“LA MUERTE: CAMBIO DE VIDA”

Como el grano de trigo, sepultado en el regazo del surco muere, pero con ello elabora su nuevo resurgimiento transformado en nuevo tallo, sustentador de la espiga, así el cristiano muere para vivir gloriosamente en el cielo. Por eso la Iglesia como Madre que es, ora en forma especial por sus hijos que han pasado por la muerte a una vida sin fin. Ruega a Dios sea misericordioso, con todos aquellos que ha llamado, para que le rindan cuentas de la administración que hicieron de los talentos que el Señor les concedió en la vida, para que los hicieran redituar. Seguro de que Dios, no es un Dios de muertos sino de vivos, ruega por todos aquellos que han dejado este mundo para que los perdone y purifique de todo pecado que hubieran cometido, más que por maldad, por humana debilidad. Porque es el pecado el que origina la verdadera muerte y ésta consiste no en el hecho físico de la separación del alma y del cuerpo, sino en el rechazo de Dios al hombre que no supo en esta vida labrar su destino glorioso. “Entonces dirá a los de su izquierda: “Apártense de Mí, malditos; vayan al fuego eterno preparado para el diablo y sus seguidores porque....... y sigue una enumeración de obras que se debieron ejecutar y no se realizaron. En estas palabras de Jesús, vemos la verdadera muerte para el hombre. Ya que éste fue creado, no para vivir siempre en el mundo, sino en el cielo. El hombre lleva dentro de su ser la esperanza de que un día, será un ser nuevo, que se va preparando a través de la vida en el tiempo. Esta tendrá un final culminante en cuya cúspide está aguardando una nueva forma de existir. Por lo mismo es hermoso y noble, orar por los que se durmieron piadosamente, en espera de una magnifica recompensa.
“Vengan, adoremos a Dios, para el cual todo vive”. Porque al hombre no se le quita la vida, se le cambia. La muerte no es el final del camino, sino el principio feliz, de una nueva existencia. Jesús dijo: “Yo son la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre.....” (Jn. XI, 25-26) También dijo que en la casa de su Padre hay muchas mansiones y que iba a prepararnos una, porque quería que donde El estuviera, también estuviéramos todos. Por estos y otros muchos textos bíblicos más, la Iglesia afirma y enseña, en contra de todos aquellas filosofías ateas que reducen la vida humana a pura tragedia existencial, llena de angustia y desesperación, que el hombre no es un ser para la muerte, sino para vivir plenamente feliz. Y aunque muchas veces la vida humana está llena de sufrimientos, no tienen éstos, carácter de tragedia; sino que es un camino sembrado de espinas, pero de seguridad, conducente a la meta feliz del cielo. El valor de esta vida, está en ser camino para la eterna. Y todo el valor de un camino, depende del término a que conduce. Si el término fue trágico, de nada sirvieron las riquezas y el placer, que con ellas se pudo conseguir. Pero si al final del camino se llegó a la felicidad, ¡Bendita Cruz! Los sufrimientos de esta vida fueron méritos y germen de la verdadera vida que comienza a florecer plena y perennemente.
La Iglesia, como Jesús, nos enseña a no temer a la muerte. Lo que nos recomienda es que estemos preparados, para encontrarnos con ella. Ya que el éxito o fracaso final, está condicionado por las decisiones que el hombre haya tomado durante la vida. La aceptación o rechazo al Reino está en íntima relación con la vida anterior. No carece de importancia nuestra forma de vivir en el tiempo con respecto a la eternidad, porque su muere como se ha vivido. Hay en el evangelio muchas parábolas con las que Jesús quiere hacernos comprender la importancia de estar siempre vigilantes en espera de ese gran día, del encuentro definitivo con El, debemos estar vestidos con el traje especial de la gracia, obsequiado desde nuestro bautismo. Debemos tener encendida la luz de la fe, como las doncellas prudentes en espera del esposo. Tenemos que presentarle el fruto espiritual de nuestra vida. El, nos quiere ricos a los ojos de su Padre celestial, aunque en el mundo no se haya tenido depósitos bancarios. Así pues la muerte en sí, no es algo negativo; no le colguemos trapos negros y flores descoloridas y mustias, porque la muerte se cambia en vida más clara y mejor. Oremos por los difuntos y vivamos como si ya fuéramos a morir. Esto quiere decir, vivir amando a Dios y al prójimo, y así hacernos ricos a los ojos de Dios, por nuestras buenas obras. Y arrepentirnos a tiempo, por el mal que hicimos. Reflexionemos, en la importancia que tiene la muerte; es el examen final de nuestra vida temporal, sin oportunidad, si salimos reprobados, de un examen extraordinario. Es el momento de dar cuentas al dueño de la vida, de la administración que hicimos de los años de vida que nos prestó. Y como no sabemos: ni cuándo, ni dónde, ni como nos llegará ese momento, el Divino Creador y Juez, nos recomienda estar preparados, con una vida que se realice siguiendo sus enseñanzas. Porque Él, es: el camino, la verdad y la vida, y si hacemos lo que Él nos manda, tendremos, la Vida Eterna, prometida a sus seguidores. Y no olvidemos que la muerte, es un cambio de vida y de habitación. Dejamos nuestra casa terrenal y adquirimos una mansión eterna en el cielo, no hecha por manos humanas, sino preparada por Cristo, porque Él quiere que estemos junto con El ¡Ojalá que por nuestras buenas obras, adquiramos esta mansión celestial!