LA LARGA y violenta persecución de los cristianos de Persia, en la época de Sapor II, fue provocada por la sospecha de que éstos estaban unidos con los emperadores romanos contra su propio país. Por ello, la adhesión al mazdeísmo, la religión nacional, se consideró como una prueba de lealtad. Mahanes, Abraham y Simeón fueron los primeros cristianos que cayeron en manos de los funcionarios reales. Poco después, fueron aprisionados también los obispos Sapor e Isaac, por haber construido iglesias y convertido a algunos mazdeístas. El rey dijo a los cinco cristianos: "¿No habéis oído que yo desciendo de Dios? Y, sin embargo, ofrezco sacrificios al sol y tributo honores divinos a la luna. ¿Quiénes sois vosotros para oponeros a mis leyes?" Los mártires respondieron: "Nosotros sólo reconocemos a un Dios y solamente le adoramos a El." El obispo Sapor añadió: "Confesamos a un Dios, creador de todas las cosas y a Jesucristo, su Hijo." El rey ordenó a los guardias que le golpeasen en la boca. Estos cumplieron la orden con tal violencia, que le rompieron los dientes. En seguida, le golpearon el cuerpo con mazos hasta quebrarle los huesos. Isaac compareció después de Sapor: el rey le echó en cara el atrevimiento que le había llevado a construir iglesias. El mártir confesó a Cristo con inflexible constancia. Entonces, el monarca mandó llamar a algunos apóstatas y los obligó con amenazas a lapidar a Isaac hasta que muriese. Al enterarse del martirio de su compañero, Santo Sapor se llenó de gozo. Dos días más tarde, falleció en la prisión a consecuencia de las heridas que había recibido. Para asegurarse de que estaba bien muerto, el bárbaro monarca mandó que le cortasen la cabeza y se la llevasen a enseñar. Después comparecieron los otros tres que se mostraron tan inflexibles como Isaac y Sapor. El rey ordenó a los guardias que arrancasen la piel a Mahanes desde la cabeza hasta el ombligo. El santo murió en la tortura. A Abraham se le quemaron los ojos con un hierro candente. Simeón fue enterrado hasta el pecho y traspasado con flechas.
Alban Butler - Vida de los Santos