EL PADRE, RICO EN MISERICORDIA
El pueblo de Israel nació en la Cuaresma del desierto. Su tradición religiosa había consagrado la Cuaresma, el desierto, para la oración y la penitencia, y qué mayor penitencia que la soledad, observada por hombres creados para vivir en sociedad: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,8), que ya había vivido el pueblo de Israel al salir de Egipto, durante cuarenta años caminando hacia la tierra prometida, por el trayecto más largo. El camino más corto y normal era subir desde Egipto hasta la tierra prometida, Palestina, sin dejar la tierra firme y sin tener que atravesar el mar Rojo. Pero Dios quiso preservarle, probarle y educarle, para demostrarle su cariño y hablarle al corazón. ¿Qué hubiera sido del pueblo si entra en seguida en Palestina, y se junta con los amorreos, cananeos, hititas, los jebuseos, amonitas, filisteos, pueblos todos paganos e idólatras? ¿En qué habría quedado la promesa? El designio de Dios era crear su pueblo, germen de vida, donde pudiera él, llegada la plenitud de los tiempos, culminar la obra de la redención por Jesucristo, nacido de ese pueblo. La Cuaresma hoy, es una invitación oficial a la comunidad cristiana a renovar su adhesión cordial al proyecto de Jesús, que es el de Dios, para comenzar de nuevo, y poder celebrar la Pascua con toda profundidad.
EL DESIERTO DE MOISES Y EL DE ELIAS
Moisés ha vivido también su desierto. Como Elías camino del Horeb, y como Jesús, después de haber sido bautizado por Juan. Ahora lo tiene que vivir la Iglesia, durante cuarenta días dedicada a la conversión, a la oración, renuncia, y caridad. Cuando el Señor hace dar rodeos incomprensibles a una persona, o a una familia, o a una institución, hay que saber leer en clave de fe y de predilección, el rodeo, el obstáculo, la persecución del Faraón, o de los varios faraones inconscientes al servicio del amor.
“La soledad es la muralla y el antemuro de las virtudes...Creed en mi experiencia, aprenderéis más en las selvas que en los libros; los bosques y las peñas os instruirán, os enseñarán lo que no pueden enseñaros vuestros maestros”, escribe San Bernardo desde su sabiduría. Todos los grandes santos a ejemplo de Cristo, se han formado en la escuela de la soledad, del desierto. Y salían de él como llamas. Nosotros no podemos resistir la soledad. Apenas nos quedamos solos, conectamos el transistor, la televisión, el Internet, nos vamos al café, al bar, al Pub, al cine, no somos capaces de permanecer un rato con nosotros mismos, escuchando a nuestra conciencia, examinando nuestras acciones, nuestros planes, por eso nuestra vida es tan frívola, vacía y sin peso. El valor de las palabras no lo da el sonido, el grito, sino el contenido...¡Cuántas palabras insustanciales al final de una vida moderna! Busquemos el recogimiento donde oigamos a Dios, aislémonos de las compañías de frivolidad y de pasatiempo, busquemos amigos que nos hagan mejores, cercenemos diversiones, seamos más personas, más hombres y menos masa. Al menos, en la Cuaresma.
RECONCILIACION ESPONSAL
Lo esencial de la Cuaresma es que el pueblo cristiano, se disponga a escuchar la Palabra, para convertirse. Convertirse es volverse a Dios. ”Dejaos reconciliar con Dios” Alesta San Pablo. Pablo nos recuerda que Jesucristo ha inaugurado un tiempo de salvación, de reconciliación. El apóstol lucha contra las ideas que quieren hacer creer a la gente que Dios es más propenso a la cólera que al perdón. Por eso nos propone que nos reconciliemos con Dios por medio de Jesucristo, para abandonar todo temor ante el autor de la vida, ante la Fuente de la Ternura. Nuestra relación con Dios debe estar basada en la confianza y en la reconciliación. En la 2 Corintios 5, 20, San Pablo emplea el verbo griego “katallasso”, “reconciliarse”, característico del derecho matrimonial, que designa la reconciliación de los esposos cuando retornan a la vida íntima conyugal que habían roto. El Apóstol, por tanto, está exhortando a los cristianos a volver a la unión con Dios, rota por el pecado, y a recuperar la intimidad del que “prepara para todos los pueblos el banquete nupcial de manjares exquisitos”, de que nos habla Isaías, 25,6. “Convertíos a mí de todo corazón”. Es el corazón lo que nos pide el Señor, nuestra intimidad mejor, la más profunda, que pongamos nuestro pensamiento y cariño en él. Eso es lo único que le agrada a Dios. Los gestos y los sacrificios sólo le gustan si proceden del amor, porque sólo quiere el amor de los hombres, pues los quiere hacer tan grandes como El es, y tan dichosos y perfectos, y eso sólo lo hace el amor que iguala entre sí a los amantes. Bien motiva San Pablo la petición de la reconciliación por el amor de Jesucristo: “Pues Dios por nosotros hizo pecado al que no conocía el pecado, para que por él llegáramos a ser santidad de Dios”. La gratitud a tanto amor es lo que nos tiene que mover al encuentro del Padre, del Esposo.
MIRARLE A LOS OJOS HENCHIDOS DE AMOR
Convertirse es también volver el rostro, dirigirse a Alguien que llama, porque es compasivo, y nos está invitando a recorrer un camino de penitencia y purificación interior para renovar nuestra fe y vivir de acuerdo con ella. No se cansa Dios de llamarnos, todas y cada una de las veces que experimentamos la derrota del pecado, para que volvamos a casa como el hijo pródigo, y podernos abrazar, vestirnos de nuevo y ofrecernos el banquete de su perdón y de su eucaristía. “Antes me cansé yo de ofenderle, que él de llamarme... Castigabais, Señor, mis muchas maldades con nuevas mercedes” confiesa Santa Teresa, que nos aconseja: “No os pido sino que le miréis”. Para acoger un mensaje hay que elevar los ojos al mensajero. Una mirada de fe es la que puede salvar al pecador. Para convertirse lo primero es volver los ojos al rostro de Dios, que “se compadece de todos y cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan" Sabiduría 11, 24.
LE CUESTA A AGUSTIN DEJAR
Después, y con la luz y la fuerza que emana de la Palabra, poder desprenderse del egoísmo y optar por una nueva concepción de la vida. San Agustín en sus Confesiones, nos ha dejado un precioso testimonio de las luchas que tuvo que sostener, con todo lo inteligente que era, hasta poder decidirse a vivir lo que tan claro veía, pero lo que tanto le costaba: “A mí, cautivo, me atormentaba mucho y con vehemencia la costumbre de saciar aquella mi insaciable concupiscencia” (VI, 13). Escuchaba a sus pasiones, sus antiguas amigas, que le decían: “¿Nos dejas? Y ya no estaremos contigo nunca? ¿Y ya no te será lícito esto y aquello? ¡Y qué cosas, Dios mío, me sugerían con las palabras esto y aquello!” (VIII, 11,26). Pero hasta que no comenzó a fulgurar en el corazón de Agustín la luz de la Hermosura Nueva, no se rindió el buscador. ”Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé...Pero llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por tí; gusté de tí, y siento hambre y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz” (X, 27,38). Por muchos esfuerzos que haga el hombre, si Dios no le rinde con su Belleza, no cae de bruces su alma. Por eso es necesario que con David, le grite al Señor: "Misericordia, Señor, hemos pecado. Tengo siempre presente mi pecado. Crea en mí un corazón puro. Renuévame por dentro, don espíritu firme. Devuélveme la alegría de tu salvación. No me arrojes lejos de tu rostro. Lávame más y más de mi iniquidad”. En ese clima escribió el Salmo 50. Pero reconozcamos que estas voces no nacen desde la rutina, la pasividad y el culto vacío. Interiorizados estos actos individuales y personales, hay que confesar los pecados, haciendo de ese momento un encuentro con Dios Padre por el Espíritu y la Sangre de su Hijo, que obra en nosotros la salvación. Es verdad que el confesionario hoy ha sido sustituido por el diván del psicoanalista o del psiquiatra, o, lo que es más novedoso y curioso, por el plató de la televisión, lo que demuestra la necesidad que tiene la persona de comunicar sus pecados, frustraciones, y depresiones, y que al debilitarse o perderse la fe, se agarra a estos medios científicos, laicos y hasta públicos, como medio de liberación, lo que los cristianos encontramos por la fe en el sacramento de la reconciliación. También el profeta Joel hace un llamamiento al pueblo para que cambie de actitud. El llanto, el luto, el vestido negro no debe ser expresión de una piedad superficial o del simple deseo de llamar la atención. La voz del profeta desea remover los cimientos mismos de la religiosidad y convertir los símbolos del luto en camino de conversión para todo el pueblo. Por eso se debe cambiar el corazón, y no el traje. Y el profeta Baruc 3,2 nos pide corregir la ignorancia: "Corrijamos lo que por ignorancia hemos cometido, no nos sorprenda la muerte sin haber hecho penitencia"
SIN PRETENSIONES
“No vayas tocando la trompeta por delante para ser considerado por los hombres” Mt 6,1. El evangelio nos llama a cultivar una actitud sobria, interior y religiosa. La fe en Dios y la solidaridad con los hermanos y hermanas pobres no se pueden convertir en un espectáculo frívolo. Vemos a los pobres, a los leprosos, a los niños de vientres hinchados deshidratados, como protegidos por la pantalla, como de lejos, nos hemos acostumbrado, insensibilizado. La vida del cristiano necesita estar animada por el mismo espíritu de Jesús. De modo que la solidaridad se convierta en expresión de amor fraternal y la relación con el Padre Dios en un trato cálido, íntimo y profundo. Por tanto, las expresiones religiosas llenas de malabarismos, complicaciones y ostentaciones no están acordes con la espiritualidad cristiana. El que hace las buenas obras, comunicación de bienes, oración, penitencia, o sacrificio, por miras humanas, ya ha recibido su recompensa. Quien las hace por Dios, con sinceridad y desinterés, como expresión de la fe y del amor, recibirá la paga de Dios. No encaja tampoco mucho hoy esta prohibición de Cristo, cuando de lo que alardea es de todo lo contrario, según las revistas del corazón y determinados espacios televisivos airean: profesión de agnosticismo, y cambios de parejas seguidos. Ahora las recompensas humanas se ofrecen al vicio y no a la virtud y los hay que no viven de otras rentas. Y en cuanto al reconocimiento de Dios, nos han dado una lección soberana, los que teniendo una religión tan pobre como los musulmanes, hacen una profesión de fe en Alá, tan contundente. Nuestros bautizados agnósticos, y nuestros católicos vergonzantes podían tomar nota.
LO ESENCIAL, LA FE PROFUNDA
Lo esencial del miércoles de Ceniza consiste en ser expresión de una fe profunda. El signo que recibimos en nuestra frente no es una condecoración que honra nuestras creencias. La cruz marcada con ceniza nos recuerda nuestra frágil condición humana y la necesidad de transformar permanentemente nuestro corazón. Este día con el cual comienza la cuaresma debe avivar el deseo de cultivar una sólida espiritualidad que nos reconcilie con Dios y nos ponga al servicio de los más necesitados. La cuaresma nos plantea la urgencia de ver la religión no como un refugio a nuestra falta de autenticidad, sino como un camino para expresar en comunidad lo más profundo de nuestro ser.
RECUERDO DE LA MUERTE
La frase clásica con la que antes se imponía la ceniza era la de “Recuerda que polvo eres y en polvo te has de convertir”. Durante mucho tiempo, desde los tiempos medievales, el recuerdo de la muerte, el pensamiento de la futilidad de la vida, fue un arma para dominar al ser humano en su tentación de olvidar a Dios y sus preceptos. El poder de convicción se hacía estribar en el temor, en la línea de lo que dice el salmo: “el principio de la sabiduría es el temor del Señor". Con ello el planteamiento de la cuaresma no dejaba de ser oscuro y tétrico, de donde nació el desahogo previo de los carnavales, que tantas huellas todavía presentan del influjo social de este tiempo litúrgico en las sociedades que estuvieron tan profundamente marcadas por la religión.
LA REFORMA LITÚRGICA
El Concilio Vaticano II propuso un alternativa para poder cambiar el texto anterior por el texto tomado del primer ´sermón´ de Jesús” (Mc 1, 15): “Convertíos y creed la Buena Noticia”. El texto es profundo y conviene asimilarlo. Se pasa del temor al amor. De la amenaza a la invitación. De la tristeza, a la alegría de la Buena Noticia. La “conversión” debe sacarse del fanal del lenguaje religioso y debe encarnarse en la vida real: convertirse es enmendarse, cambiar, emprender otro camino. La mejor penitencia, la mejor forma de redimir lo malo que hemos hecho es entregarnos con toda fe a la Buena Noticia, a la propuesta que Dios nos hace en Jesús: ¡la preparación de su Reinado!, la transformación de este mundo por la aceleración de su venida.
EL ESPIRITU SE VIVIFICA
"Con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa" , canta el Prefacio del día. Y si Dios nos prepara el banquete escatológico, cuya esperanza nos da fuerza para superar las carencias y tribulaciones de este destierro, los cristianos, siguiendo las directrices del Papa en su documento “Tertio millenio adveniente”, debemos practicar la caridad, concretada en las obras de misericordia tanto corporales como espirituales, sobre todo en favor de aquellos hermanos nuestros que viven extrarradio del banquete de la vida. “Hay muchos Lázaros que están llamando a las puertas de la sociedad, que viven excluidos de los beneficios de la prosperidad y del progreso”, escribe Juan Pablo II. Hagamos entre todos que todos puedan participar del banquete preparado por el Señor para todos los pueblos en esta tierra y en el cielo. Sólo así podremos todos escuchar confiados y esperanzados en la Misa de la Cena del Señor y en la Noche de la Pascua, las palabras del Apocalipsis: “Dichosos los llamados al banquete de las bodas del Cordero” (19,9). A la vez que habremos ofrecido al mundo el testimonio de que nos amamos porque el Señor ha Resucitado.
San Juan Crisóstomo, comentando la enseñanza del Señor sobre el camino a Jerusalén, recuerda que Cristo no oculta a los discípulos las luchas y los sacrificios que les aguardan. Él mismo subraya cómo la renuncia al propio «yo» resulta difícil, pero no imposible cuando se puede contar con la ayuda que Dios nos concede «mediante la comunión con la persona de Cristo» (PG 58, 619s). He aquí porque deseo invitar a todos los creyentes a una ardiente y confiada oración al Señor, para que conceda a cada uno hacer una renovada experiencia de su misericordia. Sólo este don nos ayudará a acoger y a vivir de manera siempre más jubilosa y generosa la caridad de Cristo, que «no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad» (1 Cor 13, 5-6) (Juan Pablo II).