Queridos hermanos y hermanas de la Comunidad Diocesana, ¡buenas tardes!
Les agradezco su recibimiento, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos comprometidos en los consejos pastorales. ¡Cuán necesarios son los consejos pastorales! Un obispo no puede guiar una diócesis sin los consejos pastorales. Un párroco no puede guiarla parroquia sin los consejos pastorales. ¡Esto es fundamental! ¡Estamos en la Catedral! Aquí se conserva la fuente bautismal en la cual San Francisco y Santa Clara fueron bautizados, que en aquel tiempo se encontraba en la Iglesia de Santa María. ¡La memoria del Bautismo es importante! El Bautismo es nuestro nacimiento como hijos de la Madre Iglesia. Yo quisiera hacerles una pregunta: ¿Quién de ustedes sabe el día de su bautismo? ¿Pocos, eh? Pocos… Ahora, tarea a casa, ¿eh? Mamá, papá, dime: ¿cuándo fui… bautizado? Pero, es importante, porque es el día del nacimiento como Hijo de Dios. Un solo Espíritu, un solo Bautismo, en la variedad de los carismas y de los ministerios. ¡Qué gran don ser Iglesia, ser parte del Pueblo de Dios! Todos somos el Pueblo de Dios. En la armonía, en la comunión de la diversidad, que es obra del Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo es la armonía y hace la armonía: es un don de Él, y debemos ser abiertos a recibirlo!
El Obispo es custodio de esta armonía. El obispo es custodio de este don de la armonía en la diversidad. Por eso el Papa Benedicto quiso que la actividad pastoral en las Basílicas papales franciscanas sea integrada en aquella diocesana. Porque él debe hacer la armonía: es su tarea, es su deber y su vocación, y él tiene un don especial para hacerla. Estoy contento que estén caminando bien en este camino, con beneficio de todos, colaborando juntos con serenidad y los animo a continuar. La visita pastoral que se ahora ha concluido y el Sínodo diocesano que están por celebrar son momentos fuertes de crecimiento para esta Iglesia, que Dios ha bendecido en modo particular. La Iglesia crece, pero no es para hacer proselitismo: ¡no, no! La Iglesia no crece por proselitismo. La Iglesia crece por atracción, la atracción del testimonio que cada uno de nosotros da al Pueblo de Dios.
Ahora, brevemente, quisiera subrayar algunos aspectos de nuestra vida de Comunidad. No quiero decirles cosas nuevas, sino confirmarlos en aquellas más importantes, que caracterizan su camino diocesano.1. La primera cosa es Escuchar la Palabra de Dios. La Iglesia es esto - lo ha dicho el obispo- la comunidad que escucha con fe y con amor al Señor que habla. El plan de pastoral que están viviendo juntos insiste justamente en esta dimensión fundamental. Es la Palabra de Dios que suscita la fe, la nutre, la regenera. Es la Palabra que toca los corazones, los convierte a Dios y a su lógica, que es tan diferente de la nuestra; es la Palabra de Dios que renueva continuamente nuestras comunidades...
Pienso que todos podemos mejorar un poco en este aspecto: volvernos todos más oyentes de la Palabra de Dios, para ser menos ricos de nuestras palabras y más ricos de sus Palabras. Pienso al sacerdote, que tiene la tarea de predicar. ¿Cómo puede predicar si antes no ha abierto su corazón, no ha escuchado, en el silencio, la Palabra de Dios? Fuera estas homilías interminables, aburridas, de las cuales no se entiende nada… esto es para ustedes, ¿eh? Pienso al papá y a la mamá, que son los primeros educadores: ¿cómo pueden educar si su conciencia no está iluminada por la Palabra de Dios, si su modo de pensar y de actuar no es guiado por la Palabra, qué ejemplo pueden dar a los hijos? Esto es importante, porque después, papá y mamá se quejan “este hijo…” ¿pero tú? ¿Qué testimonio le has dado? ¿Cómo le has hablado? ¿De la Palabra de Dios o de los diarios? ¿Eh? ¡Papá y mamá deben hablar de la Palabra de Dios! Y pienso a los catequistas, a todos los educadores: si su corazón no tienen la calidez de la Palabra, ¿cómo pueden inflamar los corazones de los otros, de los niños, de los jóvenes, de los adultos? No basta leer las Sagradas Escrituras, se necesita escuchar a Jesús que habla en ellas. Es justamente Jesús habla en ellas. ¡Tenemos que ser antenas que reciben, sintonizadas en la Palabra de Dios, para ser antenas que transmiten! Se recibe y se transmite ¡Es el Espíritu de Dios que hace vivas las Escrituras, las hace comprender en profundidad, en su sentido verdadero y pleno! Preguntémonos como una de las preguntas del Sínodo: ¿qué lugar tiene la Palabra de Dios en mi vida, en la vida de cada día? ¿Estoy sintonizado en Dios o en tantas palabras de moda o en mí mismo? Una pregunta que cada uno de nosotros debe hacerse.
2. El segundo aspecto es aquel de caminar. Es una de las palabras que prefiero cuando pienso al cristiano y a la Iglesia. Pero para ustedes tiene un sentido particular: están entrando en el Sínodo diocesano, y hacer “sínodo” quiere decir ‘caminar juntos’. Pienso que esta sea verdaderamente la experiencia más bella que vivimos: ¡formar parte de un Pueblo en camino, en camino en la historia, junto con su Señor, que camina en medio de nosotros! No estamos aislados, no caminamos solos, sino que somos parte de la única grey de Cristo, que caminan juntos.
Aquí pienso aún en ustedes sacerdotes, y dejen que me ponga yo también con ustedes. ¿Qué existe de más bello para nosotros, si no caminar con nuestro pueblo? ¡Es bello! Cuando yo pienso en estos párrocos que conocen el nombre de las personas de la parroquia, que iba a encontrarlos, también como uno me decía: “Yo conozco el nombre del perro de cada familia”: ¡También el nombre del perro conocían! Que bello era, ¿no? ¿Qué hay más bello? Lo repito seguido: caminar con nuestro pueblo, a veces delante, a veces en medio y a veces detrás: adelante, para guiar la comunidad, en medio, para animarla y sostenerla, detrás, para tenerla unida para que ninguno se quede demasiado, demasiado atrás: para tenerla unida. Y también por otra razón: ¡Porque el pueblo tiene “olfato”! Tiene olfato para encontrar nuevos senderos para el camino, tiene el “sensus fidei” que dicen los teólogos. ¿Qué cosa hay de más bello? Y en el Sínodo debemos saber también qué les dice el Espíritu Santo a los laicos, al Pueblo de Dios, a todos.
Pero la cosa más importante es caminar juntos, colaborando, ayudándose mutuamente; pedirse disculpas, reconocer los propios errores y pedir perdón, pero también aceptar las disculpas de los otros perdonando - ¡cuánto es importante esto! - A veces pienso en los matrimonios que después de tantos años se separan. “no, no nos entendemos, nos hemos alejado…” Quizás no supieron pedir perdón a tiempo. Quizás no supieron perdonar a tiempo. A los recién casados yo les doy este consejo: “Peleen cuanto quieran. Si vuelan los platos, déjenlos, ¡Pero nunca terminen el día sin haber hecho las paces! ¡Nunca!” Pero… si los matrimonios aprenden a decir: “Pero, perdón, estaba cansado” o solamente un gesto: pero es esta la paz, y retomar la vida el día después. Éste es un lindo secreto, y esto evita estas separaciones dolorosas. Cuánto es importante caminar unidos, sin huidas en adelante, sin nostalgias del pasado. Y mientas se camina se habla, se conoce, se conversan los unos a los otros, se crece en el ser familia. Aquí preguntémonos: ¿cómo caminamos? ¿Cómo camina nuestra realidad diocesana? ¿Camina junta? ¿Qué hago yo para que ella camine verdaderamente unida? Yo no quisiera entrar aquí en el argumento de las habladurías, pero ustedes saben que las murmuraciones dividen siempre, ¿no?
3. Entonces: escuchar, caminar, y el tercer aspecto es aquél misionero: anunciar hasta en las periferias. También esto lo he tomado de ustedes, de sus proyectos pastorales. El obispo ha hablado recientemente, pero quiero subrayarlo, también porque es un elemento que he vivido mucho cuando estaba en Buenos Aires: la importancia de salir para ir al encuentro del otro, en las periferias, que son lugares, pero son sobretodo personas en situaciones de vida especial. Es el caso de la diócesis que tenía antes, aquella de Buenos Aires: una periferia que me hacía tanto mal, era encontrar en las familias de clase media, niños que no sabían hacerse la señal de la Cruz. Pero ésta es una periferia, ¿eh? Y yo les pregunto: Aquí en esta diócesis, ¿hay niños que no saben hacerse la señal de la Cruz? Piensen. Estas son verdaderas periferias existenciales, donde Dios no está.
En un primer sentido, las periferias de esta diócesis, por ejemplo, son las zonas de la Diócesis que corren el riesgo de estar en los márgenes, fuera de los rayos de luz de los reflectores. Pero son también personas, realidades humanas de hecho marginadas, despreciadas. Son personas que tal vez se encuentran físicamente cerca del “centro”, pero espiritualmente están lejanas.
No tengan miedo de salir e ir al encuentro de estas personas, de estas situaciones. No se dejen bloquear por los prejuicios, las costumbres, por la rigidez mental o pastoral, ¡por el “se ha hecho siempre así!”. Se puede ir a las periferias sólo si se lleva la Palabra de Dios en el corazón y se camina con la Iglesia, como san Francisco. De otro modo llevamos a nosotros mismos, no la Palabra de Dios, ¡y esto no es bueno, no sirve a nadie! No somos nosotros que salvamos el mundo: ¡Es justamente el Señor que lo salva!
Queridos amigos, no les he dado recetas nuevas. No las tengo, y no crean a quien dice tenerlas: no hay. Pero he encontrado en el camino de vuestra Iglesia aspectos bellos e importantes que los han hechos crecer y quiero confirmarlos en ellos. Escuchen la Palabra, caminen juntos en fraternidad, ¡anuncien el Evangelio en las periferias! ¡El Señor los bendiga, la Virgen los proteja, y san Francisco los ayude a todos a vivir la alegría de ser discípulos del Señor! Gracias.
(Traducción del italiano: Griselda Mutual– RV).