de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM
Ante el drama del hambre, responsabilidad, participación y solidaridad
El 16 de octubre, convocados por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), celebramos, como cada año, el Día Mundial de la Alimentación, cuyo objetivo es que todos tomemos conciencia del problema alimentario mundial y seamos solidarios en la lucha contra el hambre, la desnutrición y la pobreza.
El tema de este 2013 es: “Sistemas alimentarios sostenibles para la seguridad alimentaria y la nutrición”. La FAO explica que un sistema alimentario está formado por el entorno, las personas, las instituciones y los procesos mediante los cuales se producen, elaboran y llevan hasta el consumidor los productos agrícolas. Todos estos elementos influyen en la disponibilidad y accesibilidad final de alimentos suficientes, variados y nutritivos[1].
La misma FAO advierte que los modelos actuales e insostenibles de desarrollo están degradando el ambiente natural, amenazando a los ecosistemas y la biodiversidad, indispensables para nuestra sobrevivencia y para el abastecimiento futuro de alimentos.
Por otro lado, la mayoría de los campesinos enfrenta pobreza, carencia de servicios básicos, deficientes sistemas de sembrado y de riego, así como dificultades para conservar sus tierras, para obtener financiamiento y para lograr condiciones favorables en la compra de insumos y en la venta de sus productos.
Todo esto, aunado a las tendencias especulativas, el acaparamiento de las áreas cultivables, y a la deficiencia de las políticas e instituciones relacionadas con el campo y los sistemas alimentarios, ha provocado que cerca de 870 millones de personas en el mundo sufran desnutrición crónica[2].
Ante este doloroso y grave problema, la Iglesia, que a lo largo de los siglos ha contribuido y sigue contribuyendo a superar el drama del hambre, señala que sólo las soluciones comunes y compartidas pueden dar respuesta a las expectativas de personas y pueblos[3]. Soluciones que deben estar basadas en la dignidad y derechos de toda persona humana.
Sólo así seremos capaces de construir sistemas de gobierno, económicos y sociales promotores de una cultura respetuosa del medio ambiente, de sanidad pública, de educación integral y de oportunidades para todos, favoreciendo actitudes responsables, participativas y solidarias.
Las legislaciones nacionales e internacionales, las instituciones, organizaciones, programas, y presupuestos, la aplicación de recursos y los créditos al campo, así como el adecuado acompañamiento en los procesos de producción y distribución, han de tener por fundamento y meta a la persona.
Frente a los grandes retos que enfrenta el campo, Benedicto XVI proponía apoyar experiencias exitosas en muchos países, como las cooperativas, que, favoreciendo la integración de las comunidades, permiten a los agricultores y las poblaciones rurales intervenir en los momentos decisorios, y ayudar a frenar las tendencias especulativas y el acaparamiento de las áreas cultivables que, en diversas regiones, obligan a los campesinos a abandonar sus tierras, ya que individualmente no tienen posibilidades de hacer valer sus derechos[4].
Ojalá cada uno hagamos lo que esté de nuestra parte para liberar a México y al mundo del drama del hambre y la malnutrición, teniendo presente que hoy Jesús nos sigue pidiendo lo que mandó a sus discípulos al ver a la muchedumbre hambrienta: “Denles ustedes de comer” (Lc 9,13).
[1] www.fao.org.
[2] Ídem.
[3] Cfr. BENEDICTO XVI, Mensaje por el Día Mundial de la Alimentación, 2013, n. 1.
[4] Ídem.