Lecturas del Sábado, Primera Semana de Cuaresma

Date: 
Sáb, 2012-03-03

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro del Deuteronomio 26,16-19

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Hoy te manda el Señor, tu Dios, que cumplas estos mandatos y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma. Hoy te has comprometido a aceptar lo que el Señor te propone: Que él será tu Dios, que tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos, y escucharás su voz. Hoy se compromete el Señor a aceptar lo que tú le propones Que serás su propio pueblo, como te prometió, que guardarás todos sus preceptos, que él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y que serás el pueblo santo del Señor, como ha dicho.»

Sal 118,1-2.4-5.7-8 R/. Dichoso el que camina en la voluntad del Señor

Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón. R/.

Tú promulgas tus decretos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus consignas. R/.

Te alabaré con sincero corazón
cuando aprenda tus justos mandamientos.
Quiero guardar tus leyes exactamente,
tú, no me abandones. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

II. Compartimos la Palabra

“Él es nuestro Dios”

En esta lectura del Deuteronomio podemos ver el compromiso de Israel de ser el pueblo de Dios y el compromiso divino de ser el Dios de Israel.

Dios nos pide que cumplamos sus mandatos buscando ser fieles a ellos. Guardar sus mandatos desde el corazón y el alma, ahí es donde Dios nos ve, donde Dios se encuentra con nosotros, donde esa sinceridad de corazón y transparencia de alma. Él nos premia, nos escoge a pesar de nuestras fragilidades… Él se ha fijado en nosotros y nos hace pueblo suyo. En esta Cuaresma que hemos ya hemos comenzado, nuestro compromiso es el de seguir los mandatos del Señor como pueblo consagrado a Él. Este camino nos lleva a la Salvación, a la felicidad profunda, hacia la Pascua.

“Hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”.

En este pasaje evangélico vemos como Jesús, como Dios, conoce a la perfección el corazón del hombre. Y lo que para nosotros es dificultad, un que hacer imposible, Él te lo da como camino de libertad y felicidad para el aquí y ahora, si eres capaz de afirmar tus pasos en su camino.

Ahora es tiempo favorable, es día de salvación, es cierto pero toda la vida del creyente es tiempo de amar porque es cada amanecer cuando Dios recrea a la humanidad, dándonos la gracia de vivir con el corazón siempre en la mano. Ahí es donde reside el “sed perfectos” del Evangelio, porque si vivimos con el corazón reprimido, escondido, tan solo mirándonos a nuestros propios intereses, con miedo no solo a nuestro enemigos sino a entregarnos un poco más de una medida puesta por nosotros mismos, ¿qué méritos tendremos? ¿qué hacemos de extraordinario? ¿no corremos el riesgo de convertirnos en hipócritas?

El Santo Padre, en su mensaje para la Cuaresma de este año, nos hace una llamada a cómo debe ser nuestro “hacer el bien”, nuestro amor por los semejantes:

"La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza". Benedicto XVI.

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MM. Dominicas Monasterio Sta. María la Real
Bormujos (Sevilla)