Lecturas del martes, 26ª semana del tiempo ordinario, ciclo C

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Mar, 2013-10-01

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 17--11, 2

Hermanos:
El que se gloría que se gloríe en el Señor, porque no está aprobado el que se recomienda él solo, sino el que está recomendado por el Señor. Ojalá me toleraseis unos cuantos desvaríos; bueno, ya sé que me los toleráis. Tengo celos de vosotros, los celos de Dios; quise desposaros con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen intacta.

Salmo responsorial Sal 130, 1. 2. 3 R/. "Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor"

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas que superan mi capacidad.

Sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor ahora y por siempre.

Lectura del santo evangelio según san mateo 18, 1-4

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
- ¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
- Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

II. Compartimos la Palabra

Jesús sintió predilección por los niños, y quizá más todavía por los adultos que, sin dejar de serlo, seguían dando importancia y tratando de vivir actitudes infantiles como la confianza, la transparencia, la sinceridad, la limpieza de corazón.

Celebramos hoy la memoria de una persona adulta que se santificó con estas actitudes infantiles y, después de vivirlas, nos dejó por escrito el modo cómo entendió ella lo que, desde entonces, se ha dado en llamar Infancia Espiritual. Pienso que éste es hoy el mejor comentario que podemos hacer a las palabras de Jesús en el Evangelio, hechas vida y chorreando santidad.

Como niños, aunque muy adultos

“Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos”. “Volver a ser” significa que se ha dejado de ser niños, que no se puede seguir siendo niños, que hay que “romper el cordón umbilical” y comportarse en la vida como personas maduras. San Pedro lo expresaba así: “Rechazad toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación” (I Pe 2,1-2).

La infancia espiritual, por edad o por madurez y santidad, es volver a tener un modo de pensar, de sentir y de ser similar a la del niño en cuanto a sus virtudes más preeminentes. Los niños son sencillos y sinceros porque no se consideran importantes, sino desvalidos. Y, por eso, confían ciegamente en sus padres, convencidos de que, cerca de ellos o en sus brazos, ningún mal podrá alcanzarlos. Esa es la confianza en Dios propia de la infancia espiritual, la misma que tuvo y vivió Teresa del Niño Jesús. Y, junto a la confianza, la transparencia, la autenticidad. En un niño cabe la travesura, no la corrupción; cabe la equivocación, no la maldad.

Teresa y el Amor

Acabo con el precioso comentario que María Teresa Sánchez Carmona hizo hace unos años a uno de los lemas más queridos de Teresa del Niño Jesús: “’En el corazón de la Iglesia, yo seré el AMOR’. Toda la profundidad del Evangelio condensada e interiorizada en una sencilla frase…

La propuesta de Teresita nos turba e inquieta porque plantea un amor sin condicionantes ni adjetivos que lo acoten: un amar que se conjuga en infinitivo y que no distingue persona, número ni tiempo; que apela a un absoluto gestado en el presente; infinitivo que, sin imponer nada, resulta incisivo como flecha que hiere “del alma el más profundo centro”. La vocación al Amor (y un amor mayúsculo) centra a la par que descentra, enclavado en la intimidad de cada hombre y mujer pero a la vez desbordado hacia los otros en un flujo sin límites: ¿cuándo? siempre ¿a quién? a todos ¿dónde? en toda situación y contexto ¿de qué manera?

Sobrevienen las dudas y los miedos, porque sólo podemos amar a través de lo que somos, y eso implica asumir el riesgo de exponernos ante los demás y ante nosotros mismos. No resulta fácil despojarse de máscaras y roles aprendidos, volver a esa inocencia primigenia donde no existe el pudor de mostrar nuestra manera genuina de ser. La desnudez revela nuestras carencias, nos hace vulnerables. Porque cuando aflora el afecto… afecta. Se requiere mucha valentía para creer que todo cuanto somos y sentimos puede ser cauce y ofrenda de un Amor encarnado: cada parte de nuestro cuerpo, cada centímetro de piel, cada emoción o suceso que conforma nuestra historia”.

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino