dios se ha atribuido es siempre “Dios-con-nosotros” (Mt. 1,23; Ap. 21,3).
Nuestro Padre es aquel en quien se puede confiar absolutamente, pues es el Dios fiel a la promesa de amor, la roca sobre la cual podemos edificar nuestra vida sabiendo que no quedaremos defraudados: pues la vibrante imagen de su amor, que al contacto con el mal y, en particular con el pecado del hombre y de su pueblo, se manifiesta como misericordia (Juan Pablo II, Dives in misericordia, nota 52). Este Padre humilde, fiel, compasivo, capaz de sufrimiento por amor, es también rico en esperanza y generoso en el perdón: él espera en la ventana el retorno del hijo y no duda en salir al encuentro de todos y de sus dos hijos, para acogerlos en la fiesta de su amor. Es un Padre que sale de si, se proyecta hacia su criatura, se hace peregrino y mendigo del amor.
Cuando el hijo mayor, enojado, se rehusa a tomar parte en el banquete, “el Padre entonces salió a rogarle”. Es un Padre que participa en la historia de sus hijos con una pasión tan respetuosa, como auténtica y profunda; es un Padre que nos hace libres y quiere hacernos participar a todos en su fiesta de amor. Su alegría está fundamentada en el hecho de que este hijo “que estaba muerto ha vuelto a la vida”, o sea, se ha reencontrado así mismo y ha reencontrado la verdad de su existencia, “estaba perdido y ha sido encontrado” es decir, ha vuelto a la casa paterna. (Card. Carlo María Martini, Carta pastoral “Me levantaré e iré a mi Padre”, 1998).
Hermanos, sólo en el regreso y reencuentro con nuestro Padre Dios, encontraremos la verdad de nuestra existencia presente y futura. Llenos de confianza por medio de Jesucristo, acerquémonos a nuestro Padre Dios, conociéndolo mejor en la Palabra de Dios; uniéndonos a su inmenso dolor ante las tragedias históricas que se están abatiendo sobre nosotros, ante el dolor y el sufrimiento de nuestros pobres, de nuestros marginados, de los sin empleo, buscando darles una respuesta concreta, que sea expresión del amor del Padre hacia nosotros; porque en estas acciones aún continúa la presencia de nuestro Padre Dios entre nosotros y, quiere invitarnos a que todos expresemos este amor a sus hijos y a nuestros hermanos más necesitados. Jesucristo pues hoy nos invita urgentemente a contemplar a este Padre Dios, el Padre de toda la humanidad y que quiere que vivamos y nos tratemos como hijos suyos.
† Felipe Padilla Cardona.