de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM
Hoy celebramos a un gran mexicano, modelo inspirador frente a los grandes desafíos que enfrenta nuestra nación: el beato Miguel Agustín Pro, quien nació en 1891 en Zacatecas.
Miguel amaba tanto a su familia, que cuando sus dos hermanas decidieron ingresar a la vida religiosa, se deprimió mucho. Al ver esto, su mamá lo invitó a un retiro, donde descubrió que Dios lo llamaba a ser sacerdote jesuita.
Así, en 1911, ingresó al Noviciado de la Compañía de Jesús. Sin embargo, las cosas se complicaron cuando los carrancistas obligaron a los jesuitas a abandonar Los Llanos. Pero Miguel no se desalentó; aceptó ser enviado a España y luego en Bélgica, donde fue ordenado sacerdote.
En julio de 1926 regresó a México. Y aunque su salud era delicada y las condiciones de persecución en el País dificultaban su labor pastoral, no dejó de entregarse por entero a la misión que le había sido confiada. Con creatividad, proclamaba la Palabra de Dios, organizaba la celebración diaria de la Santa Misa en casas particulares y acudía a confesar y atender a los enfermos y a los pobres.
“Aquí el trabajo es continuo y arduo –escribió–, Únicamente puedo admirarme del gran Jefe que me permite llevarlo a cabo... Estoy disponible para cualquier cosa, pero, si no hay objeción, solicitaría el poder quedarme aquí”.
Su generosa labor pastoral se vio interrumpida cuando fue falsamente acusado de complicidad en el atentado al presidente electo Álvaro Obregón. Y aunque al conocer que el P. Pro y sus hermanos habían sido detenidos, el autor del atentado, Segura Vilchis, acudió a entregarse, las autoridades determinaron fusilar a los Pro y a Vilchis.
Así, el 23 de noviembre de 1927, en el sótano de la Inspección, luego de perdonar a sus verdugos, el P. Pro declaró: “Niego terminantemente haber tenido alguna participación en el complot”. Pidió unos momentos para rezar. Se arrodilló y dijo: “Señor, Tú sabes que soy inocente. Perdono de corazón a mis enemigos”. Se levantó, abrió los brazos en cruz y exclamó: “¡Viva Cristo Rey!” Y tras ser fusilado cayó al suelo, donde recibió el tiro de gracia.
El 25 de septiembre de 1988, al proclamarlo beato, Juan Pablo II dijo de él: “En circunstancias penosas y riesgosas, no solo no dejó que la alegría del amor de Dios fuera sofocada de su corazón, sino que la irradió a los demás”. El P. Pro, con su ejemplo, nos enseña a confiar en Dios para ser discípulos y misioneros de su amor, fijando la mirada en la eternidad feliz que nos aguarda, sin nunca desalentarnos frente a la enfermedad, las injusticias, los obstáculos y los problemas.