SE DICE que Santa Etelburga nació en Stallington del Lindsey. Era hermana de San Erconwaldo, y se cuenta que "estaban unidos por los lazos del amor fraternal y eran como un solo corazón y una sola alma". Enardecida por el ejemplo de su hermano, Santa Etelburga determinó consagrarse a Dios en la vida religiosa y nada pudo hacerla vacilar en su resolución, porque el mundo pierde todo poder sobre aquéllos que están sinceramente poseídos por las verdades eternas. Antes de ser elegido obispo de Londres, San Erconwaldo fundó un monasterio en Chertsey y otro en Barking, en Essex. Este último era un monasterio mixto del que Santa Etelburga fue la primera abadesa. Pero, ya que ella y las otras religiosas carecían de experiencia, Santa Hildelita fue enviada de una abadía de Francia para vigilar los primeros pasos del monasterio. Se dice que entre Santa Hildelita y Santa Etelburga existía una especie de emulación en materia de austeridad. Cuando Santa Etelburga quedó como única superiora, supo conducir suavemente a sus religiosas por el camino de la virtud y perfección cristianas. "Se mostraba en todo digna hermana de San Erconwaldo, observaba escrupulosamente la regla, era muy devota y ordenada y el cielo ilustró con algunos milagros su sabio gobierno." San Beda relata varios de los milagros de Santa Etelburga.
Durante una epidemia, murieron varios monjes del monasterio que fueron sepultados en la iglesia. Entonces, las religiosas comenzaron a discutir si las monjas debían ser enterradas en el mismo sitio. Como no pudiesen llegar a ningún acuerdo, decidieron confiar a Dios la solución del problema. Una mañana, cuando oraban junto a la tumba de sus hermanos, después de los maitines, un rayo de luz (que, según la descripción de Beda, era tan brillante como el sol) se posó sobre la tumba de los monjes, en tanto que un segundo rayo de la misma intensidad señalaba otro sitio en la iglesia. Las religiosas comprendieron que ese prodigio "mostraba el lugar en el que sus cuerpos habían de descansar en espera del día de la resurrección". San Beda cuenta la historia conmovedora de un niño de tres años, recogido por las religiosas, que murió pronunciando el nombre de una de ellas, llamada Edith, quien le siguió poco después a la tumba. Otra religiosa, cuyo nombre había también pronunciado el niño, entró en agonía a la media noche y pidió una antorcha, diciendo: ' Seguramente pensaréis que estoy loca, pero no lo estoy. Veo esta habitación iluminada por una luz tan intensa, que la llama de la antorcha me parece más bien oscuridad." Como sus hermanas no hiciesen caso de su petición, la moribunda exclamó: "Está bien, dejad brillar vuestra antorcha; pero su luz no es ciertamente la que va a iluminarme al amanecer." En efecto, Dios la llamó al cielo al despuntar el alba.
Una religiosa llamada Teorigita, que había estado en cama durante nueve años, tuvo una revelación sobre la próxima muerte de Santa Etelburga. La santa había llevado una vida tan edificante, "que ninguno de los que la conocían tenía la menor duda de que su alma iría directamente al cielo", dice Beda. Tres años más tarde, poco antes de morir, Teogirita perdió el habla, pero súbitamente la recobró y dijo: "Vuestra venida es un motivo de gran gozo para mí. Sed bienvenida." A continuación, conversó largamente con la visitante invisible y le preguntó cuánto tiempo le quedaba de vida. Los presentes le preguntaron con quién hablaba, y la religiosa respondió: "Con mi queridísima madre Etelburga". La diócesis de Brentwood celebra la fiesta de Santa Etelburga.
Alban Butler - Vida de los Santos