LAS RELIQUIAS de estos mártires se hallan en uno de los dos principales santuarios de Edesa, en Siria. Según la leyenda, Gurio y Samonas fueron encarcelados durante la persecución de Diocleciano. Como se negasen a sacrificar a los dioses, se los colgó de una mano y se les ataron pesas en los pies. Después, estuvieron tres días en una horrible mazmorra, sin comer ni beber. Cuando los sacaron de ahí, Gurio estaba agonizante. Samonas fue torturado cruelmente otra vez, pero permaneció firme en la fe. Ambos murieron decapitados. Más tarde, un diácono de Edesa llamado Abibo se escondió durante la persecución de Licinio, pero al fin se entregó para ganar la corona del martirio. El magistrado ante el que se presentó, hizo el intento de persuadirle a que abjurase de la fe y escapase con vida, pero Abibo se negó a ello. Así pues, fue sentenciado a la hoguera. Su madre y otros parientes le acompañaron al sitio de la ejecución. Los verdugos le permitieron que les diese el beso de paz antes de arrojarle a las llamas. Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir, que no se había consumido, y lo sepultaron junto a sus amigos, Gurio y Samonas.
El Martirologio Romano menciona hoy a los tres mártires, pero en dos párrafos separados. Es curioso notar que se venera a estos santos como "venga- dores de los contratos que no se cumplen".
Alban Butler - Vida de los Santos