EL MARTIROLOGIO Romano menciona hoy la muerte de Santa Teoctiste en la isla de Paros. Sin embargo, los bolandistas opinan que se trata de una pura fábula, de una imitación de la historia de los últimos años de Santa María Egipcíaca, de una "novela piadosa escrita por algún ocioso para alimentar el apetito religioso de la gente sencilla". Según esa leyenda, el año 902, un tal Nicetas partió en la expedición capitaneada por el almirante Himerio contra los árabes de Creta. Ahí fue a visitar las ruinas de la iglesia de Nuestra Señora de Paros y conoció a un anciano sacerdote que había vivido como ermitaño en la isla durante treinta años. El ermitaño habló a Nicetas de la crueldad de los árabes y le refirió lo que un hombre llamado Simón le había contado algunos años antes, acerca de Teoctiste. Simón había ido con algunos amigos a cazar a Paros. Cuando se habían adentrado en la isla, oyeron una voz que les decía: "No os acerquéis más. Soy una mujer y sentiría vergüenza de que me vieseis, pues, estoy desnuda." Los asombrados cazadores arrojaron una capa en dirección al arbusto de donde procedía la voz y a poco vieron salir a una mujer. Esta les contó que se llamaba Teoctiste y que había vivido en Lesbos, con su familia. Los árabes la habían raptado y llevado a Paros, donde había conseguido escapar y ocultarse en el bosque hasta la partida de sus captores. Esto había acontecido treinta años antes. Desde entonces, Teoctiste había vivido como anacoreta, alimentándose de plantas y frutos. Los vestidos se le habían ido cayendo en pedazos. Hasta entonces, no había podido asistir a la misa ni recibir la Eucaristía, de suerte que rogó a Simón que regresara a traerle la comunión. Al año siguiente, Simón y sus compañeros le llevaron la comunión en una píxide. Teoctiste la recibió rezando el Nunc dimittis. Poco después, los cazadores volvieron a despedirse de ella y la encontraron agonizante. Antes de darle sepultura, Simón le cortó una mano para llevársela como reliquia. Pero, cuando se embarcó, la nave no pudo alejarse de la costa hasta que Simón restituyó la mano, que se soldó milagrosamente al brazo. Cuando los compañeros de Simón acudieron a presenciar esa maravilla, el cadáver había desaparecido.
Antiguamente, se creía que el hombre que había oído esta leyenda de labios del ermitaño, era Simeón Metafrasto, el gran compilador bizantino de leyendas hagiográficas, porque la fábula de Teoctiste forma parte de su colección. Pero en realidad, Simeón se limitó a copiarla tal como la había escrito Nicetas; lo único que añadió fue un prefacio de tono edificante, en el que no aclara suficientemente si los hechos, narrados en primera persona, se referían a él. Simeón Metafrasto, cuyo nombre figura en los "menaia" griegos el 28 de este mes,vivió unos cincuenta años después de la expedición de Himerio.
Alban Butler - Vida de los Santos